En sus ojos, mi secreto

36. Más allá del aula

La última semana de clases llegó más rápido de lo que esperaba. Todos hablaban de sus planes a futuro, de las universidades a las que aplicaron, de los viajes que querían hacer antes de empezar la siguiente etapa de sus vidas. Yo mismo había pensado mucho en ello, pero en el fondo había algo que me preocupaba más que cualquier decisión académica: el hecho de que, muy pronto, dejaría de ver a Adriana.

El lunes, durante el recreo, con la brisa fresca impregnando el ambiente y el bullicio habitual de los estudiantes en el patio, vi a Adriana acercarse desde el edificio de primaria. Venía sola, con una expresión relajada pero enfocada, como si buscara algo. O a alguien.

—Sebastián —me llamó con suavidad—. ¿Tienes un momento?

—Por supuesto, profe —respondí sin dudar.

Caminé junto a ella mientras avanzábamos por el patio. Me preocupé. Adriana ya me había buscado otras veces para hablar en privado, y en la mayoría de esas ocasiones había sido porque estaba pasando por un mal momento. ¿Se sentiría mal otra vez? ¿Habría ocurrido algo? No quería verla triste.

Pero su semblante no reflejaba tristeza. Parecía serena, aunque algo pensativa.

Llegamos a un rincón tranquilo del colegio, bajo la sombra de un árbol. Se giró hacia mí con una leve sonrisa y suspiró antes de hablar.

—Sebastián, he estado pensando mucho en estos días. Falta muy poco para tu graduación, y quería preguntarte… ¿Ya tienes claro qué vas a hacer después del colegio?

Por un instante, me desconcerté. Esperaba que me confiara algún problema personal, como tantas veces lo había hecho, pero esta vez no se trataba de ella, sino de mí.

—Bueno… apliqué a Ingeniería Industrial en la Javeriana —respondí, intentando sonar seguro—. Pero… la verdad, no tengo un plan B.

—¿Nada? —preguntó, con una ceja levantada.

—Nada. Si no paso… no sé. Tendré que improvisar.

Ella sonrió con suavidad, como si entendiera exactamente lo que sentía.

—Es normal que eso pase —dijo, mirándome con atención—. No tienes que tener todas las respuestas ahora. Nadie las tiene, aunque lo parezca. Lo importante es que ya tienes un panorama sobre lo que quieres hacer, y eso es un gran paso.

Se inclinó un poco hacia mí, sin perder esa calma que la caracterizaba.

—De cualquier modo, quiero que sepas algo: puedes contar conmigo para lo que necesites —dijo con firmeza, como si no fuera una frase de compromiso, sino una promesa real.

Me quedé sin saber qué decir. Escuchar eso de alguien como Adriana… era como recibir un abrazo sin contacto físico.

—Y me gustaría que mantengamos el contacto después del colegio —añadió.

—¿En serio? —pregunté con una sonrisa imposible de disimular.

Adriana asintió.

—Por supuesto. Después de todo lo que has hecho por mí, es justo que pueda devolverte un poco de todo ese apoyo.

Algo dentro de mí se iluminó apenas escuché estas palabras. Era como si me hubieran quitado de golpe un peso enorme de encima. La idea de perderla, de que todo terminara con la graduación, me había perseguido durante estas últimas semanas. Y ahora, esas palabras se sentían como un salvavidas lanzado justo a tiempo.

—Gracias, profe… Adriana —me corregí, sabiendo que ese nombre ya significaba algo distinto para mí.

Ella mantuvo la mirada unos segundos más, como si quisiera asegurarse de que sus palabras quedaban grabadas en mí. Luego sacó su celular.

—Te voy a dar mi número —dijo, como si fuera lo más natural del mundo—. Y mi perfil de Facebook, por si te resulta más fácil contactarme por ahí. Y si algún día necesitas un consejo, desahogarte o simplemente hablar con alguien… ahí estaré. No solo como profesora, sino como amiga.

Extendió su teléfono hacia mí para que copiara los datos. Algo dentro de mí brillaba. El hecho de que me estuviera ofreciendo su amistad sincera era un auténtico regalo para mí, y saber que seguiría siendo parte de mi vida después del colegio era más de lo que me había atrevido a soñar.

Copié sus datos en silencio, tratando de mantener la compostura, aunque sentía las mejillas encendidas y mis manos temblaban ligeramente. Disimulé la sonrisa, fingí concentración en la pantalla del celular, pero sabía que algo en mi expresión me delataba.

—¿Estás bien? —preguntó Adriana, con esa mirada que parecía ver más allá de las palabras.

Asentí, algo torpe.




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