La concepción de que todos los eventos tienen un propósito o beneficio intrínseco en la vida, incluso si no somos capaces de percibirlo o comprenderlo en su totalidad en el momento presente, plantea una compleja reflexión sobre la naturaleza de la realidad y la percepción humana. Esta noción, aunque en ciertos aspectos puede resultar confusa o desafiante para nuestra comprensión racional, ha sido objeto de estudio y debate en diversas disciplinas, incluyendo la filosofía, la psicología y la espiritualidad.
Desde una perspectiva filosófica, se puede argumentar que esta idea está enraizada en concepciones metafísicas sobre el orden inherente del universo, donde cada acontecimiento, incluso aquellos que inicialmente percibimos como negativos o indeseables, está conectado de alguna manera con un propósito o principio más amplio que trasciende nuestra comprensión individual. Esta visión metafísica a menudo se basa en creencias religiosas o espirituales que postulan la existencia de un plan divino o una estructura cósmica que guía y da sentido a todas las experiencias humanas.
Por otro lado, desde una perspectiva psicológica, la idea de que todo tiene un propósito o beneficio en la vida puede ser interpretada en términos de mecanismos adaptativos y procesos de crecimiento personal. Según esta línea de pensamiento, los desafíos y adversidades que enfrentamos pueden ser vistos como oportunidades para aprender, desarrollar resiliencia y fortalecer nuestra capacidad de afrontamiento. Desde este punto de vista, incluso los eventos dolorosos o traumáticos pueden ser vistos como catalizadores para el crecimiento y la transformación personal, aunque reconocemos que este proceso puede ser complejo y difícil de asimilar en el momento presente.
Sin embargo, es importante reconocer que esta concepción no pretende trivializar o minimizar el sufrimiento humano ni sugerir que debemos resignarnos pasivamente a cualquier situación adversa. Es natural y legítimo experimentar emociones como el dolor, la tristeza o la ira frente a eventos que percibimos como injustos o dolorosos. La afirmación de que la realidad es perfecta tal como es, incluso en medio del sufrimiento, puede ser vista como una invitación a desarrollar una actitud de aceptación y apertura hacia la complejidad de la vida, reconociendo que el proceso de comprender y dar sentido a nuestras experiencias es inherentemente subjetivo y multifacético. En última instancia, esta reflexión nos invita a cuestionar nuestras percepciones y creencias arraigadas sobre la naturaleza de la realidad, fomentando una mayor exploración y comprensión de nuestra propia experiencia humana.
Ahora, bajemos un poquito a la Tierra… La idea de que todo lo que ocurre tiene algún propósito o beneficio en la vida, incluso aunque en el momento no podamos verlo o entenderlo completamente, es demasiado confusa. Y de hecho lo es. Déjenme ponerles un ejemplo sencillo. ¿Qué beneficio tendría para mí si al bajar por las escaleras me rompiera un tobillo? ¿Dónde estaría el aprendizaje en algo así? Obviamente quisiera que no me hubiera sucedido. Sin embargo, esas cosas suceden. Las cosas “malas” nos suceden. Y es ahí cuando yo me pregunto… y por qué son “malas”. ¿Qué las hace malas? Bueno, romperme un tobillo, por ejemplo, sería en principio muy doloroso. Y los humanos huimos del dolor. Entonces, a pesar de estar de acuerdo con estas definiciones, ¿por qué sigo pensando que la realidad siempre es perfecta tal cuál es…? Oka, veamos…
Comencemos con un ejemplo más bondadoso, en donde pueda sostener esto que pienso de una manera sencilla. Un ejemplo ilustrativo de esta noción se presenta en situaciones cotidianas donde la realidad desafía nuestras expectativas. Por ejemplo, consideremos el escenario donde una persona se encuentra esperando en una parada de autobús y se entera de que el servicio se ha interrumpido. Aunque inicialmente esta interrupción puede parecer inconveniente y contraria a los planes establecidos, al optar por abordar un taxi como alternativa, se encuentra con un antiguo amigo al que no había visto en mucho tiempo. Este encuentro inesperado genera alegría y refleja cómo eventos imprevistos pueden conducir a experiencias positivas que superan las expectativas iniciales.