En su mente

XVIII

"Él también daba la impresión de vivir fingiendo, como si hubiera visto una serie de vídeos para aprender a sonreír y hablar con la gente. No tenía talento para fingir como yo, y el resultado nunca era convincente, pero sentía cierta afinidad."
                                                                                                     Jeff Lindsay

Stefano se mantuvo quieto de manera corporea, más su mente se revolvió enloquecida en el torbellino de un mar profundo. El peso del mundo sobre sus hombros se sintió como una fractura en sus costillas, una burla cruel acerca de cómo se había sentido ganador de una lucha contra el Diablo llevando solamente un crucifijo y una biblia con palabras vacías de fe. Sí, el mortal pecado que había cometido, ofendiendo quizá al mismo Infierno, al creer que podría vencerla en un juego en el que ella había inventado las reglas.

Él la creyó la reina del tablero, a la que por fin había puesto en jaque, simplemente no había notado que ella pudo ser la mano artífice que movía todas las piezas monocromáticas. 

Hubo, como siempre lo fue con ella, mucho más que el propio sabor amargo de la derrota, hubo sangre en sus manos que no podría lavar, tantos daños colaterales que había pasado por alto. Entonces los remolinos en su mente se detuvieron y el rostro de Fiorella fue un destello que lo hizo perder el aire en sus pulmones. Fiorella, su amiga y compañera, la única relación romántica que había tomado con seriedad.

D'Angello la había lastimado. 

Ese pensamiento lo empujó hacia arriba mientras dejaba atrás las voces autoflagelantes que susurraron barbaridades sobre su existencia y su labor. Respiró profundo mientras caminaba con determinación hacia la puerta, un aroma a oxido invadió su mente y le recordó los surcos de sangre que originaron sus nuevas heridas. Encontró algún tipo de impulso enfermizo en el dolor punzante, una ira renovada que lo hizo deshacerse del ancla que ella había atado a su cuello en aquella habitación. 

Miró hacia afuera, observando ambos extremos del corredor. Nada extraño aparte del parpadeo ocasional de las luces de emergencia que ahora habían encendido. Al menos la energía había vuelto, esta crudeza clínica se sentía más y menos aterradora que un posible deambular por un centro mental sin linterna. Stefano volvió sobre sus pasos y notó un pasillo por el que anteriormente no había cruzado, creyó acertivamente que esta fue la encrucijada en la que ambos se habían alejado del otro. Decidió ir por allí ya que no había movimiento por esta ala, todas las oficinas abandonadas y los armarios vacíos, esta no sería la prioridad de los guardias nocturnos, no. 

La sangre zumbando en sus oídos mientras caminaba a través de los espacios laberínticos, el sonido de sus zapatos haciendo eco, la soledad engullendo todo. Hasta que ya no lo hizo. Dobló una esquina, una esquina sin importancia como las cientos de otras que acababa de doblar anteriormente, y contuvo la respiración. Fiorella, su tierno amor de la infancia, yacía en el suelo en un charco de sangre, sus respiraciones dificultosas fueron la única indicación de que todavía estaba viva.

Stefano corrió, la preocupación adueñándose de su pecho. Se arrodilló a su lado, sin preocuparse por el escarlata que habitaría en las fibras de su ropa, en su piel. Las manos del detective se suspendieron justo por encima de su forma mientras comenzaba a notar su estado, sus dedos rozaron tentativamente su rostro, ella estaba tan pálida y fría. Lágrimas resbalaron de sus ojos azules, esos que destacaban contra su piel como dos galaxias estrelladas, en medio de un blanco inyectado de sangre visible bajo sus pálidas pestañas. Como si pudiera reconocerlo aún en su estado, como si ella tuviera la certeza de que por fin estaba a salvo bajo su escrutinio, las lágrimas siguieron resbalando, mientras su consciencia se desvanecía lentamente.  
Tenía un corte contundente en la parte inferior del abdomen, el líquido vital huía de su cuerpo al ruido de un intermitente goteo. El charco de sangre a su alrededor era tan grande, un verdadero lago de rubí cuando Stefano la levantó en su regazo lentamente, su cuerpo pequeño fue maleable, una linda muñequita a la que había descuidado tanto en el camino hacia la destrucción. 

