La noche era fría, el cielo estaba plagado de estrellas y la luna plateada me hacía recordar la noche que lo conocí, justo un día como hoy, puedo recordarlo fácilmente y añorar su aroma y sus largos brazos cubriendome por completo, ¿Volveré a quedarme dormida llorandote? Pues si y más hoy que se cumplen cinco años desde que te fuiste...
—¿Dónde estarás Emmett? ¿Me habrás olvidado?— lágrimas amargas recorrían mis mejillas mientras en mi pecho resonaba el recuerdo de su estruendosa sonrisa.
Esto se volvió costumbre, cada ves que se cumplía un año del día que se fue lo lloraba como si fuera la primera vez, ¡en definitiva, esto tenía que cambiar! Hoy seré fuerte como cada día desde que volví a casa. Tenía que continuar como siempre.
Seque mis lágrimas y me levanté de la silla frente al balcón, cuando de reojos vi una sombra a lo lejos frente a la entrada de mi casa, visitas... Lo que menos quería.
Abrí la cómoda junto a la cama en busca de somníferos (la ansiedad no me dejaba dormir así que tuve que acudir a ellos para descansar cuando vivi en Canadá y ahora se volvieron parte de mi vida) me tumbe sobre la cama y apague las luces e ignore por completo el timbre que sonó por tercera vez, hoy no estoy para nadie, solo quiero acostarme y que este día acabe. Caí en un sueño profundo e inmediato.
«
Al otro día, me desperté temprano en la mañana, hice café y me senté en el largo sofá, era domingo y no tenía trabajo acumulado, merecía un descanso.
Patch mi gato (si como patch el ángel caído) estaba rondando la puerta principal, era una señal de que quería salir a hacer sus necesidades, no entendía por qué no le gustaba su caja de arena, el era más callejero que venett mi otro gato, así que me levanté y abrí la puerta mientras él se colaba entre mis piernas para desaparecer, vi una carta en la alfombra de bienvenida, decía mi nombre en letras grandes, la levanté y cerré la puerta a mis espaldas para volver a sentarme en el sofá.
Cuando la abrí mis ojos se abrieron como platos al leer el nombre del remitente: EMMETT SANCHEZ.
— ¡oh, mierda!— fue la única expresión que logré musitar.
Mi mano automáticamente cubrió mi boca por lo sorprendida y emocionada que me encontraba, después de cinco años exactos, ¡¿Ahora es que me escribe?! Menudo gilipollas.
Querida Marina, pequeña...
No te escribo con el fin de excusar el daño que te causé, pero si quisiera pedirte perdón aunque sea por escrito, se que no quieres verme, lo sé desde que llegaste al pueblo y te vi después de tanto tiempo, ya no teneis la misma mirada, habéis cambiado.
Se también que perdonaste a tu padre y eso habla mucho de la clase de mujer que te convertiste, aunque sigues siendo la misma chica de grandioso corazón.
La noche de tu graduación, tu padre habló conmigo y sus palabras fueron tan reales como dolorosas, ambos queriamos lo mejor para ti así sea de la forma más desgarradora, a la final dio sus frutos, eres una excelente empresaria y me siento muy orgulloso de ti, me hace pensar que no todo fue en vano.
La última vez que estuvimos juntos yo ya sabía que tenía que marcharme incluso antes de que me aceptaran en la milicia, solo que no tuve el valor de decirte que ese último beso era mi despedida y menos por qué sabía que ibas a llorar y verte así era mi debilidad, la primera lágrima que viera brotar de tus ojos serían la que me harían quedarme a tu lado para siempre sin importar a tu padre o tu futuro, por más egoísta que sea, así que no podía permitirlo, esa fue la noche más maravillosa que pude vivir en todos mis años de vida y jamás me arrepentiré de haber conocido a la mujer que hasta ahora llevo dentro de mí.
Cuando llegue a la base, tuve recaídas donde quise volver a ti, pero me enfoque en distraer mis impulsos con el entrenamiento, aunque no eran suficientes.
Estuve a una hora de distancia y era muy tentador salir hasta corriendo para llegar a ti, así que cuando el general empezó a recluir milicianos para llevárselos a la base militar en Pakistán, yo fui por voluntad propia el cual no me rechazaron por ser el más rápido y fuerte de los nuevos.
Allá viví tantas cosas e hice tantas cosas que ni Dios podría perdonar, pero para eso nos entrenaron. Una tarde nos emboscaron directamente en una ronda matutina y estuve a punto de morir, pero tu mi pequeña, tú me salvaste.
Tu recuerdo, tus caricias, tus palabras fueron lo que me impulsaron a no rendirme, el deseo de volver a verte y tenerte entre mis brazos fue tan fuerte que no me permiti doblar mis rodillas vencido, jamás me rendí, luche en tu nombre y salimos victoriosos aunque perdí a mi compañero Agustín, el cual le hice una promesa de volver y conocer a su hijo para decirle sus últimas palabras, y así lo hice.
Después de eso te convertiste en mi santa a la que le agradecí todos los días por una oportunidad ( creo que hasta un altar te tengo) y estaré eternamente agradecido.
¿Recuerdas cuando te hable de un mundo alterno? Pues ese era mi vía de escape de la realidad sin ti, te soñaba despierto, te imaginé de todas las formas habidas y por haber, felices, casados y con hijos (el cual les puse nombre, en plural, por qué fueron muchos) quizá me estaba volviendo loco pero esa locura fue la que me calmo el dolor en el pecho. Mi corazón siempre supo que tú eras la indicada y siempre lo serás.
Quizá no pueda darte todo lo que te mereces, pero un corazón puro y que te ama jamás te hubiese faltado, me quedo con la satisfacción de que elegirás minuciosamente un hombre que te ame tanto, pero no más que yo.
Me encantaría decirte tantas cosas, pero esta carta se queda corta con todo lo que tengo dentro de mí. Quise llamarte, escribirte, pero no sabía si ya me habías olvidado y eso me quemaba el pecho, no me alcanzara la vida para pedirte perdón por todo, por estos cinco años que jamas fueron suficiente para dejarte de amar.