ELOISE.
Un cochero de Regan, me ha traído a la casa, pese que esta en una colina la cercanía que hay con el inmenso mar es impresionante.
Tengo en claro que es lo que quiero, o al menos me hago a la idea de que debo hacer lo correcto, tengo que actuar como la persona responsable que soy.
—¿Qué tanto observas?
—el ímpetu del mar.
Sonríe ampliamente.
—por supuesto.
No decimos nada y continuó observando la escena que deseó recordar siempre.
No sé cuánto tiempo me quedó ensimismada viendo el paisaje, pero cuando volteo a ver a Mikael, él también esta observando algo, no es el paisaje, es a mí.
—¿Qué ocurre? —pregunto apenada.
—observaba el paisaje.
—por supuesto. —digo con orgullo.
Baja la mirada y sé que se está guardando algo.
—¿qué estás planeando? —digo sin saber a que me refiero.
—tengo un par de preguntas.
Lo incito a que hable.
—¿Por qué decidiste venir sin refutar?
Guardo silencio y vuelvo la vista al océano.
—sabes que no me gustan los silencios. — me reprocha.
—porque me estoy permitiendo disfrutar del placer que desencadenas en mi cuerpo, porque después de esta semana solo el Odio mutuo será lo que vamos a compartir. —suelto finalmente.
—¿dejarás de enredarte en mis piernas después de esta semana? —dice con arrogancia.
—aunque lo dudes, así será.
Se pone de pie y por fin mira hacia fuera.
—va enserio lo de estar con Arthur.
—ese es el camino correcto. —me enderezo.
—¿De verdad lo ves como tu hombre ideal?
—ni siquiera lo he dudado.
Veo como hace que su pulgar e índice de la mano derecha, hagan movimientos circulares.
—me parece bien, —sonríe ampliamente —entonces te mostraré el lado más humano que tengo y que nadie conoce, porque después de esta semana yo mismo me voy a encargar de que me odies con toda tu vida.
—lo mismo será por mi parte.
Asiente lentamente.
—dormiremos en habitaciones separadas, tampoco deseo verte todo el tiempo, Loise.
—creí que el odio comenzaba el próximo inicio de semana.
—no es odio, es comodidad, que horror querer estar todo el maldito tiempo con alguien. —hace una cara horrorizado.
Al menos por esa noche duermo en la habitación de a lado, aunque espero que llame a mi puerta y me pida que compartamos algo nuestro, algo que nos ayude a sobrellevar esta soledad que al menos yo siento. Hemos compartido cama, e incluso dormido abrazados, se me hace inútil la separación cuando vinimos claramente a disfrutar de otras acciones… es tan inútil como mi petición.
Y sé que lo cumplirá, pues más allá de ser un caballero, es un hombre que su palabra no tiene equivocación.
A la mañana siguiente, llaman a mi puerta y cuando doy la orden de que entren. Pasa una multitud de personas, unas mujeres traen jarrones con mis flores favoritas; Narcisos. No puedo evitar sonreír. Me dan un sobre y antes de abrirlo llegan dos muchachas más con una bandeja de comida.
—El rey desea que se sienta cómoda, estamos a sus órdenes, majestad.
Otras me traen unas sabanas de seda y lociones de cuerpo.
Cuando se marchan abro el sobre y leo con detalle:
Narcisos.
Bellas flores, cuyo significado es incierto, pero que a su vez es lo más cierto.
Avisa la llegada de la primavera y con su encanto particular despide la fría y blanca nieve del invierno.
Incitan felicidad y despiden la melancolía, bellas flores de Narcisos, que reflejan la belleza a quién las mire.
Parece un acertijo, e intento no romperme la cabeza entendiendo ese significado.
Tomo mi almuerzo y después bajo a la playa.
Veo que hay una sombra y varios hombres le hacen aire a su real majestad.
—Buenos días, Mikael.
Se pone de pie y me corre un asiento, lo cual me deja asombrada.
—Gracias.
—No es nada, Loise.
De un momento a otro veo como los sirvientes toman sus pertenecías y se marchan.
—Bueno, es hora de disfrutar este día.
Una vez que ya no hay nadie cerca a nosotros, se comienza a quitar la camisa, sudo por instinto.
—¿Vienes?
Me da la mano y lo sigo por la caliente arena, que nos hace correr para evitar quemaduras.
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Editado: 11.12.2024