El ambiente en el aula se sentía distinto. Extrañamente tranquilo. Desde que Sergio le dio su merecido a Arango y éste último fue expulsado, las cosas cambiaron para bien. La actitud del resto de los matones hacia Sergio y Valeria, sus principales víctimas, también cambió. Aún los miraban con desprecio y hacían algún que otro comentario a sus espaldas, pero ya no se atrevían a atacarlos. Ahora las clases transcurrían con normalidad, sin esa sensación constante de que algo malo podía pasar en cualquier momento.
El semblante de Valeria también era diferente. Se mostraba más animada y tranquila. Aunque tenía que seguir lidiando con la limitación que le imponía su pie enyesado, al menos ahora no tenía que preocuparse por personas que le hicieran la vida aún más difícil.
También se le veía más segura de sí misma. Aunque siempre había sido una chica introvertida, incluso antes de la lesión, ya no tenía la expresión apagada y triste provocada por el miedo y la impotencia a causa del bullying.
Uno de esos aspectos que denotaban la autoconfianza de Valeria apareció hoy. Parecía algo banal, pero, apenas lo noté, volvió a despertar ese torbellino en mi interior, con una intensidad que no esperaba: las uñas de sus pies estaban pintadas.
Era un color llamativo, pero a la vez delicado, que resaltaba con la blancura del yeso. No fui el único en notarlo. Apenas se sentó en su lugar, sus amigas se acercaron a ella con entusiasmo.
—¡Qué lindo color elegiste, Vale! —dijo Sofía animadamente.
—Sí, te quedó hermoso —dijo Natalia, mientras empezaba a dibujar algo en el yeso con un marcador.
Me quedé en silencio, observando la escena. Ellas podían decirlo sin ningún problema, era lo normal entre amigas. Pero, ¿y qué había de mí? ¿Podía decir algo sin levantar sospechas?
A pesar de que nos habíamos vuelto más cercanos desde hacía un tiempo atrás, aún no estaba seguro de que un comentario sobre sus uñas pasara desapercibido. Si decía algo, podía darse cuenta de que me fijaba demasiado en su pie. Pero si no decía nada, sentía que estaba desaprovechando una oportunidad.
Mientras seguía debatiéndome sobre qué hacer, Valeria sorprendentemente se giró hacia mí y me pasó los marcadores con los que sus amigas habían estado dibujando sobre su yeso.
—¿Quieres escribir algo en mi yeso? —preguntó con una sonrisa.
Por supuesto que quería.
Intenté mantener la calma mientras tomaba uno de los marcadores y me inclinaba hacia su pierna. Ahora tenía su pie a escasos centímetros de mí y el cosquilleo en mi estómago se intensificó al ver los dedos de su pie más cerca que nunca.
Con todos estos pensamientos en mi cabeza, no sabía qué escribir. Al final, me limité a escribir mi nombre junto con una carita feliz. Cuando terminé, sabía que si quería hacerle el cumplido sobre sus uñas tenía que ser ahora, o no tendría otra oportunidad.
—Te quedó muy bien el color de las uñas —dije, intentando sonar lo más casual posible.
Valeria me miró sorprendida, como si no esperara que notara ese detalle. Luego, sonrió y, para mi sorpresa, se sonrojó un poco.
—Ay, gracias, Sebas —respondió, bajando un poco la mirada.
No esperaba que reaccionara así. Me sentí extraño; un poco culpable, porque este momento significaba para mí mucho más que un simple dibujo o un cumplido casual. Pero también satisfecho, porque, al menos, le saqué una sonrisa.
Lo que había sentido estas últimas semanas al ver el pie enyesado de Valeria me recordó algo más. Una sensación que, cada cierto tiempo, resurgía en mi interior, como si siempre hubiera estado ahí, esperando el momento para manifestarse. Desde hacía un tiempo, había notado que ciertos detalles, pequeños e inesperados, podían captar mi atención de una manera distinta. Al principio, me desconcertaba esa reacción, pero con el tiempo entendí que no era algo tan extraño como imaginaba. Aun así, nunca lo había hablado con nadie; era solo un pensamiento que prefería mantener para mí. Sin embargo, hace aproximadamente dos meses, ese sentimiento volvió con fuerza.
Aquel día, el colegio organizó un Jeans Day, permitiéndonos asistir con ropa casual en lugar del uniforme habitual. Algunas chicas aprovecharon la ocasión para usar sandalias. Yo no estaba preparado para lo que sentiría. Cuando entré al aula y vi a varias de mis compañeras con sus pies al descubierto, sentí una mezcla de emociones bastante confusa. Deleite, sí, pero también una especie de ansiedad difícil de explicar.