En su mente

XI

— Bien, srita. D'Angello, ahora me gustaría que respondiera a algunas preguntas. 

Su ceño se arqueó, un intenso calor emanó de esos ojos estigios. No, a Arabela D'Angello no le gustó que sus bromas habituales fueran abandonadas por almidonadas preguntas clínicas sobre su psique. Levantó sus manos para que descansaran muy delicadamente sobre la mesa, una larga cadena uniéndolas, enroscándose alrededor de sus caderas y pies. Sus nudillos aún estaban pintados de ese púrpura enfermizo.

— Mencionó al final de nuestra última sesión que sus impulsos asesinos comenzaron en la pubertad, algo que, estoy seguro de que es muy consciente, indica un vínculo entre el sadismo sexual y el asesinato. Lo que me pregunto es si alguna vez tuvo relaciones sexuales con los hombres antes de que supuestamente los asesinara. 

Stefano la miró de manera neutral mientras que su voz sonó intencionalmente seca. 

—  Buenos días, Stefano.— D'Angello habló lento deliberadamente.—  ¿Cómo te encuentras esta mañana? —  Una sonrisa cortés apareció en sus labios, fue un tirón juguetón de la cuerda que unía la tensión del ambiente. 

—  Responda la pregunta, señorita D'Angello. 

Un tic, sutil, tan sutil que uno no sería capaz de notarlo si no lo estuviera buscando. Solo un ligero parpadeo en el ojo izquierdo, un breve endurecimiento en sus delicados nudillos. Y luego, nada.

—  Cualquier sexo que tuve con los hombres fue antes de sus muertes prematuras.—  puso tanto énfasis en la palabra, como si no tuviera nada que ver con eso.

— ¿Obtuvo un mayor placer sexual al saber su destino inminente?—  preguntó Stefano. 

No redujo la velocidad de sus escritos frente a lo que escuchaba y veía, su lápiz se movió libremente mientras hacía y deshacía los bosquejos sobre ella. 

—  Creo que era mi pregunta, señor Caciatore.

Ella omitió usar su primer nombre de manera consciente, como si su discutible comportamiento fuera penado con el aplastamiento de la familiaridad que había gustosamente compartido con él al pronunciarlo. Su voz fue, sin embargo, una caricia suave, la lengua de una serpiente moviéndose, saboreando el aire entre ambos. 
 

— No, no lo es. No existen los acuerdos transaccionales en la naturaleza de los interrogatorios.— Stefano la miró fijamente.— Hago una pregunta, tú la respondes. Así funciona esto. 

Fue él mismo quien tomó esa familiaridad y se burló de ella al tutearla, al recordarle cómo eran sus relaciones de poder. 

D'Angello se había quedado muy quieta, Stefano habría pensado que incluso había dejado de respirar si no fuera por los breves destellos de sus fosas nasales, la furia en sus ojos. 

— Ahora, por favor, responda la pregunta. 

El pulso de D'Angello latía a un ritmo constante en su yugular mientras observaba al detective, los tendones de su mandíbula parpadeaban tan maravillosamente. Oh, estaba tan llena de rabia que apenas podía respirar.

Fue un espectáculo maravilloso. Por fin, por fin podría notar su mente irracional y diseccionarla a su gusto. 
Definitivamente apostaría dinero a la idea de que toda su perspectiva en torno a él había cambiado. Se había puesto en una posición de ganar-ganar: o D'Angello tomaría su enfoque anterior con los psiquiatras y esta sería su última sesión. O, la opción menos probable mientras lo miraba con los ojos llenos de ira: ella se doblaría, se rompería en pedazos pequeños y digeribles y le permitiría engullirlos, para finalmente entrar en su mente. Quizás la opción más probable sería que ella se abalanzara sobre la mesa, retorciendo esas cadenas alrededor de la columna de su garganta y ahorcarlo. 

— Sí, lo hizo.

 

Solo tres pequeñas palabras. La naturaleza tan depravada de su confesión fue tan repentina que cautivó a Stefano por unos cuantos segundos, olvidó  de tomar el lápiz con la rapidez que lo había hecho hasta entonces. Tomó su carpeta negra con calma entre sus manos, acomodándola frente a él. 

— ¿Experimentó excitación mientras cometía sus crímenes? — Stefano omitió el 'supuesto': se aventuró a comprobar si habían superado ese punto. 

— Sí.

— Y, sin embargo, rechaza todas las acusaciones de violación, ¿correcto?

— Sí. Ya los había poseído de esa manera de antemano, no había necesidad de humillarlos más de lo que ya serían.— su voz era baja, hablando entre dientes.

— ¿Serían? 

— La pose de los cuerpos, el acto mismo del asesinato fue, en algunos casos, una humillación.—  Una pausa. — Solo algunos provocaron en mí lo suficiente como para masturbarme luego de cometer el asesinato.— Arabela se inclinó sobre la mesa con complicidad, Stefano la siguió sin notarlo.— Lo hice y disfruté cuando su sangre aún estaba caliente sobre mí, cubriéndome... —
Su voz se apagó, sus párpados se cerraron. Se pasó la lengua por la costra del labio distraídamente.


— ¿Cree que su continua y sostenida violencia contra los hombres es sintomática de la falta de relación con su padre? 

Sus ojos ambarinos brillaron extasiados al mirarlo, ambos estaban inclinados cada vez más cerca sobre la mesa, supo que él podía verse ante sus ojos asqueado o fascinado de que le diera tantas respuestas, sin reprenderlo frente a las afirmaciones de culpabilidad. Tal vez, ella por fin le diera la pieza faltante a su rompecabezas. 

 

— Creo que ya dejó bastante clara su afirmación de esto en nuestra primera sesión, señor Caciatore.—  dijo D'Angello arrastrando las palabras perezosamente, abriendo los ojos lentamente. Sus pupilas estaban muy abiertas.— Y creo que te dije que tu afirmación estaba equivocada. Qué olvidadizo de tu parte. 


Siempre fue de esta manera. Cuando había un patrón de violencia contra el sexo opuesto, siempre había algo que lo iniciaba, el comienzo del odio. Un momento desencadenante que pondría al sujeto en un camino de destrucción por el resto de su vida. Ya sea abuso, negligencia o, en el caso de D'Angello, la no entidad completa de la figura parental, siempre hubo ese factor subyacente: la ausencia de su padre, su muerte prematura. 




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