En su mente

XXVI

— Mi hipótesis , Stefano, es que, dicho en términos sencillos, ella está enamorada de ti. Ya sea que sea o no la verdadera emoción o simplemente la aproximación más cercana que su mente puede proporcionar, el resultado sigue siendo el mismo. Lo que ahora queda por ver es qué hará cuando se dé cuenta.

Toda el desagrado resuelto se esfumó en ese momento, sus rasgos volviéndose neutrales a medida que superaba el primer impacto de sus palabras, el conocimiento de lo nunca dicho haciéndose más real. Había pensado en algún tipo de fijación enferma, obsesión quizá, pero ¿Amar? ¿Una mujer capaz de tanto odio, ira, violencia, estaba enamorada de él? 
Supuso que esto podría haber sido un presagio de lo vivido hace eones: siempre había sido el muchacho con actitud de lider colocado al lado de los desatentos en clase, la imagen del ejemplo en los dichos de los maestros con palabras vacías de "tendrás una gran influencia en ellos..." 

Bueno, mira dónde lo llevó.

— ¿Qué crees que hará? — pudo ser una pregunta desinteresada, pero él quiso obtener el testimonio de su mentor. 

— Poseerte de la forma que considere adecuada: ya sea físicamente a través de medios violentos, posiblemente sexuales o matándote.— hablaba con tanta naturalidad, como si simplemente estuviera discutiendo el clima.— O su narcisismo podría llevarla a moldearte de alguna manera. 

— ¿Moldearme? — sus cejas frunciéndose ante la confusión.

— Intentar convertirte en algo que ella pueda manejar.— una pausa y luego, más suave.— Algo que la ame. 

Una de las comisuras de su boca levantándose en una media sonrisa cargada de sorna, incrédulo. Era realmente una locura, la sola idea de que a él le pudiera gustar D'Angelo , y mucho menos amarla, era realmente absurda. Imposible. Improbable.

Y, sin embargo, la serpiente se asfixió enredada entre sus venas punzantes por las que corrió sangre tan congelada que lo quemó instantáneamente al contacto. Pequeñas gotas de sudor frío recorrieron su espalda. El cadaver del reptil se pudriría en el interior de su pecho junto a los nuevos conocimientos de amaneceres cruentos. 

Sin embargo, Leonzio no sabía nada de eso.

— Si estuvieras abierto a eso, creo que podríamos usar su, llamémoslo así: obsesión contigo para nuestro beneficio.— Leonzio lo examinó en silencio.— Creo que las Autoridades Italianas han elaborado algunos planes que requieren que una persona de interés atraiga a D'Angelo a sus garras.— había cierto brillo en sus ojos que Stefano no supo descifrar, lo envío a recostarse en su silla.— Y, como sugeriste hace unos momentos, de ninguna manera eres susceptible a sus encantos, por lo que seguramente no hay razón para que te niegues. 

— ¿Quieres que actúe de cebo? 

— Si prefieres esa frase, entonces sí. Una carnada.— Leonzio también se apoyó contra el respaldo de su cómodo altar.— Antes de negarte, esto podría ayudar a que D'Angelo se quede tras las rejas para siempre. Por fin las familias podrían descansar más tranquilas, sabiendo que se hizo justicia. 

Stefano lo miró con un brillo salvaje en los ojos, un tipo de rabia contenida. Se sentaron por allí por un momento, ese aire incómodo de agresión pasiva flotando alrededor de ambos como un espectro. Un tipo de calma frívola acerca de los asuntos de su vida, moviendo los hilos y cortándolos acorde al placer voluntario de alguien más mientras que aquellos a los que comandaba sufrían. 

Eventualmente, cuando los nudillos blancos de Stefano se tornaron nuevamente a un patrón regular de color, Leonzio habló. 

— ¿Tienes alguna red de seguridad? ¿Alguien a quién avisar además de mí? — Leonzio preguntó probando, cambiando de tema aunque la propuesta seguía en el aire. 

Stefano lo dejó pasar esta vez, aunque no podría olvidarse tan pronto de sus intenciones, ni tampoco de las propias. 

— Alessio y Fiorella. 

— ¿Cómo está Fiorella? 

— Bien. 

Una respuesta escueta, el fantasma de lo no pronunciado acechando entre ambos hombres. 

— Suele vagar como un alma en pena alrededor de la puerta de tu oficina. 

— He necesitado tiempo para comprender que no fue mi culpa lo que sucedió.

— Ah, ya veo.— él asintió solemnemente.

— ¿Eso es todo? — preguntó Stefano, un aire de desinterés mientras paseaba sus ojos por el resto de la oficina. 

— Eso es todo, muchacho. 

Stefano enfocó nuevamente a su viejo mentor ante el uso del apelativo familiar que solía usar con él desde que era apenas un estudiante en la primera fila de las clases del gran y renombrado Leonzio. Recordó nuevamente el respeto profesional que le profesaba desde que supo de su existencia, el orgullo de ser su primer y único aprendiz, convocado a realizar trabajos de menor importancia aún en su primer año académico. El entusiasmo contagioso que le atribuyó a los casos más temibles. Leonzio juntó las manos sobre el escritorio, esperando. 

Ah, qué patético se sentía. 

***

Era alrededor de la 1 am cuando Stefano escuchó los rápidos golpes en su puerta, crujidos de piel contra la madera que lo hicieron tomar la empuñadura del arma que dejaba en su mesa de luz.

Llevaba siete días durmiendo con ella debajo de la almohada. Siete días en los que se despertaría periódicamente durante la noche para ir a inspeccionar la casa, arma en mano, sin encontrar nada fuera de lo normal. 

Quizás esto era lo que se sentía perder la cabeza: no un gran evento sino muchos más pequeños, un collage de vidrios rotos que cortan y raspan hasta que uno simplemente abandona la estabilidad. 

— ¿¡Stefano!? — escuchó una llamada de voz familiar cuando comenzó a descender las escaleras, con los nudillos blancos. — ¡Stefano, soy Fiorella! ¡Necesito hablar contigo!

Stefano continuó sosteniendo el arma a pesar de la tranquilidad. Se había vuelto cínico en su descenso a la locura, al parecer.




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