En su mente

X

"...que todos bailemos al son de la tonada que ella toca. Corazones sangrantes, y secos huesos en los cementerios, y lágrimas que queman al caer..., todos bailan juntos la misma música que ella ejecuta con esa boca sin risa que posee."

                                                                                             Bram Stocker



Stefano caminó a través de las calles atestadas de personas, la perspectiva fue bastante gris mientras se acercaba al estacionamiento donde había dejado su camioneta. La escuchó, el ruido inconfundible de sus pasos siguiéndolo desde que había salido de la prisión. No omitió comentario cuando ella se montó en el lugar del copiloto y las nubes por fin descargaron su furia contra el parabrisas. No tuvo intención de marcharse inmediatamente, el mechero en su bolsillo le permitió llevar un poco de nicotina a sus pulmones viciados de su esencia, del aroma al demonio que había dejado encadenado al infierno metálico en el que se encontraba purgando su alma, si es que tuviera una. 

Fiorella guardó silencio, siguiendo cada uno de sus movimientos sin poder relajarse, sus ojos pudieron expresar lo contenido, lo nunca dicho. Odiaba comprender el lenguaje corporal de su, ahora, "guardia personal", porque ella sabía que él la entendía sin escucharla, y eso lo obligaría a preguntar acerca de cosas que no quería discutir en este momento. Sus palmas sangrantes ardieron cuando tomó el volante entre sus manos. 

— ¿Qué sucede? 

Su voz masculina interrumpió el silencio. Fiorella pestañeó mirándolo de soslayo, fingiendo confusión mientras prestaba atención a los peatones escapando de la intensa lluvia. 

— ¿De qué estás hablando? No sucede nada.— respondió brevemente. 

— No volveré a preguntarlo. 

Se hizo silencio, el vacío pesado que parecía querer asfixiarlos a ambos dentro del vehículo. Esperó con paciencia que Fiorella comenzara a manifestar su agresión pasiva, donde el silencio le hizo creer ingenuamente que no tendría que escucharla, pero ella finalmente giró su rostro hacia él, mirándolo directamente.

— ¿Qué estás haciendo, Stefano? — Su expresión era la representación de la incredulidad, parecía desconcertada.

La luz roja del semáforo frente a ellos le permitió mirarla de frente por un instante, su pregunta inesperada hizo que frunciera el ceño. Las gotas siguieron golpeando el coche, la calidad grisácea del día bañó su rostro, haciendo lucir los ojos de la joven frente a él aún más traslucidos y puros. Ella pudo ser fácilmente la pequeña luz del oscuro horizonte de algún alma perdida. 

— No entiendo qué quieres decir. 

— Sabes bien de lo que estoy hablando, no intentes tratarme como a una tonta. 

Stefano tuvo un recuerdo fugaz y vívido de algunas de sus peleas juveniles. Ella fue siempre consciente de la habilidad que tenía para leer las situaciones con facilidad. No fue la excepción, de hecho. 

La luz del semáforo cambió a verde, sus ojos diferentes volvieron a posarse en la carretera. 

— Eres un gran profesional, pero la estás subestimando. He visto lo que puede hacer con mis propios ojos. He visto lo que le ha hecho a otros oficiales, a sus guardias, a las mujeres que la escoltan, tiene... ella tiene... — su voz se apagó, tapó su rostro con ambas manos mientras negaba, y luego lo miró directamente.— Una forma de envolver a la gente. Todos terminan cayendo por ella. 

Stefano se mantuvo calmo aún cuando la mujer a su lado parecía enredarse en los nudos de sus propios nervios; guardó su propio enfado por debajo de la superficie, pero su tono de voz no fue tan neutral como sus gestos. 

— Espero que no estés insinuando lo que estoy entendiendo. 

— Es exactamente lo que estás entendiendo.— su afirmación no retrocedió ante el veneno que pudieron enviarle sus ojos diferentes. 

Fiorella ni siquiera notó que la camioneta había estacionado frente a su casa, y sostuvo su mirada en silencio mientras sólo los envolvió la lluvia y el viento decadente. 

— Quiero oírte decirlo.

Su tono de voz fue tan irrisorio y desafiante que sus mejillas que tiñeron rosadas de vergüenza e indignación. Hubo una pausa, Fiorella no dudó. 

— Estás siendo manipulado por ella, Stefano.

— Ah, crees que tengo menos capacidad que... ¿cómo dijiste? ¿oficiales y guardias?— Stefano escupió las palabras.— ¿Crees que me la quiero follar, Fiorella? 

Estaba tenso, parecía tan incrédulo como ella, pero incluso mucho más molesto. Una risa burlona escapó de sus labios, y Fiorella recordó la parte que más había aprendido a odiar de él, esa que la hacía sentir tan inferior en cada discusión. 

Su silencio le regaló tanto qué pensar que pudo sentir algo parecido a la decepción hurgando en algún rincón de su mente. 

Fiorella pensó que él quería follarla. A esa mujer, a ese demonio que había torturado, mutilado y asesinado a tantas víctimas. Fiorella, quien lo había conocido mejor que nadie y se había convertido con los años en una gran amiga, dudaba de su moralidad y su capacidad como profesional. Intentó separar clínicamente su odiosa indignación frente a ese conocimiento del hecho de que posiblemente los pensamientos de su amiga se debían a sus celos molestos, esa extraña naturaleza humana de posesividad que ella siempre le había dedicado secretamente. 

— ¿Tendría que tener algún deseo por ella porque es atractiva? 

— Oh, entonces crees que es atractiva.— declaró Fiorella, y se inclinó hacia atrás apoyándose en el cabecero mientras reía y levantaba sus cejas, como si hubiera realizado un gran descubrimiento. 

— Madura, Fiorella.— Stefano peinó su cabello hacia atrás con sus propios dedos.— Todo el jodido mundo piensa que lo es, sólo toma un maldito periódico ¿Esa es tu gran razón para asegurar una estupidez?  




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