El lugar ni siquiera se parecía a la carnicería que recordaba vagamente, todo estaba absolutamente pulcro.
Después de un crimen tan atroz solían resguardarse las pruebas durante semanas para el trabajo de los peritos. Esto, sin embargo, se sintió como si nada hubiese sucedido. El piso de cemento no tenía ni siquiera una gota de sangre. Se borraron las vidas perdidas, se olvidó el dolor: lo de siempre.
Había regresado a la escena del crimen, con hielo en las venas al entrar al edificio. Eso era aún mejor que volver a casa, ya no había lugar apasible en el que sus pensamientos pudieran apagarse y dejar de torturar su pisque.
Alessio también estaba allí, él debía hablar con Giovanni sobre las nuevas medidas de seguridad que quería comenzar a implementar luego del atentado.
Stefano no pudo evitar ver el guardia, anodino en su uniforme y rostro, que custodiaba las puertas del pasillo que guiaba hacia las celdas del confinamiento solitario.
— ¿Qué sucedió con Santorini?
Él lo sabía exactamente pero quiso más detalles de todo el asunto que Alessio le había resumido en una simple llamada al hospital.
— Fue dispuesta en confinamiento solitario, en espera de los nuevos cargos antes de la ejecución.
— ¿Ejecución? — preguntó el detective.
— Silla eléctrica, señor.— Un latido.— ¿Puedo ayudarlo en algo más?
Stefano negó con la cabeza antes de alejarse con silenciosos pasos. Ejecución: una persona debía ser asesinada por los pecados de otra. Crucificada a pesar de no hacer nada malo. Bueno, tal vez eso no era cierto ya que ella estaba en esta instalación por una razón. Aunque quizá realmente esa mujer sí había hecho algo para terminar exactamente en el lugar en el que estaba Sí, eso sería un comienzo, investigar acerca de Santorini.
Sin embargo, la mujer había estado de acuerdo con eso, ¿no es así? Ninguna persona de su calaña se perjudicaría por alguien más, mucho menos jugarse la vida por ello. Y aunque así fuera, eso no explicaría el hecho de que los guardias habían respondido por ella, afirmando que D'Angello había permanecido en su habitación durante toda la noche, supuestamente sin saber nada del caos ocurrido.
Tampoco tenía un medio de escape, no contaba con un túnel por debajo de su litera, ni una rejilla de ventilación por la cual arrastrarse. No, seguramente no, pero eso parecía incluso más probable que los guardias apoyando su historia. A menos que... Stefano recordó la imagen de D'Angello entregándole una copa de rossini al Ministro de Relaciones Públicas, con esa sonrisa encantadora que ella sabía regalar. D'Angello tenía amigos en las altas esferas, ¿no es así? Por lo tanto, seguramente no se necesitaría mucho para que tanta corrupción se filtrara en un lugar tan lúgubre como este.
Stefano estaba cerca de la puerta de la oficina de Alessio cuando notó que un asistente insignificante pasó frente a la misma con los hombros tensos, y una actitud extraña. Quizá preso de sus fabulaciones, o depredador por instinto, detuvo su camino colocándose frente a él de manera intimidante. Sus sospechas creciendo al notar los movimientos nerviosos del hombre.
— ¿Alguien ha entrado a esa oficina? — hubo una ira latente resbalando por su lengua.
— ¿Lo-lo siento? — Respondió el hombre, agarrando una carpeta entre sus brazos como un escudo.
— ¿Alguien ha entrado a esta oficina? — repitió Stefano, pronunciando cada sílaba con una calma mortal.
— N-no que yo sepa, señor, no. — tartamudeó el joven, con los ojos muy abiertos con... ¿qué fue eso?
¿Miedo?
— Bien.
El hombre rápidamente se alejó por el pasillo, como si se hubiera quemado.
Sus pensamientos rondaron en torno a los bordes difusos de una actitud paranoica y el conocimiento avasallante de impotencia.
El psicólogo se adentró en el espacio lentamente, sabiendo que allí ya no había nada de su interés. Sin embargo, algo brillante captó su atención encima del escritorio, instándolo a investigar más. Su encendedor resplandeció contra la luz irisdicente de la oficina, dispuesto en el centro del mismo, sobre una de sus notas sin importancia, las que él había volcado sobre la madera, buscando las que realmente importaban.
"Tiene una visión narcisista de sí misma.
Está convencida de que saldrá impune.
Sabe mi nombre."
Un mensaje, un claro mensaje. Como si su investigación robada no hubiese bastado, no, todavía hubo más elementos por destruir, aún más devastación, para recordarle cuál era su lugar en el tablero. Con ella, deleitándose mientras elige la nota que le ha causado más entusiasmo, la reina del juego.
Se permitió un destello de ira animal que prometió consumirlo todo. La madera del escritorio crujió contra sus nudillos sangrantes, sin embargo, el dolor era bienvenido, un pequeño y agradable alivio a su ira, un bocado de descanso a este tiovivo de molestia constante, agotamiento constante.
Estaba cansado.
Stefano peinó su cabello entre sus dedos y acomodó nuevamente la chaqueta y los bordes del cuello de la camisa. Domesticando la ira antes de vagar nuevamente por los pasillos de la incertidumbre. El deseo de destrucción latente, centímetros por debajo de la superficie, lo suficientemente alcanzable.
***
Hubo una conmoción fuera de su celda, eso fue lo primero que notó Arabela mientras yacía en su catre, jugando ociosamente con el anillo de plata recuperado por aquel aliado inesperado.
La foto estaba en su bolsillo, la cara de su última víctima no fatal tallada pasionalmente con su uña así que todo lo que quedó fue Stefano. Había tomado la costumbre de llevar ambos artículos con ella en todo momento, manteniéndolos en su persona o a la vista sin importar la situación. El anillo era quizá demasiado grande para la mayoría de sus dedos, por ello siempre lo llevaba en el índice, mientras lo giraba para distraerse. Llevaba ambos artículos con ella incluso al bañarse.
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Editado: 26.02.2023