Estela.
Escuche la pelea, escuche las confesiones, escuche lo que uno sentía por el otro, están molestos porque son un par de Monarcas que quieren lo mejor para sus reinos, pero sus palabras se decían lo que ambos llevaban tiempo callando y eso era más personal de lo que jamás verán sus pueblos.
Me sentí una intrusa en sus vidas, su pelea no fue tanto por el ataque, sino por lo que tenían meses sin decirse.
Por eso la melancolía de él al perderse, al tocar el piano con notas tristes, su descuido y su mirada buscándola en cada reunión, en la boda. En cada momento, la vez que lo vi sonreír fue cuando ella vino aquí a buscarlo.
¿Sí tanto se amaban porque no se casaron?
No lo sé, pero puedo decir que ahora soy un corazón más que se ha enamorado del hombre que ahora sale de su despacho y que al igual que ella sería incapaz de traicionar pese a que no soy devota de sus doctrinas.
—¿Qué sucede?—pregunta preocupado, no se si porque de verdad le importo o porque se dio cuenta de que lo sé todo.
—Me di cuenta de lo de ustedes, no es como si hablaran muy bajito.
—Eso. No prestes atención. ¿Necesitas algo? —dice con indiferencia, dice en la piel del Rey que muestra al mundo.
—¿Es el amor de tu vida cierto?
¿Es ella a quien le dedicas tus poemas, dibujos, canciones y noches?
—Si dices que escuchaste, lo habrás entendido. —dice con tranquilidad. —No es nada…
—¿Porque ella?
—Ni siquiera yo lo sé… Estela, deja de pensar en ello y enfócate en lo que tienes dentro.
—Ella se alejo para Que no me fueras infiel. No por que te quisiera traicionar.
—No sabes lo que dices mujer.
—No, ustedes los hombres son incompetentes para entendernos a las mujeres. Pero nosotras tenemos un pacto por así decirlo.
Me mira con seriedad.
—Basta Estela, no te metas en terrenos que no conoces.
—Sabes, es hermosa, cualquiera pudiera haber caído .
Los ojos se le iluminan.
—Tú también lo eres, eres hermosa.
—Pero no soy ella ¿cierto?
Me voy de su lado.
Me enamore de él, no puedo juzgarlos, uno no elige de quién debe enamorarse.
Los días y los meses pasan y los ataques no se han presentado, Las fronteras siguen estando cerradas y es poco el flujo de personas entrando. No daña la economía de Regan y eso es beneficioso.
Cada vez estoy más embarazada, ya no me puedo acostar bien y duermo casi sentada.
Desde la discusión que tuve con él, está más presente ahora conmigo, me toca más el vientre y se molesta menos cada vez que bajo al pueblo y convivo con la gente. Me sonríe cuando me ve y me llena el corazón, no es un hombre malo sino se le provoca, es sonriente y de buen corazón, me ayudo a concretar un proyecto para los vendedores de hortalizas. Una plaza verde solo para ellos.
El embarazo me ha prohibido ir más seguido al pueblo, como hoy que baje porque tenía antojo de una tarta de nuez que me encanta desde que vine acá.
Como con gratitud y los niños me siguen demasiado.
Platicamos y ellos juegan mientras yo convivo con las madres.
Un dolor agudo comienza a darme bajo del vientre.
Una señora de aspecto tierno me mira.
—Esa criatura nacerá con el alba. Mostrándose como la victoria del mañana para Regan.
No le hago caso y me retiro, trato de respirar, pero no me llega el suficiente aire, el dolor comienza a ser insoportable.
Cuando entro al palacio las sirvientas me reciben.
—Llamen a la Reina madre. Ella sabrá que hacer.
—No esta, Alteza.
—¿y el rey?
—Salió.
—Llamen al doctor.
Salen a buscarlo y otras me llevan a mi habitación.
—Respire, señora.
Hago lo que me dicen pero solo se calma un poco el dolor, la noche cae y el doctor no aparece, ni Mikael, ni su madre solo el arzobispo que espera a fuera.
Me dieron un té para calmarme, y siento que eso ayuda.
Cada cierto tiempo me dan mas fuertes las punzadas.
—¿y el doctor?
—ya viene.
—ya no voy a soportar más.
Pujo cada vez que me llega el dolor, haciendo que me retuerza.
Miro la fría noche. Y en la estrella brillanté pierdo la mirada, cuando siento que mis piernas y espalda se empapan de un líquido.
—ya ha roto fuente, señora. —dice en la puerta el doctor. —traigan el agua caliente y las sábanas.
Gritó y entra la Reina madre.
—Tu labor empieza ahora. Así que trae a ese heredero, sano y salvo. —me dice la mujer.
—Puje señora.
Lo hago no se cuantas veces, siento que ya no puedo, estoy empapada de sudor, las lagrimas me nublan la vista, ya no siento el cuerpo, solo la necesidad de que debo expulsar algo.
—Último intento.
Miro hacia la ventana, el cielo se ha tornado entre morado y azul. Esta amaneciendo y no veo para cuando el dolor que siento va a terminar, jadeo, grito, me aferro a las sábanas sucias por mi sangre y el agua que salió, pero no veo a mi hijo. Cierro los ojos y trato de respirar, pero la desesperación vuelve y con ello el último impulso por tratar de expulsar el producto.
El llanto del bebé me hace voltear a verlo.
—¿Qué es?—pregunto cuando veo que Lilian lo recibe en sus brazos.
—Es un Regan. Le has dado un varón. —dice emocionada mientras sale con el bebé.
—Alabado sea Dios y su santa divinidad aquí en la tierra. —escucho que dice el arzobispo.
—Lo hizo excelente, alteza. —me dice el doctor. Y asiento feliz. Mientras cierro los ojos agradeciendo haber hecho esto también. Se encargan de limpiarme y el dolor va mermando.
Mikael.
—¿Que fue? —pregunta el arzobispo.
—Es un varón.
dice mi madre con entusiasmo.
Ronald se apresura a ponerse de pie. Yo me doy la vuelta y mi madre me lo tiende a ver al niño que llora con fuerza.
—¿cómo se llamará? —pregunta mi madre.
—Viktor Christensen de Rufford. Principe Real de Regan.
—Eso no es posible. —dice mi madre y el arzobispo.
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Editado: 22.12.2024