Clara se sentó en la sala de espera, rodeada de un silencio incómodo que parecía envolverla como una manta pesada. Las paredes estaban adornadas con pinturas tranquilas, pero ella no podía concentrarse en nada más que en el latido acelerado de su corazón. Cada segundo que pasaba parecía alargarse, arrastrándose ante ella como un río lento y pesadamente. “¿Qué estoy haciendo aquí?” pensó, sintiendo que la ansiedad la consumía.
El sonido de la puerta que se abría hizo que levantara la vista. Una mujer de mediana edad, con una sonrisa suave y ojos comprensivos, la llamó por su nombre. “Clara, soy la doctora Sánchez. ¿Estás lista?”
Clara se puso de pie, sintiendo una oleada de nerviosismo. “Lista” no era la palabra que elegiría, pero asintió y siguió a la terapeuta a su oficina. La habitación era cálida, con una luz suave que iluminaba los estantes llenos de libros y plantas que adornaban las mesas. Se sintió un poco más tranquila al entrar, como si esa calma la envolviera.
La doctora Sánchez le indicó que se sentara en un sillón cómodo, mientras ella tomaba su lugar frente a Clara. “Quiero que sepas que aquí estás a salvo. Este es un espacio donde puedes hablar sin miedo al juicio,” dijo, con una voz calmada.
Clara respiró hondo. “Gracias,” murmuró, mientras buscaba las palabras. Era un momento decisivo, uno que había estado esperando, pero que también la llenaba de miedo.
“Quiero empezar preguntándote cómo te sientes hoy,” propuso la doctora, observándola atentamente.
Clara dudó. “No sé. He tenido días buenos y malos. Pero hay una sombra… siempre está ahí,” confesó, sintiendo que las palabras salían con dificultad. Hablar de la depresión era como intentar desenterrar un tesoro en un campo minado; cada palabra podría llevarla a una explosión emocional.
La doctora asintió, comprendiendo. “Esa sombra, ¿puedes describirla?” preguntó, animándola a profundizar.
“Es como… como una niebla espesa que no puedo atravesar,” Clara explicó, su voz temblando. “A veces, simplemente no tengo energía. Otras veces, siento que estoy atrapada en un túnel y no hay salida.”
La terapeuta tomó notas, pero su atención seguía fija en Clara. “¿Hay momentos en los que esa niebla se siente más intensa?”
Clara cerró los ojos, recordando. “Sí, especialmente cuando estoy sola. La soledad se siente como un peso que me aplasta. A veces, me despierto sintiendo que no quiero enfrentar el día.”
“Entiendo,” dijo la doctora. “La soledad puede ser abrumadora. Quiero que sepas que no estás sola en esto. Muchas personas luchan con sentimientos similares.”
Clara se sintió un poco más aliviada al escuchar eso, como si alguien finalmente la estuviera entendiendo. “Pero hay días en que me siento completamente desconectada. No puedo encontrar alegría en nada,” agregó, sintiendo que las lágrimas amenazaban con brotar.
La doctora Sánchez le ofreció un pañuelo. “Es natural sentirse así. La depresión puede robarnos la alegría de las cosas que solían hacernos felices. Vamos a trabajar juntas en esto, Clara. Quiero que sepas que es un proceso, y está bien dar un paso a la vez.”
Clara sintió un pequeño destello de esperanza. “¿Cómo empiezo?” preguntó, buscando orientación en medio de su confusión.
“Primero, exploraremos tus pensamientos y sentimientos. Es importante entender qué desencadena esa niebla. También hablaremos de herramientas que pueden ayudarte a manejar esos momentos difíciles,” respondió la doctora, su voz llena de confianza.
“¿Y si no tengo las respuestas?” preguntó Clara, sintiéndose vulnerable.
“No tienes que tener todas las respuestas ahora mismo. Este es un espacio para explorar, sin presión. Estoy aquí para guiarte,” le aseguró la terapeuta.
Con cada palabra de la doctora, Clara sentía que una parte de la niebla comenzaba a disiparse. Decidió abrirse un poco más. “A veces, me siento atrapada en mi propia mente, como si fuera una prisionera de mis pensamientos.”
“Eso es común. A menudo, nuestra mente puede convertirse en nuestro peor enemigo. Vamos a trabajar en técnicas para desafiar esos pensamientos negativos y reemplazarlos con afirmaciones más positivas,” le explicó la doctora, anotando más en su cuaderno.
La sesión continuó, y Clara se sintió cada vez más cómoda compartiendo sus luchas. La terapeuta la escuchó con atención, validando sus sentimientos y ofreciendo herramientas prácticas que podrían ayudarla. Cuando la sesión llegó a su fin, Clara se sintió extrañamente renovada.
“Gracias,” dijo, sintiendo una mezcla de gratitud y alivio. “No pensé que esto podría ser tan liberador.”
La doctora sonrió. “Es solo el principio, Clara. Te animo a seguir viniendo y explorar estos sentimientos a fondo.”
Al salir de la consulta, Clara sintió que el aire era más fresco, como si la bruma que la había rodeado comenzara a despejarse. Sabía que el camino sería largo, pero al menos había dado el primer paso. “Tal vez no esté sola después de todo,” pensó mientras caminaba hacia su casa.
Esa noche, Clara se sentó en su habitación, rodeada de las sombras que tanto le habían asustado. Sin embargo, esta vez, en lugar de sentir temor, sintió una extraña calma. “Es solo el comienzo,” susurró, aferrándose a esa chispa de esperanza mientras la oscuridad la rodeaba.