El aire en la sala de terapia estaba impregnado de una calma inquietante. Clara llegó un poco antes de su sesión, con la mente aún girando en torno a sus pensamientos. Había sido un par de semanas intensas, llenas de altibajos. Había días en los que se sentía como si estuviera en la cima del mundo, y otros en los que la sombra de la depresión parecía cernirse sobre ella con más fuerza que nunca.
Al entrar, saludó a su terapeuta, que la recibió con una sonrisa comprensiva.
—¿Cómo has estado, Clara? —preguntó él, mientras ambos se acomodaban en los sillones.
—Ha sido complicado. Algunos días son buenos, pero hay otros en los que simplemente no puedo salir de la cama, —respondió Clara, sintiendo que la sinceridad era el camino a seguir.
El terapeuta asintió, su mirada enfocada y atenta. —Es normal experimentar altibajos en este proceso. La depresión es un viaje, no un destino.
Clara se sintió aliviada de escuchar esas palabras. La idea de que no tenía que ser perfecta, de que era aceptable no sentirse bien todos los días, era un consuelo en medio de la tormenta emocional que enfrentaba.
Durante la sesión, comenzaron a hablar sobre las herramientas que Clara había aprendido para lidiar con sus días difíciles. Compartió cómo había comenzado a practicar la meditación y la atención plena, pequeñas rutinas que la ayudaban a estar presente y a observar sus pensamientos sin juzgarlos.
—A veces, siento que mis pensamientos son como nubes oscuras, —explicó Clara. —Siento que se acumulan, y es difícil recordar que no son permanentes.
—Exactamente, —dijo el terapeuta, sonriendo. —Los pensamientos son transitorios. Pueden ser perturbadores, pero no tienen que definir tu realidad. Puedes aprender a observarlos y dejar que se vayan.
La conversación fluyó, y Clara se sintió más abierta al compartir sus experiencias. Habló sobre las veces que había salido con Ana, cómo sus momentos juntas le traían alegría, pero también la preocupación de que la depresión pudiera interferir con su amistad.
—A veces, me siento culpable, como si estuviera arrastrando a Ana a mi oscuridad, —admitió.
El terapeuta la miró con compasión. —Es importante recordar que la vulnerabilidad puede fortalecer las relaciones. Abrirse sobre lo que estás sintiendo no solo puede ayudarte, sino también a ella. La amistad se construye sobre la autenticidad.
Clara asintió, comenzando a comprender la profundidad de sus palabras. La lucha que enfrentaba no solo era suya; era una batalla que también podía compartir.
Al salir de la sesión, Clara sintió una ligera ligereza en su corazón. Decidió que ese día haría algo especial por sí misma. Se dirigió a un café local donde había visto un cartel de un evento de lectura de poesía. El lugar era acogedor, con una atmósfera vibrante que contrastaba con la soledad que a menudo la envolvía.
Cuando entró, un suave murmullo llenaba el aire, acompañado por el aroma del café recién hecho. Clara tomó un respiro profundo y se dirigió hacia una mesa en la esquina. Mientras esperaba, se sintió un poco nerviosa, pero también emocionada. La idea de sumergirse en las palabras de otros la llenaba de esperanza.
Durante el evento, varios poetas se subieron al escenario, compartiendo sus experiencias a través de versos. Clara se sintió conectada con sus palabras, especialmente con aquellas que hablaban sobre el dolor, la lucha y la búsqueda de luz en medio de la oscuridad.
Una mujer en particular leyó un poema que hablaba sobre la resiliencia y la importancia de aceptar las sombras de la vida. Clara se sintió tocada por la sinceridad de la poesía, y una chispa de inspiración la invadió.
“Quizás esto es lo que necesito,” pensó. “Expresar mis propias experiencias a través de la poesía.”
Al final del evento, sintiéndose impulsada por una nueva idea, Clara se acercó a la anfitriona.
—¿Puedo compartir algo en la próxima lectura? Me gustaría expresar lo que he estado viviendo.
La mujer sonrió, alentándola a hacerlo.
“Esto es más que solo un evento de poesía; es una comunidad,” le dijo. Clara se sintió bienvenida y emocionada ante la posibilidad de compartir su historia con otros.
Los días siguientes, Clara se dedicó a escribir sus propios poemas. A través de la poesía, encontró una nueva forma de procesar sus emociones y su viaje hacia la sanación. Las palabras fluían como un torrente, reflejando sus luchas y sus pequeños triunfos.
Cada verso se convertía en un faro de esperanza, una manera de darle sentido a lo que estaba viviendo. Escribir se transformó en un ritual, un espacio donde podía ser completamente sincera consigo misma.
A medida que pasaban las semanas, Clara empezó a asistir a más eventos de lectura, encontrando consuelo en la comunidad de poetas y oyentes. En cada sesión, compartía sus palabras, y con cada palabra compartida, sentía que sus demonios perdían un poco más de poder.
Sin embargo, no todo era fácil. Hubo días en que la sombra de la depresión volvía a aparecer, días en los que la tristeza se apoderaba de ella. En esos momentos, Clara recordó las herramientas que había aprendido en terapia.
“Está bien no estar bien,” se repetía. “Soy un trabajo en progreso.”
Con cada desafío, Clara se dio cuenta de que la lucha contra la depresión no era un camino recto, sino una serie de montañas rusas emocionales. Había días buenos y malos, y cada uno de ellos era válido en su proceso de sanación.
Esa noche, mientras se preparaba para dormir, Clara se sintió abrumada por un sentido de gratitud. “He avanzado tanto,” pensó, recordando cómo había empezado este viaje. “Y aún tengo mucho por recorrer.”
Con la luz apagada, se recostó en su cama, sintiéndose en paz. Sabía que la lucha no había terminado, pero estaba lista para enfrentarla, con la esperanza brillando en su corazón y la poesía como su guía.