En qué estrella estará

CAPÍTULO 11

Now I look into your eyes
I can see forever
The search is over
You were with me all the while. //

Ahora miro dentro de tus ojos
Puedo ver el para siempre
La búsqueda terminó
Tú estuviste conmigo todo el tiempo

Survivor

 

Ese martes me desperté mareada, y con un fuerte dolor de cabeza. No hice caso y lo asigné a la mala noche que había pasado. Todo se solucionaría con un buen café.

Llegué a la cocina y allí estaba Fran, esperándome con dos tazas. Le agradecí con una media sonrisa y lo bebí de un trago. Era increíble lo bien que nos acoplábamos a nuestra rutina juntos.

-¿Estás bien? Tienes mala cara- mencionó preocupado.

-Sí, anoche dormí mal-. Le respondí.

-Me preocupas, Trini. Déjame llamar al médico-.

-Estoy bien.- Lo corté. No necesito ningún médico.

La tarde pasó lentamente, y yo me sentía cada vez peor. Le grité a Fran porque dejó abierta la ventana del patio, porque tenía mucho frío, y él estaba de manga corta. Casi lo mando a abrigarse porque yo tenía frío. Definitivamente estaba mal.

Al rato decidí llevar los vasos y las tazas que había dejado en la mesa ratona, y para cuando llegué a la cocina me di cuenta que había algo que no estaba bien. Me costaba respirar. Atiné a llamar a Francesco y, cuando se asomó a la cocina, corrió hacia mí.

-Trini, ¿qué te pasa? Estás muy pálida. ¡Trini!- Eso fue lo último que escuché, antes de desvanecerme en sus brazos. Él me levantó rápidamente y me llevó a mi habitación.

No sé cuántas horas, o días, pasé durmiendo. Recuerdo que me despertaba, y me dormía, y así continuamente. Recuerdo ver la cara de preocupación de Francesco, sentado a mi lado, poniéndome paños fríos en la frente, y susurrándome que todo estaría bien. También creí ver astronautas, aunque puede que eso hubieran sido alucinaciones.

De pronto, me desperté de un salto. Era de noche. Toqué mi frente y estaba perlada de sudor. El resto de mi cuerpo también. Sentía una angustia profunda que no podía sacudir de mi persona. No sabía qué era real y qué no. En el silencio de la noche, empecé a escuchar un llanto. Un llanto de bebé. Lloraba sin parar y me perforaba los oídos. Quise pedirle que se callara, pero no me salían las palabras.

Cada vez el llanto se hacía más fuerte, más cercano, y la angustia crecía en mi interior. Sentí pasos que se acercaban por el pasillo que llevaba a las habitaciones. Intenté incorporarme pero no pude, estaba demasiado débil. Los pasos estaban casi en el umbral de la puerta. Entonces lo vi. Francesco caminaba hacia mí, pero no estaba solo. Llevaba un bebé en brazos. Era muy pequeño, y podía ver su manito sosteniendo su dedo índice. Francesco lo miraba embobado, sonreía con una felicidad que pocas veces vi en su rostro. Entonces levantó la vista y me miró. Y pude ver todo el amor en su rostro, todos sus anhelos, su felicidad.

-Hola mami, qué bueno que estás despierta. Parece que alguien tiene mucha hambre. ¿Quieres alimentarla?-

Miré el pequeño bulto que llevaba Francesco. Era realmente diminuto, demasiado pequeño. Allí no podía haber un bebé, ¿o sí? Y lo que era más preocupante, ¿de dónde había salido esa bebé?

Casi inmediatamente, la bebé empezó a llorar nuevamente. Logré incorporarme y sentí un dolor profundo en mis pechos. Levanté mi camisón para mirarlos y observé que de ambos chorreaba leche. Definitivamente la bebé necesitaba comer. Sonreí por lo instintivo y primitivo de la situación. Nunca había vivido algo así, y, sin embargo, sabía qué hacer.

Estiré los brazos para pedirle a Francesco que me diera a la pequeña, y él se acercó. Se inclinó para darme el pequeño bulto que tomé con amor entre mis brazos, y con una sonrisa lo destapé.

La sonrisa quedó petrificada en mi cara y se transformó en una mueca de horror. La bebé que esperaba ver, no era tal. Era lo que quizá en un momento fue un bebé, pero ahora era otra cosa, era un cuerpo inerte, inmóvil, de color gris... En el momento que la tomé en mis brazos, una ráfaga de viento entró por la ventana de la habitación y de pronto, se la llevó en la corriente de aire, como si fuera polvo. Horrorizada, miré mis manos vacías, y grité. Grité hasta que no me quedó voz.

-Trini, ¿qué pasa? ¡Trini, despierta! Estás soñando. Trini, mírame, por favor-.

Me costó mucho enfocar la mirada, y cuando pude hacerlo me encontré con los ojos angustiados de Francesco, que estaba sentado en la cama, junto a mí.

-¿Qué pasa? Te oí gritar y llorar. Dime qué es, por favor-

Una lágrima corrió por mi mejilla y di rienda suelta a mi dolor...

-Era Estrella- susurré con un gemido.




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