La tomó entre sus brazos a sabiendas de que nadie vendría a investigar esta parte del edificio mientras siguiera vigente la alerta que aún murmuraba peligro en los pasillos. El conocimiento de su piel fría y su cabeza colgando hacia atrás sobre su brazo fue devastador, las hebras de su cabello se mecieron al ritmo de la caminata. Le susurró, como había hecho todas las noches antes de que se durmiera a su lado, promesas vacías de una larga vida por vivir, murmuró disculpas mientras guardaba bajo la superficie la bestia que rugía lamentos al notar lo lejos que se encontraba la multitud. El ruido se volvió ensordecedor y no supo cuánto tiempo pasó antes de que la gente los rodeara, dos miembros del personal de la enfermería la arrancaron de sus brazos mientras la alejaban de él, todo sucedió despacio desde su perspectiva, al compás de las respiraciones del pecho de Fiorella al que él había estado aterradoramente atento. Lento, extremadamente lento, inexistente. 

Sí, hablaron con él y lo atendieron algunos minutos después sin que se opusiera. Había entrado en un estado casi de trance, como si estuviera en el fondo de una piscina muy grande y muy profunda. Las palabras a su alrededor eran amortiguadas, simplemente sonidos que intentaban penetrar una gruesa capa de nada en la que se había envuelto. Su cerebro estaba a un millón de millas de distancia, su cuerpo estaba muy presente, en equilibrio sobre la punta de un cuchillo mientras comenzaba a moverse hacia ella. Hubo una cadena de pensamientos coherentes que lo unieron a la realidad a medida que se acercaba hacia su destino, no estaba seguro de lo que haría, si intentaría arrancarle un corazón, que seguramente ya tendría putrefacto, y engullirlo para beber de su sangre y drenarle el alma con el único fin de poseerla de manera mundana finalmente, el peor castigo que puede imponerse a un Dios.

En cambio, cuando llegó fuera de la celda de Arabela D'Angello, en medio de una bulliciosa escena de camilleros, policías y sangre, simplemente se quedó allí. Un oficial de policía sin rostro le estaba hablando, anotando los relatos de los testigos de lo sucedió durante el apagón. Había pasado por otras celdas donde la policía estaba haciendo lo mismo, solo que no pensó que se tomarían el tiempo para hacerlo con ella. Y, sin embargo, Arabela D'Angello estaba sentada en su cama, hablando con el oficial de policía, mientras que su rostro, oh, sí, su precioso rostro de ángel tenía una expresión nerviosa pintada en sus rasgos. Vistió la inocencia con las cejas juntas por la preocupación mientras respondía las preguntas, su voz femenina suave y sus ojos ambarinos casi la coronaron con una aureola sobre la coronilla. La pequeña testigo perfecta. 

Stefano la observó desde la puerta de su celda, empapado de la sangre de su amiga. El oficial se giró para mirarlo y le hizo una pregunta que no registró. Mientras lo hacía, los ojos de Arabela revolotearon hacia él, siguiendo su forma lánguidamente, vorazmente. Había fuego en sus ojos, incendiando todo lo que tocaban mientras lo miraba desde debajo de sus largas pestañas. Se pasó la lengua por los labios, un brillo húmedo bajo la fría luz blanca de la celda. Y luego guiñó un ojo, fue un momento apenas perceptible, pero la sonrisa venenosa que le regaló no dejó ninguna duda en la imaginación de Stefano de lo que había visto. Fue suficiente, la bestia emergió, dio un paso dentro de la celda. 

— Stefano.— una mano agarró su hombro, clavando los dedos fuertemente en la carne, su nombre sonó como una advertencia, el asalto planeado había salido mal. Lástima.— Stefano, te estaba buscando. Me llamaron por la escena y cuando supe lo de Fiorella sabía que estarías por aquí.

Alessio ni siquiera hizo mención de la peligrosa acción que acababa de frustrar, el oficial apenas mantuvo la atención sobre ellos antes de volcarse nuevamente hacia su testigo. Lo alejó de la celda de D'Angello mientras hablaba, ambos compartieron una mirada llena de entendimiento. 

