En Otro Reino.

CAPÍTULO 35


MIKAEL

 

La noche se me va en el club, Jugando cartas, viendo el espectáculo de las mujeres y otras cosas más.

Me fue imposible no beber o fumar, me acomodo la ropa y salgo a la calle, ni siquiera evité que me vieran salir del sitio, el alcohol está en mi sistema y solo siento como los guardias me arrastran al carruaje.

 

Me miro la camisa y está llena de carmín, el aroma a perfume barato está impregnado en mí así como el humo y el sudor.

La cabeza me duele y el sol que entra por las cortinas claras hace que reniegue de no haber salido antes, mi humor empeora cada que respiro, escucho las voces del exterior y me dan ganas de mandarlos callar a todos.
 

Una vez que llegó al palacio bajo y el mareo me toma preso, no puede ir peor esta mañana.

 

O tal vez sí, la mirada de reproche de mi madre hace que me enderece al caminar.

Está a unos metros acomodando en compañía de un sirviente los adornos florales.

 

—Buenos días… —Le digo, pero no me responde.
 

Entro a mi habitación y me tiro en la cama dispuesto a dormir, sé que no debería hacerlo una nación depende de mí ¿pero a alguien le importa lo que yo quiero? ¿De quién me apoyó yo? Hay ocasiones en las que la corona pesa demasiado y solo quisiera decir que con solo quitarla de mi cabeza bastaría.  A veces quisiera solamente dedicarme a mis pinturas, a mis versos o a ser un maestro de música, con una vida simple en la cual está casado y tiene una mujer maravillosa de lado, o simplemente vivir sin este peso.

Hay días en los que solo quiero ser Mikael Regan Redmond… pero también soy honesto al decir que amo ser el hombre poderoso que soy, que me encanta la atención de mi nación y el respeto que les infundí. Amo ver las miradas de terror ante mis enemigos y como la corona reposa en mí.

 

Llaman a mi puerta, cortando todo atisbo de paz. Pero es suficiente para mí.

 

—Su desayuno, majestad.
 

Me acomodan una bandeja sobre mí y pese a que no tengo hambre lo como, porque mis planes lo ameritan.
 

—quiero en dos horas alistado el carruaje, la alta guardia en filas y que las cortinas las cambien a un color oscuro, no tolero la luz.
 

—Por supuesto, majestad.
 

Sale de la habitación y como lo qué hay en la bandeja, Ronald sigue en su viaje y eso me estresa más de la cuenta.
 

Preparo las cosas y me meto a la bañera, el agua fría me reanima un poco y al salir me veo en el espejo que tengo frente de mí.
 

La puerta abriéndose de mi habitación me pone en estado de alerta y me coloco con velocidad la bata.
 

—¿Hasta dónde planea llegar tu irresponsabilidad?
 

La mujer que me trajo al mundo me mira con enfado.

 

—No sé de que me hablas.

—los rumores viajan rápido, como el que el rey de Regan salió del “Casa  de las Carmín” hoy por la mañana en estado de ebriedad.
 

Me meto en el cuarto donde está mi ropa y escucho lo que dice mientras me arreglo.

 

—Eso no le sorprende a nadie. —contestó.

—No, pero antes solo se especulaba ahora es verdad. ¿Cuándo dejarás esos lugares?

—No pretendo hacerlo.

—Mikael… Eres un soberano no un cualquiera.

—Precisamente, puedo hacer lo que me plazca.

—Llevarás a la corona al borde…

—No, jamás he dejado solo a Mi Pueblo, así que prohíbo que hablen y malinterpreten ese suceso con mi monarquía y mi mandato…

—¡Quieren una Reina! ¡Quieren un heredero! ¡Quieren que su Rey forme una familia real! Quieren eso, no a su Rey saliendo de Casas de reputación dudosa en estado de ebriedad.
 

Una vez que estoy arreglado salgo.
 

—Ya me encargo de solucionarlo, si yo digo que no pasa nada, es porque no sucede nada. ¿Estamos?
 

—Confió en ti, pero ya debes sentar cabeza, y complace a tu pueblo, una vez más. 

 

Salgo del palacio y antes de salir de Regan decido ir a las calles a hacerme presente.

Me lo merezco, por ser tan inconsciente, la verdad es un placer recorrer mis calles, están limpias y la gente se ve feliz, he tratado de que Mi Pueblo aproveche lo que tiene, hay barrios pobres, pero no en extrema pobreza como en otros reinos.
 

Abro las cortinas y dejo que me vean, la gente deja de hacer sus cosas y con pañuelos blancos me saludan, los niños se asombran y las niñas se inclinan en reverencia.

Una vez que recorro la ciudad salgo rumbo a Basset, tengo asuntos que merecen mi atención.
 

Pasadas las horas de camino, llegó al castillo de Basset, cuando entró esta en silencio la recepción, avanzó al ala oeste y nadie sale de ningún lado. En la cocina se escucha el mayor ruido, pero me niego a seguir a ese lugar, odio las cocinas. 

 

Me voy a dar la vuelta cuando alguien carraspea.

—No lo esperábamos, majestad. —se flexiona frente a mí.

—Por supuesto que no, soy impredecible.

—Oh no, sino que siempre el joven Ronald es el que viene.

—Sí, vacaciones.

 

Me sonríe.
 

—¿Quiere beber o degustar algo? La reina Maureen está ocupada. —Ignoró como la llama. 

—¿Dónde se encuentra?

—Será mejor que la espere aquí dentro.

—No creo que eso me sea posible.
 

Una mujer entra con una jarra de cristal vacía y antes de que la puerta se cierre escucho voces.
 

—con permiso, Helen.
 

Salgo y lo que mis ojos ven hace que parpadeé un par de veces más.
 

Hay un grupo de al menos veinte mujeres vestidas con un uniforme militar de color rojo con negro, entrenando y luchando entre ellas.

Traen el cabello recogido en una trenza estilo guerreras.

Otras entrenan arco y espada.
 

Pero la que está debajo de una sombra es la que me atrae más que todas, porta el mismo uniforme que ayer, su cabello está totalmente recogido y observa a las mujeres que están haciendo actividades que no deberían hacer.




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