En qué estrella estará

CAPÍTULO 3

Después de la cita fallida, Mario no volvió a hablarme. Sí me saludaba a diario, me hablaba de trabajo, pero nada más. Y no podía culparlo. Yo habría actuado igual.

Habían pasado tres semanas, y ese viernes empezaban mis tan ansiadas vacaciones. Ese año había sido muy difícil, con lo que me había pasado, y la pandemia del COVID-19. Necesitaba un descanso, ordenar mis ideas, volver a encontrarme. Y el mejor lugar para hacerlo era mi casa de la infancia.

Echaba mucho de menos a mis padres, y aunque deseaba verlos y que me mimaran durante unos cuantos días, no sería posible. Apenas habían empezado a disminuir los casos, y a abrirse las fronteras, cambiaron los pasajes de su viaje postergado, y se fueron a recorrer Europa.

También echaba mucho de menos a Francesco, pero no me permitía pensar en él. Me dolía demasiado.

Así que la casa de mis padres, la que había sido prácticamente un parque de diversiones, estaba vacía, toda para mí. Mi hermana había querido escaparse y acompañarme unos días pero entre el trabajo y los últimos exámenes de su carrera le había resultado imposible.

Recorrí lentamente todos los rincones, empapándome de recuerdos, de olores, de momentos. Antes de ir para la casa había pasado por el supermercado para comprar víveres, así que me entretuve guardando todo en la despensa y abriendo las ventanas y puertas para que el aire circulase. A pesar de estar en primavera, el frío no se había decidido a marcharse aún, por lo que tomé un abrigo y salí a la terraza trasera para fumar un cigarro. Mi madre tenía una nariz de sabueso y sabía que si fumaba dentro de la casa, aunque pasaran semanas, lo notaría.

Me senté en una silla de madera que estaba allí desde que tengo memoria, y me puse a observar los árboles que marcaban el límite del terreno de mis padres. Más allá estaba el claro donde me gustaba contar estrellas. Ese claro del bosque al que no había podido regresar desde que estuve por última vez allí, con Francesco.

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AÑO 2017 - 3 años atrás...

Nos miramos a los ojos y nos besamos por millonésima vez en la noche. Cada vez que podíamos, nos escapábamos al claro del bosque a contar estrellas.

Adoraba que a Fran le gustara tanto hacerlo como a mí. Siempre lo hacíamos, y siempre que uno de nosotros se perdía en la cuenta, decíamos a modo de broma que le saldría una verruga.

-¿Eres feliz?- pregunté a mi esposo mientras acariciaba su cabello lentamente, pasando mi mano derecha por detrás de su oreja y posándola en su nuca.

-Siempre. Para siempre, amor.- Acercó sus labios y me besó en la nariz, como siempre hacía.

Mi vida no podía ser más plena. Amaba al hombre que estaba frente a mí, y todo iba cada vez mejor. Las últimas noticias que habíamos recibido llenaban nuestro corazón.

-Para siempre. Empecemos de nuevo: una, dos, tres...-

 




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