— ¿Por qué estás aquí? 

Stefano no fue demasiado amable, sus manos cubiertas de la sangre de Fiorella le recordaron nuevamente la situación desagradable en la que se encontraba. 

— Estoy a cargo de la escena del crimen, Stefano.— su voz sonó más cercana al cansancio que a la intimidación, hubo algunas ojeras debajo de sus ojos. 

— ¿Escena del crimen? 

Su cuerpo entumesido fue lanzado hacia la superficie impoluta de un lago congelado, allí donde rompió la calma y las espesas olas de disociación lo dejaron por fin respirar por encima de la serenidad fría. Todo fue brillante, demasiado ruidoso, el ruido metalico de las camillas, el sonido de las sirenas, los vaivenes humanos. 

— Cuatro guardias apuñalados: todos asesinados. Fiorella aún está viva gracias a ti.— Alessio lo miró atentamente, escaneando finalmente su estado, una forma de consuelo quizá. 

— ¿Ella estará bien?

Hubo silencio, los segundos se estiraron como el caramelo y los ojos diferentes del detective miraron al policía con algo parecido a la urgencia impaciente. 

— Va a estar bien. El médico la llevó a un hospital para tratar sus heridas, la mayoría de ellas son superficiales. 

El consuelo fue vacío, totalmente ineficiente. Su pronóstico bienaventurado no bastaba, el conocimiento de su bienestar fue incluso más desesperante. La línea de lo que se sentía correcto se rompió desde el momento en que él se arrastró por los pasillos dejando un rastro de su sangre. 

— D'Angello lo hizo. —breve, sucinto, factual.

Alessio lo observó fijamente, parecía... preocupado. Existió un borde de escepticismo plagando su mirada cuando escudriñó la sangre en las manos de su compañero, cuando vio los márgenes que contenían su ira latente diluyéndose, un monstruo asomándose hacia el exterior. Stefano no pudo ni siquira concebir la idea de justificar sus declaraciones, el ansia contenida de volver sobre sus pasos fue lo suficientemente fuerte como para mantenerlo anclado, pero también en silencio. 

— No sabes como me gustaría que ella lo haya hecho, tener una razón para mantenerla encerrada de esta manera, pero... 

Las manos bañadas de escarlata tomaron entre sus puños la camisa de vestir arrugada de Alessio, el blanco tiñiéndose. Sus rostros estuvieron frente a frente, la ira emanando de ambos hombres. 

— No, no me jodas, Alessio.— su tono gélido sonó más como una promesa que como una amenaza. 

El policía lo empujó con fuerza y, aunque logró que sus manos soltaran su camisa, su distancia no se amplió en lo absoluto. 

— Sus guardias estuvieron fuera de su celda toda la noche, imbécil. Dijeron que no se movió de allí. 

Stefano soltó una burla, un tipo de tono seco al que se accede siendo preso del cinismo. 

— Tienes que estar bromeando. 

Definitivamente no hubo rastro de humor en sus ojos. 

— No puede simplemente esfumarse en el aire frente a dos guardias, y aún si lo hiciera, hay seguridad más allá de los primeros veinte metros. 

Alessio suspiró con cansancio, sosteniendo el puente de su nariz. Stefano ni siquiera pudo creer lo que estaba presenciando, no fue solo el ansia de justicia, cuasi venganza, sino los niveles de ingenuidad que notó lo que colmaron su propia paciencia. Uno de los lacayos que traía con él llamaron la atención del policía mientras esperaban por indicaciones. No, no hubo momento ni lugar para la charla pendiente que Alessio le prometió mientras negaba con la cabeza y lo miraba. 

La policía forense pasó a un lado de ellos, la bolsa negra cubriendo un cadáver encima de una camilla, el final de sus intercambios mientras el psicólogo le daba la espalda a su compañero y comenzaba a encaminarse hacia las oficinas. 





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Buonasera! Hoy tenemos doble actualización así que nos leemos en la siguiente parte ;)  




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