La ciudad de caracas mantenía una madrugada muy fría, con una temperatura que incitaba al durmiente seguir persistiendo en su descanso, en una cama suturada de calor a pesar de la fría temperatura Elías despertó de golpe, como si alguien lo hubiera empujado desde el borde de un abismo invisible. El sudor le perlaba la frente, y su respiración era agitada, como si hubiera corrido durante horas. La habitación estaba en penumbra, iluminada apenas por la luz azulada del reloj digital que marcaba las 3:17 a.m. Afuera, la ciudad dormía bajo una lluvia tenue que golpeaba el vidrio con ritmo hipnótico.
Se sentó en la cama, con la mirada perdida en la oscuridad. El sueño aún lo envolvía como una niebla espesa. No era la primera vez que soñaba con ella, pero esta vez había sido distinto. Esta vez, ella le había hablado.
"Anarenis..."
El nombre flotaba en su mente como una melodía olvidada. No sabía de dónde venía ni por qué le resultaba tan familiar. En el sueño, estaban en un tren antiguo, de esos que ya no existen, con cortinas de terciopelo rojo y lámparas de cristal que colgaban del techo. El vagón se movía lentamente por un paisaje nebuloso, como si atravesara un mundo entre mundos.
Ella estaba sentada frente a él. Tenía el rostro sereno, pero sus ojos guardaban una tristeza profunda, como si llevara siglos esperando ese momento. Su voz había sido suave, casi un susurro:
—¿Me recuerdas?
Elías no había podido responder. Solo la miraba, intentando memorizar cada detalle: el lunar junto al ojo izquierdo, el cabello dorado recogido en una trenza, el vestido azul con bordados plateados que parecía brillar con luz propia. Había algo en ella que lo desarmaba, que lo hacía sentir vulnerable y al mismo tiempo completo.
Pero al despertar, todo se desvanecía. El rostro, la voz, el tren… se disolvían como tinta en el agua.
Se levantó, caminó descalzo hasta la cocina y encendió la luz tenue sobre el fregadero. Tomó su cuaderno de sueños, ese que había empezado por recomendación de Lucía, su amiga psicóloga, y escribió con letra temblorosa:
"Tren. Mujer. Anarenis. Me preguntó si la recordaba”.
Luego se quedó mirando la página en blanco que seguía, como si esperara que ella escribiera el resto. Afuera, la lluvia seguía cayendo, y Elías sintió que algo había cambiado. No sabía qué, pero lo presentía. Como si el sueño no fuera solo un sueño, sino el inicio de algo que estaba por revelarse.
Volvió a la cama, pero no pudo dormir. Cerró los ojos y deseó volver al tren, volver a verla, volver a escuchar su voz. Pero la noche ya no le ofrecía respuestas.
Solo silencio.