En sus ojos, mi secreto

12. Escuchar para entender

La brisa de la mañana impregnaba el patio del colegio durante el recreo, mientras me encontraba sentado en un banco con Carlos y Alejandro. Estábamos comentando sobre nuestras sensaciones de las clases que habíamos tenido hasta ahora, al igual que sobre el regreso de Adriana, tema que era imposible de ignorar.

En ese momento, vimos acercarse a la profesora Elizabeth, que estaba tomando un café y nos preguntó si podía acompañarnos. Respondimos afirmativamente, corriéndonos un poco para dejarle espacio en el asiento.

—¿Emocionados por el último año? —preguntó, mientras tomaba un sorbo de su café.

—Más bien estresados —bromeó Carlos.

Alejandro se encogió de hombros.

—Supongo que lo peor vendrá cuando empiecen los exámenes.

—O cuando tengamos que decidir qué hacer después del colegio —agregué, con una ligera sensación de ansiedad al decirlo.

Elizabeth sonrió con comprensión.

—Es normal sentirse así. Pero créanme, cuando menos lo esperen, ya estarán en su graduación preguntándose a qué horas se pasó el año.

Alejandro dejó escapar un suspiro teatral.

—Ojalá el tiempo corriera más rápido en algunas clases.

—Sobre todo en Cálculo —murmuró Carlos, y todos reímos.

—Es curioso —agregó Alejandro—, hay clases tediosas que parece que nunca van a terminar, en cambio la clase de Historia esta mañana se me pasó volando.

En ese momento, Elizabeth ladeó la cabeza con curiosidad.

—¿Y qué les ha parecido el regreso de Adriana?

Nos miramos entre nosotros, como si ninguno supiera exactamente qué responder.

—Ha sido… inesperado —dijo finalmente Carlos—. Estaba ansioso por que regresara, pero aun así me tomó por sorpresa.

Elizabeth asintió con un gesto pensativo, envolviendo el vaso de su café entre las manos.

—A mí también me sorprendió que regresara tan pronto. Cinco meses es muy poco tiempo cuando pasas por algo tan drástico como lo que le sucedió a ella.

—¿Tan pronto? —pregunté, sorprendido—. ¿Es poco tiempo?

—Sebastián… —Elizabeth me miró con comprensión—. Sé que no todos están familiarizados con lo que implica una lesión medular, pero imagina tener que reaprender casi todo sobre cómo moverte, cómo manejar tu día a día, cómo enfrentar la vida con un cuerpo que ya no responde como antes. Cinco meses es apenas el inicio de un proceso de adaptación que tomará años. Aun así, Adriana decidió no esperar más. Quería volver a enseñar, seguir adelante. Y aunque la admiro muchísimo por eso, no puedo evitar preocuparme por ella.

Las palabras de Elizabeth me dejaron pensando. No tenía idea de cuánto esfuerzo debía haberle costado a Adriana llegar hasta aquí. Me preguntaba si de verdad estaba lista o si solo estaba forzándose a regresar a una normalidad que quizás ya no existía para ella.

Carlos cruzó los brazos y miró hacia el suelo.

—Debe ser horrible sentir que todo cambió de un momento a otro.

—Lo es —afirmó Elizabeth—. Pero ella no quiere que la vean como alguien diferente. Quiere seguir siendo la profesora Adriana, la misma que conocen desde hace años.

—¿Y cómo deberíamos actuar? —pregunté, sintiendo una punzada de inquietud—. Es decir, no quiero tratarla de manera condescendiente, pero tampoco quiero hacer como si nada hubiera pasado. No quiero decir o hacer algo que la haga sentir incómoda.

Elizabeth sonrió con suavidad, como si comprendiera exactamente cómo me sentía.

—Es normal sentirse así, Sebastián. Pero no tienes que encontrar la manera «perfecta» de tratarla. Solo sé genuino. Si tienes dudas, escúchala. Lo importante es que sepa que estás ahí para ella sin hacer que su discapacidad sea el centro de todo.

Carlos y Alejandro se quedaron en silencio, procesando la conversación igual que yo. Finalmente, Elizabeth nos dedicó una sonrisa.

—Cada vez que la vean, traten de hacer que se sienta bienvenida. No con lástima, sino con el mismo respeto y cariño de siempre. Eso es lo que realmente necesita.

—Por supuesto, profe —afirmó Alejandro con determinación.

Yo asentí, aunque por dentro seguía dándole vueltas a todo. Ahora más que nunca quería encontrar un momento para hablar con Adriana, no solo para saludarla, sino para intentar ver más allá de sus gestos y palabras. Quería saber si, detrás de su sonrisa serena, había una lucha silenciosa que nadie más parecía notar.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.