La ira me consumía y Lorie pudo notarlo cuando me senté junto a ella, ya en el salón.
En este momento no soportaba nada, y ya pareció entenderlo con solo fijarse en mi expresión. De hecho, tomo su distancia y dejó que aquel sentimiento agobiante se disipara, sin embargo, yo no estaba tan segura de eso.
El descaro de Damián era de un tamaño colosal.
¿Arruina el regalo que me dejó papá y luego me chantajea?
Aún estaba conmocionada por lo que había pasado en el estacionamiento y lo que más me cabreaba era que él había salido victorioso de todo este enredo que él mismo había creado, su sonrisilla lo delató. Aunque, creo que no trataba de ocultar su buen humor.
Nuestras dos últimas clases pasaron con rapidez y yo no había prestado atención a ninguna de ellas, solo tome unos cuantos apuntes del pizarrón, creyendo que eso sería suficiente.
No podía concentrarme.
Esta semana ni siquiera había llegado a la mitad y ya era un desastre. ¿Cómo podría soportar seis semestres más por delante? Bueno, Santiago me había dado a entender que a ellos solo les faltaba un par de semestres hasta su graduación pero aún así era mucho tiempo. Y mi agonía había empezado desde ya.
Le di una despedida fugaz a Lorie y salí del salón prácticamente corriendo. Tenía la sensación de que podría encontrar a Damián por los pasillos hacía la salida, y sinceramente yo no estaba ni cerca de querer ver su cara de niño bueno.
Me di golpes mentales cuando sin fijarme me estaba dirigiendo al estacionamiento.
No tengo nada que hacer allí.
Empecé a trotar hacia la salida principal, con la esperanza de encontrar un taxi, pero para mi mala suerte (que cada vez empeoraba más) todos iban ocupados, y la desesperación amenazaba con invadirme.
Sentí la tranquilidad recorrer por todo mi cuerpo cuando un auto tocó la bocina hacía mí, y de inmediato corrí. Taxi formal o informal, no me importaba en este momento.
Mi sonrisa se desvaneció cuando el conductor clavó sus irises azules en mí, esa maldita sonrisa ganadora y aquel aroma a perfume caro que salía del interior del auto.
— ¿Un aventón? —dijo sonriendo.
Rodé los ojos.
Damián era como un demonio personal.
Aparecía en cualquier lugar como por arte de magia, o brujería.
— No. Quiero disfrutar mis últimas horas antes de volver a verte mañana temprano.
Apretó los labios.
— Continúas hiriéndome.
Le resté importancia a su comentario y comencé a escudriñar su auto. Efectivamente, uno de sus retrovisores había desaparecido, la pintura estaba rayada, lo que no pude comprobar fue las luces traseras. Su historia parecía ser real.
Y debía decir que tenía un auto muy bonito.
— ¿No me creías? —preguntó al descubrirme curioseando. — Estoy por llevarlo al taller, y ya me encargué de tu motocicleta. Nuevamente te pido disculpas por mí…
No lo escuché terminar su discurso de disculpa.
Caminé al lado opuesto y me monté en el primer taxi que vi desocupado.
Estaba desesperada por llegar a casa, este día sin llegar a su fin ya había resultado desastroso, y no me podía imaginar cómo sería el resto de la semana.
Para la noche, la mansión estaba tranquila como siempre, una señal de que mi mamá aún no terminaba su viaje de negocios. Ya había terminado mi tarea y no había tenido la oportunidad de ver a nana. Ella parecía bastante ocupada con sus asuntos, y mis problemas me tenían con la mente en otro lugar.
Ahora, sentada frente a mi escritorio, con la punta de un boli en mis labios y un papel que tenía escrito en el lado superior izquierdo «pros» y en el otro «contras», pensaba en Damián.
Él era una gran incógnita.
Tenía varias razones para odiarlo, pero aún así no podía descifrar lo que quería conseguir de mí. Si buscaba dinero, fácilmente pudo haberme chantajeado con lo de mi apellido, pero no lo hizo, solo se le ocurrió que sería mi chofer. Destruyó mi motocicleta pero aparentemente no fue un acto intencional, ya que dudaba mucho que Damián haya formulado todo un plan que incluía dañar su propio auto.
Todo era muy complejo.
Era como si solo estuviera tratando de involucrarse en mi vida. Sin embargo, no podía confiar. Había algo en él que me hacía dudar, y su innegable atractivo no estaba ayudando.
Quería imaginarlo como un oportunista, un mentiroso, un vándalo. Pero cada vez que recordaba su rostro, algo se removía dentro de mí.
Al final, solo terminé con un papel en la basura, mi mente hecha jirones y mucha ira hacía mi misma.
Tocaron la puerta de mi habitación y luego la cabellera blanca de nana se asomó. Ambas nos regalamos una cálida sonrisa, y sentí tranquilidad al verla.
— La cena esta lista. —me avisó con su vocecilla.
— Gracias, nana, pero no tengo apetito.