En su mente

II


"La confianza de los inocentes es la herramienta más útil de los mentirosos" 
                                                                                     Stephen King


 

Aceptó a regañadientes ser el copiloto del agente de policía, el silencio inamovible reinó la mayor parte del camino, hasta que algunos kilómetros antes Alessio apuntó con su barbilla el sobre de cartón que reposaba sobre el tablero de su coche.

— Será mejor que le eches un vistazo, quizá quieras tener algo de material para saber qué preguntas serán más propicias.

Estaba claro que Stefano había analizado la carpeta que su jefe le había proporcionado hasta el mismo cansancio, pero aún cuando las palabras muertas sobre el papel hicieron volar su imaginación sobre escenarios sangrientos, hubo un hambre morbosa obligándolo a inspeccionar el contenido.
Alessio lo observó con su visión periférica, intentando captar su reacción. El material podía descomponer los estómagos más fuertes. Stefano las observó, reflexionando.

— ¿Hay algún patrón en los asesinatos que llamen tu atención?

Alessio meditó el cuestionamiento de su compañero por algunos segundos, el mismo tiempo que tardó el psicólogo en contestar su propia pregunta: todos y cada uno de los cuerpos estaban acomodados meticulosamente. En las noticias hablaron de locura desmesurada al referirse a las escenas, pero hubo una macabra tendencia artística en la manera en que los escenarios y el propio cadáver habían sido ordenados, una labor post mortem, alejado del frenesí intrínseco de un psicópata.

Una de las fotografías entre sus dedos fue, sin duda, tomada por un profesional cuya mano no tembló frente a los acontecimientos a los que se enfrentó detrás del lente. Un hombre estaba sentado en una silla, sus hombros rectos se apoyaron contra el respaldo mientras sus brazos rodearon su propia cabeza de manera enfermiza, acunando su rostro. La mueca de grotesco terror plasmada en su rostro quizá hubiera sido más visible si tan sólo sus ojos no hubieran sido arrancados de sus cuencas, la sangre caía coagulada de los huecos en su cráneo que fueron ocupados por pequeñas esferas amarillentas.

— Encontraron sus ojos dentro de la boca.— contestó Alessio a una pregunta no formulada.

Stefano direccionó su atención hacia la boca del occiso, cocida de manera desprolija, algunos pedazos de piel sostenidos únicamente por el hilo que los unía.

— La mayoría de los cadáveres fueron despojados de sus ojos, y si no los encontraron dentro de alguna cavidad, su asesino parecía guardarlos para asesinatos posteriores, comprobando la relación entre las muertes. Además, se han encontrado reptiles, sobre todo serpientes, en el interior de los cuerpos.

Si Stefano había tenido alguna reacción al respecto, Alessio no pudo captarla en su rostro, él siempre le pareció tan estoico e inhumano. El psicólogo tampoco se mostró asombrado cuando iban llegando a su destino: la cárcel destinada a casos especiales, como los del ángel de la muerte, era un edificio imponente alzándose sobre la cabeza de los mortales. La lluvia golpeaba las paredes impenetrables de adoquín astillado, cuya estructura helaba la sangre de policías y reclusos por igual; poseía un aura sofocante que forzaba un instinto de lucha o huida, una necesidad carnal que te incitaba a correr, lejos.
Alessio escuchó todo tipo de historias acerca de lo que le sucedía a los reclusos que habitaban su inmunda estancia allí, de algún modo, quiso comprender que vigilar a criminales tan irrazonables costaba una cuota de propia cordura.

El auto se detuvo lentamente, la lluvia volviéndose más copiosa.

— Vamos, ya están esperándonos.

(**)

— Ah, entonces este es el dúo que según Leonzio podrá lograr lo que mis mejores policías y psicólogos no.— un hombre de barba frondosa aplastó el final de su cigarrillo contra el cenicero, sus ojos azules inspeccionaron a los jóvenes frente a él, la mirada que les dirigió demostró un descontento palpable.-—Subdirector Giovanni Vespucio.

— Alessio Di Fiore, agente del Departamento Policial.

Su compañero fue formal en su presentación, estirando su mano por algunos avergonzados segundos antes de bajarla ante la falta de respuesta. El tal Giovanni no parecía albergar amabilidad para los extranjeros.

-—Stefano Cacciatore.

— Las puertas de nuestra institución normalmente están cerradas para tanta cantidad de personal de departamentos innecesarios y ajenos revoloteando por las instalaciones, pero las necesidades lo ameritan, supongo.

— Solemos volvernos necesarios cuando la ineficiencia del personal cotidiano se vuelve demasiado evidente.

Alessio giró su cabeza mirando de manera fulminante al psicólogo a un lado de él, el cual se había enfrascado en un desafío con el subdirector frente a ellos. Desafiar a una autoridad ajena a sus departamentos nunca fue una primera actividad favorable, y se sintió ansioso por terminar aquel incómodo encuentro:

— ¿Podría guiarnos hacia la celda del acusado?

Giovanni tardó en contestarle, su voz neutral sonando lejana entre la niebla de hostilidad que se alzó entre los dos hombres.

— Ah, sí. — el hombre fornido ajustó el arma en su cinturón mientras rodeaba su escritorio.— Síganme.

(**)

Luego de sortear el bloque de las oficinas, los pasillos que guiaban a las celdas fueron un laberinto gris y repleto de humedad que podrían recordar a duras penas luego de un primer recorrido, los corredores se mezclaron en algún punto donde el concreto se percibió cada vez más asfixiante a su alrededor. Giovanni abrió otra serie de rejas antes de bajar una escalera que los sumergió a las entrañas de la cárcel donde la temperatura bajó algunos grados; al entrar finalmente a la sala de detenciones con mayor seguridad, el inconfundible sonido de los gritos invadieron la mente de los recién llegados, rebotando contra las paredes, perforaron sus oídos hasta que no estuvieron seguros desde qué dirección venían exactamente o si todos gritaron a la vez al escucharlos.

Una aterradora bienvenida, sin dudas.

Se detuvieron frente a una puerta, dos guardias inamovibles se paraban a cada lado de la puerta sosteniendo porras entre sus manos, en sus cinturones descansaron armas de electrochoque, gas pimienta y un par de esposas de metal.




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