En su mente

V

"La locura es relativa. Depende de quién tiene a quién encerrado en qué jaula" 

                                                                                                                   Madeleine Roux


—  Ahora, señor Cacciatore.—  comenzó.— Estoy segura de que entiendes, al igual que las autoridades judiciales italianas, que la razón por la que estás aquí conmigo en este momento es porque deseo responder a tus preguntas. No las suyas.—  la intensidad en su mirada pudo susurrarle que no deseaba de él solo preguntas. Un calor que emanaba hacia el exterior, casi hipnótico.—  Si hubiera querido responder a sus preguntas, lo habría hecho hace meses. Seguramente, un hombre tan brillante como tú lo entendería.

—  También debes entender que...

D'Angello levantó una mano, silenciándolo con un rápido movimiento. Como si esa mano se hubiera enroscado alrededor de su cuerda vocal aplastándola. Stefano apretó el lápiz con un poco de fuerza, controlando su propio temperamento.

Lo tuteó.

—  Por lo tanto, si las autoridades saben lo que es bueno para ellos, para su investigación, para esos chicos, deberían ser sabios al permitirte hacer tus propias preguntas.—  se inclinó hacia delante sobre la mesa.—  Además, estoy segura de que obtendrías mucha más información con las respuestas que puedes obtener tú que por las de ellos.

Una sonrisa adornó sus labios una vez más.

—  Suponiendo que las hayas respondido.— Stefano la desafió con su mirada.

La sombra de una sonrisa continuó jugando en el rostro de D'Angello, no lo suficientemente alta como para alcanzar sus ojos. No, había algo oscuro allí, un hambre, casi animal, en la forma en que lo miraba. Como si pudiera ver los pensamientos cuando entraron en su cerebro. Como si quisiera colocarlo sobre una mesa y diseccionarlo: mente, cuerpo y alma.

—  ¿Y si llegamos a un acuerdo? — preguntó después de pensar un momento.

El cazador ajustó las correas de su rifle.

—  ¿Qué clase de acuerdo?

Miró por la mirilla a su presa.

—  Sí. Haz las preguntas que quieras y te responderé, honestamente.

La peligrosa bestia emergió del bosque, revelando su posición.

—  Puedo simplemente preguntarte si asesinaste a esos hombres y acabaría con el juego.

Cerca. El dedo sobre el gatillo antes de mantener la respiración mientras se fija el objetivo.

—  Dudo que seas tan ingenuo como para hacerle una pregunta tan escueta a un espécimen como yo, la enorme cantidad de información en la mente de una presunta asesina en serie a tu alcance.—  ella lo analizó fijamente.— La falta de diversión al no recorrer a través de los laberintos de mi mente aparentemente enloquecida. No, tu codicia por el conocimiento es demasiado insaciable para eso, ¿no es así, Stefano?

Su lengua acarició su nombre dado por Dios.

¿Cómo supo ella su nombre?

Él ni siquiera pudo pensar en la incomodidad de sentirse descubierto, ella fue el delicioso festín que quería disfrutar con calma y a solas.

El cazador esperó a que la bestia se acercara un poco más.

—  ¿Y la trampa? — Stefano ignoró el uso de su nombre, ignoró las pupilas dilatadas de ella al observarlo.

Dos pisadas suaves. El dedo al rededor del gatillo.

—  Puedo hacer una pregunta a cambio y tienes que responder honestamente.

—  Bien.

Alguien efectuó el disparo, la sangre corrió a chorros. Aún no era preciso quién de ellos se encontró detrás del arma homicida.

Stefano finalmente comprendió la imagen en el periódico, los comentarios y las anécdotas de sus conocidos. Su presencia, su atención... era embriagador. Así fue como se salió con la suya durante tanto tiempo, cómo se las arregló para engañar a todos los que la rodeaban a pesar de lo espantoso de los asesinatos. Una joven carismática y agradable.

Pensó en los lectores de la afamada noticia periodística, las mujeres deseando ser como ella, y los hombres deseando tenerla a ella. Nadie imaginaria el aterrador poder de sus manos: capaces de estrechar una mano, arrancar una vida, y complacer a un amante.
Pensó a la vez en los cuerpos, en esos rostros que expresaron tanto terror. Fue una burla a ellos, a todos.

—  Bueno, entonces, quiero preguntarte acerca de tus benefactores: la familia Salvatore parece estar decidida a liberarte, ¿no es así?

—  No veo una pregunta ahí, señor Cacciatore.— chasqueó la lengua D'Angello.

—  ¿Cuáles cree que son sus posibilidades de salir de esto?.— señaló vagamente a la habitación.—  Especialmente considerando la ayuda de los Salvatore y sus "periódicos".

—  Ah, no veo que pienses muy bien de Il Giornalle entonces, ¿supongo? — preguntó D'Angello.

—  Está en lo correcto. No lo hago. Apenas constituye un periódico y mucho menos uno que informa sobre noticias. Es casi vulgar la manera en la que intentan elevar su imagen pública con glorias pasadas.

—  Pocos poseen el arte de las sutilezas.— D'Angello mantuvo una mirada burlona, ​​casi tentativamente complacida en sus rasgos afilados.

—  Aún no obtengo mi respuesta.— apuntó el psicólogo.

—  Ah, sí. Bueno, señor Cacciatore, creo que mis posibilidades de salir con la ayuda de... ¿Cómo las llamó? ¿Mis benefactores?, es casi segura.— ella acomodó su cabello, hubo arrogancia en su desinterés.

—  ¿Lo cree? — Stefano detuvo el impulso de garabatear en su libreta.

—  Sí. Supongo que ha visto mis contactos, señor Cacciatore. No entrarías en la habitación con una asesina, discúlpame, presunta asesina.— guiñó un ojo.— Sin prepararte adecuadamente, ¿verdad, Stefano?

El uso de su nombre fue letal. Todo chorreando sangre y vísceras con la sensualidad y sutileza de un cuchillo. Stefano sintió que podría ser menos peligroso masticar vidrio que sentirse tan cómodo frente a su presencia.




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