En qué estrella estará

CAPÍTULO 8

Puede que mañana me quiera ir
Y puede también que mañana sea la vida
Y que mañana, no exista mañana.

Nena Daconte

 

Empezamos con una botella de vino tinto. Mis padres guardaban muchas botellas en una pequeña bodega ya que les gustaba mucho tomar vino, y con Irina les habíamos regalado en su último aniversario un mueble hermoso para guardarlas.

Tomamos dos botellas en un santiamén, y cuando quisimos acordar, la película había terminado, igual que la tercera botella. ¿En qué momento pasó tan rápido? ¿Y cuándo fui a buscar la tercera botella?, me pregunté, achispada. Si bien considero que tengo una buena resistencia al alcohol, producto de muchas borracheras con mi hermanita Irina, esa noche me afectó bastante desde la primera copa. Sería el cúmulo de emociones recientes, tal vez.

Cuando terminaron los créditos de la película, Francesco se giró para mirarme, apoyó su cabeza en el respaldo del sillón y me preguntó:

-¿Te gustó la película?-

-Sí, aunque hacía mucho que no la veía. No puedo hacerlo, me recuerda mucho a tí-

Creo que le dije eso, o al menos eso quise decirle. Imagino que lo que salió de mi boca fue algo distinto porque Francesco empezó a reír a carcajadas, esa risa tonta que te sale cuando estás hasta arriba de alcohol. Lo seguí, porque su risa era contagiosa, y porque digamos que no estaba muy consciente.

¿Vieron cuando uno está tomando, y llega el momento de parar, porque de lo contrario las consecuencias serán mucho peores? Bueno, nosotros no visualizamos ese momento.

Entre carcajadas, Francesco se me acercó un poco más y me dijo: -Voy a la cocina a buscar algo más para tomar, pero ya me hartó el vino-.

Debía decirle que no, y eso quise hacer, pero de pronto mis manos estaban aplaudiendo, ¿qué me pasaba? Lo peor es que producto del alcohol me sentía sexy, aunque probablemente ahí tirada en el sillón y aplaudiendo debía parecer una foca o algo así. Afortunadamente, Francesco iba tan ciego como yo.

Cerré los ojos un momento mientras escuchaba a Francesco haciendo ruido en la cocina. Abrí los ojos y apareció delante de mí, sosteniendo un chupito. Lo miré con los ojos entornados.

-¿Y esto?-

-¡Tequila, bebé!- me respondió con una amplia sonrisa. Dios, estaba irresistible con los ojos achinados por el alcohol.

Miré la botella que tenía en sus manos. La habíamos traído como regalo a mis padres de nuestra luna de miel en México. Me pregunté si el verdadero motivo por el que quería tomarla era para eliminar todo rastro de nuestro matrimonio. Ahora que se había terminado, que no quedaran ni los recuerdos.

Ese pensamiento me entristeció, tomé el chupito que me ofrecía, lo bajé de un trago, y súbitamente empecé a llorar. Pero no un llanto normal, incluía lágrimas, sollozos, hipos, y hasta mocos que caían con libertad hacia mi regazo.

Francesco se asustó de verme así. Dejó su chupito sobre la mesa ratona, me atrajo hacia él, me sentó en su regazo y me tomó la cara con sus manos.

-No llores, Trini. Sabes que no puedo verte llorar. ¿Qué te pasa, amor?-

-No me digas amor- dije entre sollozos. -¿Por qué no me quieres más, Fran? ¿Por qué?-

Ahí está. Me estaba arrastrando oficialmente. El alcohol estaba haciendo estragos en mí, y había llegado el momento de suplicar. Lo peor es que quería evitarlo, pero no podía. Mi boca actuaba por sí misma.

-¿Por qué me dejaste, Fran?¿Nunca me amaste?-

Entonces, entre mis ojos llorosos, lo vi. Fran también estaba llorando. Sentí que el mundo se detenía. Creo que nunca había visto a Fran llorar. De haber estado más consciente lo hubiera anotado en alguna parte, porque seguramente al día siguiente no lo recordaría.

-Perdóname Trini. No sé qué me pasa. No sé qué hacer. Me dices que yo te abandoné, pero tú me dejaste mucho antes. Pero te sigo amando-.

¿Qué? Entre la confusión y el embotamiento de mi mente, quise creer que no había escuchado lo que había escuchado.

-¿De qué hablas, Fran?

De pronto, su cara estaba pegada a la mía, y estábamos mirándonos fijamente, respirábamos el mismo aire que iba y venía de nuestras bocas.

-Trini, yo creo que...-

-¿Qué? Dímelo Fran-

-Creo que no deberíamos estar tan pegados, porque puedo tener COVID y puedo contagiarte- Dijo mientras se desembarazaba de mí y se alejaba a la otra punta del sillón, y cerraba los ojos apoyando su cabeza sobre el respaldo.

-¿En serio? Pensé que estábamos en medio de algo...- dije desilusionada.

-Sí- me miró de reojo. -Vamos a bailar-

Hombres, ¿Quién los entiende? Ahora quería bailar. Se levantó como un resorte, tomó su celular y abrió su aplicación de música. Casi enseguida empezó a sonar una canción movida. No tardamos nada en empezar a sudar, hacía bastante calor y el alcohol aumentaba esa sensación. Me quité el cárdigan negro que tenía puesto y quedé con el vestido verde claro que llevaba debajo. Era un vestido con tirantes finos y largo por encima de las rodillas. Me lo había comprado Francesco en nuestra luna de miel, aunque no creí que lo recordara.

-Dios, Trini, ese vestido. Me estás matando- dijo con los ojos achispados, deteniéndose un poco de más en el escote pronunciado.

Yo sonreí y me mordí el labio inferior, como hacía siempre que estaba nerviosa. ¿Qué estaba pasando?

Me agarró la cintura con sus manos y me atrajo hacia él. Me dio la vuelta y se separó nuevamente. Me sentí sola cuando lo hizo. Necesitaba su contacto, y a su vez me dolía mucho.

-Creo que será mejor que vayamos a dormir, Fran.-

Me miró para responderme, pero se detuvo cuando empezó a sonar una canción lenta y conocida...

-The search is over- dije, sonrojándome. -Eso es un golpe bajo inclusive para tí, Fran-.

-Sé que no me vas a creer, pero no tuve nada que ver con esto- me confesó.

-Ajá- Dije con incredulidad. -¿Y tengo que creer que alguna divinidad de la era digital puso a propósito en tu playlist la canción con la que hicimos el amor por primera vez?-




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