En su mente

XXIV

"Recuerde que el espejo de su mente refleja su mejor versión, no la peor de otro."

                                                                                       
Thomas Harris. 



Stefano condujo sin prisas hacia el complejo penitenciario, sus dedos pasearon un par de veces por la placa metálica que llevaba grabada el nombre de su mascota, su dirección y un número telefónico. Lo guardó en la guantera del auto, como si pudiera simular algún tipo de consuelo irrisorio. 

Una caja de zapatos habría sido demasiado pequeña, por lo que envolvió a Theo en una de las colchas que había utilizado durante la mayor parte de su vida.
Fiorella derramó tantas lágrimas, había sido dada de alta algunos días atrás, cosida y magullada pero, en conjunto, bien encaminada a estar totalmente curada. Alegando ignorancia cuando se le consultó acerca de lo sucedido, una conmoción cerebral severa le impidió recordar los detalles más finos de su asalto. 
Alessio, para su sorpresa, fue demasiado comprensivo mientras lo ayudaba a sostener el peso de su mascota antes de meterlo al pozo que habían cavado en el patio trasero de su jardín, aunque fue incapaz de mirar su cuerpo ya en descomposición. 

Stefano sobrevivió el resto de la mañana llenándose del dolor que alimenta a los poetas, recordando a la suciedad, los gusanos y la tierra finalmente tragarse hasta las entrañas la última apariencia de normalidad que habitaba en su hogar. 

Estacionó en el parking donde sospechosamente encontró a un hombre con un sombrero negro y pantalones a juego mirando hacia el interior de su coche con curiosidad, incluso buscando algo a través del parabrisa, para luego marcharse rápidamente ajeno al espectáculo que acababa de dar. 

Su compañero de cabellos de fuego lo esperaba en las puertas de entrada, una breve mirada detrás de él antes de volver su atención hacia el frente. 

— ¿Está siguiéndome el tipo con sombrero? 

Emitió una respiración sonora antes de contestar. 

— Hay reporteros rondando por el lugar, intentaron preguntar varias veces acerca de la información emitida por Il Giornale

La serpiente que, saciada y dormida, anidaba en su pecho se contrajo, presionando contra sus costillas. 

— Nadie ha dicho nada, estoy encargándome personalmente de ello. Todo lo referente al caso de D'Angelo es de naturaleza confidencial. 

— ¿Por cuánto tiempo? — su pregunta fue retórica, casi un recordatorio para torturarse así mismo. 

La amenaza seguía latente, poniendo en una cuerda floja su credibilidad profesional. Si tales mentiras salían a la luz, Stefano podría ir despidiéndose de su empleo, de todo aquello por lo que había luchado. Aún así, jamás estuvo en su naturaleza dar un paso al costado, renunciar al caso que le habían asignado sería como un insulto a sí mismo, invisibilizar lo sucedido con Theo, aceptar su propia mediocridad. Fue, sin duda, lo más coherente, lo menos autodestructivo, olvidarse del asunto. Sin embargo, algo más allá del orgullo le impidió poner el punto final a la participación en la que había logrado tanto, en la que le habían arrebatado tanto. 

— Giovanni quiere hablar contigo. 

Stefano asintió, caminando por lo pasillos húmedos y oscurecidos mientras que, a medida que se adentraba en el complejo, escuchaba los alaridos y gritos de los internos. Fue retorcidamente vigorizante, sí, aquella vaga vecindad era un lugar adecuado para ella, con el olor a excremento humano y sudor repugnante. Un tirón juguetón en una de las comisuras de su boca, la recordó inmaculada de lujos en un pedestal de cadáveres anodinos que tapó debajo de capas de poder político y espléndida belleza. Comparándola en su actual residencia, rodeada por cadenas gruesas que pesaban mucho más que las joyas que acostumbró a llevar en lo que parecía una vida alternativa. 

Sí, él debería encargarse de hacer su existir miserable. 

¿Quién mejor que él? 

— Ah, señor Cacciatore.— la puerta del despacho de Vespuccio se abrió sin previo aviso, la mano de Stefano aún suspendida en el aire entre él y el hombre robusto vestido de gris.— El hombre que estaba buscando. Seré breve, sin embargo.

La mueca en su rostro fue de puro triunfo, ni siquiera lo invitó a su oficina, el asunto se presentó lo suficientemente simple como para atenderlo de forma apremiante en un pasillo.

— Debido a los últimos acontecimientos considerará, al igual que yo, la dificultad en que sea usted quien siga atendiendo a la solicitud de las autoridades italianas.— Giovanni miró su reloj brevemente, un gesto de desinterés mientras le contaba las últimas noticias.— Por lo que he tomado la decisión de rescindir de sus servicios provisoriamente mientras se realizan las investigaciones pertinentes para aclarar el asunto. Le pediré que, de ahora en adelante, limite sus interacciones a colaborar con el nuevo psicológo asignado para el caso de D'Angelo. Ahora, si me disculpa, tengo una reunión que atender. 

No hubo lugar a replicas, ni siquiera un telegrama de despido ya que, técnicamente, no había sido despedido sino relevado de su puesto a otro, ¿cómo lo había llamado? ¿colaborador?
Stefano miró la espalda de Giovanni desaparecer por el pasillo por el que antes había venido. Debería sentirse despreocupado, las cadenas alrededor de su cuello cayendo, todo el dilema de ojos ambarinos detrás de una mesa metálica resumidos en un capítulo tumultoso de su vida, pero no. Nunca fue tan fácil. No con él. Y entonces fue prisionero de su propia liberación. 

— Por cierto, puede retirar sus pertenencias de las oficinas. 

La voz del subdirector haciendo eco en la lejanía. Sí, vincúlate mínimamente con el caso y procura llevarte tus mierdas para que no recordemos que algún día estuviste aquí. Sin palabra irónicas, sin insultos malintencionados. 

Fue decepcionantemente simple. 

Su recorrido profesional en la institución reducido en una caja con algunos de sus libros y un par de bolígrafos negros, ¿era todo lo que quedó de él allí?

Pelear por lo contrario en su situación podía comprometerlo aún más, no podría ser sensato discutir por mantener la familiaridad con el monstruo de las pesadillas de muchas familias italianas. Tenía la certeza de que Adrianne tendría la exclusiva lista, con su nombre en grandes letras negras decorando la primera página del Giornale, e imaginarse su futura publicación fue quizá la soga que se ató a su cuello y le impidió saltar sin ahorcarse entre los hilos de sus errores. 




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