"El maestro habría pasado una vida agradable — pese al diablo y todos sus manejos — si en su camino no se hubiera cruzado una mujer, ente que causa más confusión al hombre mortal que cualquier fantasma, duende o la estirpe entera de las brujas."
— Washington Irving
El detective se sentó en el escritorio que Alessio ocupaba en la prisión, temprano por la mañana había recibido su llamada, esperando que él acudiera a la oficina que ocupaba recientemente gracias al trabajo asignado. La humedad se adhería a las paredes como hiedra venenosa, y la minúscula ventana cubierta de gruesos barrotes apenas permitía la entrada de los pequeños rayos del sol invernal que por fin se habían asomado por la ciudad. El ambiente fue frío, capaz de helar hasta los huesos. La gabardina negra apenas hacía el trabajo de protegerlo de tal inclemencia, no hubo prenda que pudiera entibiar su alma congelada. Un latido de dolor entumecido todavía emanaba de los moretones, lo ignoró. Sin embargo, las marcas aún ardían: un calor rizado que bordeaba las ampollas le impidió llevar sus habituales camisas negras con tranquilidad, su saco hizo el trabajo de tapar las lastimaduras de miradas curiosas.
El calor fue, sin embargo, quizá demasiado delicioso en una mañana tan fría como aquella.
Alessio entró en la oficina sin tocar a la enorme puerta de roble que se mantuvo cerrada con la razón de no ser perturbada ni siquiera por el verdadero ocupante del espacio.
— Cuando una puerta se encuentra cerrada, por lo general, lo educado es tocar.— explicó con desdén mientras seguía husmeando los papeles sobre el escritorio del policía.
El pelirrojo ni siquiera intentó interrumpir su tarea, sentándose frente a él mientras ponía en medio de ambos el cenicero que el intruso ya había usado por lo menos dos veces antes de que llegara.
— Esta es mi maldita oficina.
Stefano le dedicó una mirada cargada de burla antes de contestar.
— Eso explica el ambiente cutre.
— Al menos me asignaron una.
Su comentario fue acompañado por una sonrisa ladeada que pudo irritar a Stefano en otras circunstancias, sin embargo, el detective se concentró en el hecho de que el policía lucía cansado, medias lunas oscuras bajo sus ojos inyectados en sangre. Siempre tuvo el aspecto emulado de las series televisivas de policías de los '90, siempre preocupado por llevar su cabello del color del fuego positivamente despeinado. Parecía realmente enfermo, con sus mejillas casi cóncavas.
La realidad es que normalmente hubiese pasado aquel conocimiento por alto, pero la fuente de aluminio con comida casera que le había llevado a su casa vino a su mente, y le recordó que no era bueno deberle favores a nadie. Bien, podría devolver su empatía preguntándole por su estado.
— Te ves tan demacrado como este lugar.
Alessio clavó sus ojos avellanas en el detective frente a él, fue su turno de devolver la mirada burlona.
— Oh, ¿es preocupación lo que escucho?
— Jódete.
El policía tiró frente a él un periódico, el nuevo titular del único medio de comunicación que no colmaba de flores y halagos a la presunta asesina, pero tampoco hacía mención de su identidad.
"L'ANGELO DELLA MORTE: CINCO CARGOS AÑADIDOS A LA LISTA DE ASESINATOS: ¡ LOS NOMBRES ASCIENDEN A MÁS DE VEINTE VÍCTIMAS!"
— Dos hombres, dos mujeres y una niña pequeña.— Alessio movió su cigarrillo, descartando nuevamente las cenizas.— Muy espeluznante sin duda.
Stefano observó con tranquilidad el diario frente a él, había desayunado aquella noticia. Sí, era definitivamente espeluznante, recordó la manta pequeña repleta de sangre, la cabeza de la serpiente en la boca de ese joven. El olor rancio pareció trepar por sus piernas y volver a instalarse en sus fosas nasales, pútrido, grasoso. La piel cayéndose a pedazos del hueso, descompuesta, atacada por pequeñas larvas de gusanos que se saciaron de su carne hasta morir.
— Sí, sin duda.
— Sabes.— el diario quedó entre ambos, Alessio pareció especialmente interesado en su reacción.— El jardinero de la propiedad, un viejo estúpido, tenía un testimonio interesante que contarle a las autoridades italianas...
Lo supo, desde el momento que el titular apareció en esa habitación.
— ¿Ah sí? ¿Qué fue tan interesante?
Sus ojos diferentes lo analizaron esperando por una respuesta, no intentó demostrar desconocimiento, lo desafió silenciosamente.
— Sí. Dijo algo sobre un hombre con unos ojos peculiares: aparentemente estaba merodeando por los terrenos antes de que el señor Da Rosa lo confrontara para evitar que ingresara a la propiedad.— hubo una pausa, Alessio se permitió una ligera sonrisa cargada de triunfo.— Él le mostró una tarjeta de identificación: Stefano Cacciatore.
La mandíbula de Stefano se tensó, sus labios tuvieron un rictus.
— Afortunadamente, fue el servidor público frente a ti quien tomó las declaraciones de los testigos ese día, haciendo horas extra cuando escuchó al jardinero tener mucho qué decir sobre aquel hombre misterioso.— él relajó su cuerpo contra la silla.— Supongo que si pregunto a dónde estabas la noche del jueves podré adivinar que estabas jugando al forense en la casa de D'Angello.
Se sostuvieron la mirada durante algunos segundos, aunque Alessio parecía demasiado divertido como para sentirse amenazado de alguna forma. Stefano no pudo comprender por completo sus intenciones ahora que tenía esa información en sus manos. Llevaban años trabajando a la par, pero era cierto que Alessio parecía comportarse un poco menos idiota desde que el caso de D'Angello les había sido asignado. Fue incluso útil, desde su exigente perspectiva, en muchas ocasiones. Sin embargo, no sería capaz de ocultar información a los superiores, no para salvar su pellejo, definitivamente no.
— Me debes una grande, Stefano.
El detective fue incapaz de ocultar la sorpresa plasmada en su rostro, esto se sentía incluso como desarrollar camaradería. Y ellos difícilmente habían sido amigos en el pasado, no supo cómo interpretar aquel gesto desinteresado.
— Acabo de salvar tu jodido pellejo, espero un agradecimiento.
Una sonrisa ladeada asomó en los labios de Stefano. Bien, después de todo, no sería tan malo contar con él.
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Editado: 26.02.2023