En sus ojos, mi secreto

14. Después del impacto

El timbre ya había sonado, indicando el final del recreo, y el patio se había vaciado casi por completo. Solo quedábamos unos pocos rezagados, distraídos en nuestras cosas. Mientras caminaba de vuelta al aula, vi a Adriana acercarse en su silla de ruedas. Me alegró verla, como siempre. Aunque intentara disimularlo, el simple hecho de cruzarme con ella hacía que el día mejorara. Nos saludamos con una sonrisa y algunas palabras rápidas. Luego, ella siguió su camino y se dirigió hacia la rampa que conectaba el patio con una de las entradas al edificio principal. Era una rampa sin pasamanos, algo que me parecía absurdo y peligroso.

No sé si fue un error de cálculo o simplemente un descuido, pero apenas subió la rampa, algo salió mal. Tomó la curva demasiado a la izquierda, y en un segundo vi cómo la rueda del lado izquierdo se salía del borde. Todo sucedió como en cámara lenta. La silla volcó y Adriana cayó al suelo.

Sin pensarlo dos veces, corrí hacia ella con el corazón en un puño. En ese momento, escuché una risa lejana. Sentí un fuego de rabia crecer en mi interior. ¿Cómo podía alguien reírse de algo como esto? De todos modos, no volteé a mirar quién había sido. Lo único que me importaba ahora era Adriana.

Cuando llegué a su lado, vi que tenía un raspón en su mano izquierda y un pequeño corte en la ceja, del cual empezaba a brotar un pequeño hilo de sangre. Su respiración estaba agitada y sus ojos brillaban con lágrimas contenidas. Se veía angustiada, pero también frustrada. Me agaché de inmediato.

—Tranquila, estoy aquí —le dije en voz baja, tratando de calmarla.

Saqué un pañuelo de mi bolsillo y lo presioné suavemente contra su ceja para contener la hemorragia. Ella no dijo nada, solo respiraba entrecortado. Su labio temblaba ligeramente. Le di un momento para que se calmara un poco y luego, con mucho cuidado, la ayudé a sentarse de nuevo en la silla de ruedas.

—Vamos a la enfermería —dije, sin darle opción a negarse.

Mientras ella seguía sosteniendo el pañuelo en su ceja, yo agarré las manijas de la silla y empecé a empujarla rumbo a la enfermería. Durante el trayecto, permanecimos en silencio, pero supe que no necesitábamos decir nada. Ella sabía que podía contar conmigo.

Cuando llegamos, la dejé en manos de la enfermera, pero mi instinto me decía que no quería apartarme de su lado. Me quedé afuera, esperando en el pasillo. Sabía que probablemente no era necesario, pero no me sentía bien simplemente yéndome.

Pasaron unos minutos antes de que la puerta se abriera. Adriana salió, ya mucho más tranquila. Su ceja estaba limpia y cubierta con una curita. Cuando me vio ahí, esperándola, se detuvo por un segundo, sorprendida.

—¿Sigues aquí? —preguntó con una media sonrisa.

—Por supuesto —respondí—. ¿Cómo estás?

—Mucho mejor. No fue tan grave después de todo —dijo, encogiéndose de hombros.

Nos quedamos en silencio por un instante. Luego, sin previo aviso, Adriana extendió la mano y la puso sobre la mía.

—Gracias, Sebastián —susurró, mientras me sonreía con calidez.

Le devolví la sonrisa, sintiéndome afortunado de poder estar ahí para ella.

—Siempre.

Este incidente me dejó claro algo que ya sabía, pero que hasta ahora no había querido admitir del todo: Adriana me importaba más de lo que imaginaba.

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El bullicio del comedor del colegio me rodeaba mientras daba un bocado a mi almuerzo, pero mi mente seguía atrapada en los eventos de esta mañana. No podía sacarme de la cabeza la imagen de Adriana en el suelo, la forma en que temblaba, la rabia que sentí al escuchar aquella risa detrás de mí, la manera en que mi corazón se aceleró al verla herida.

Pero entonces, como si el destino quisiera distraerme de esos pensamientos, la vi acercarse. Adriana rodaba con tranquilidad en su silla, con la bandeja de su almuerzo apoyada en su regazo. Alzó la mirada y sonrió al verme.

—¿Puedo sentarme contigo?

Mi corazón dio un pequeño brinco.

—¡Claro! —respondí enseguida, moviendo mi bandeja para hacer espacio en la mesa.

Me encantaba la idea de compartir con ella. Desde que había regresado al colegio hacía unas semanas, había intentado acercarme poco a poco, ganarme su confianza sin forzar nada. Y hoy, después de lo que pasó en la mañana, sentía que algo en nuestra dinámica había cambiado.

Adriana maniobró su silla y la acomodó junto a la mesa. Luego, me miró con una mezcla de gratitud y algo más... ¿Confianza?




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