En sus ojos, mi secreto

37. Todo lo que fuimos

No importaba cuántas veces lo hubiera imaginado: estar aquí, en este último día, era una sensación extraña. No era exactamente tristeza… era más bien un nudo en el estómago, una mezcla de nostalgia, vértigo y una alegría tibia por haber llegado hasta aquí. En el auditorio, mientras el rector daba un discurso de clausura para el fin del año escolar, no pude evitar mirar a mis compañeros, uno por uno, sabiendo que algo se acababa, pero también que algo —todavía indefinido— estaba por comenzar.

Aplaudimos, reímos, algunos lloraron. A la salida del auditorio, todo se volvió bullicioso: amigos abrazándose, otros juntándose para tomarse fotos, los profesores despidiéndose de cada uno de nosotros, deseándonos éxito en la ceremonia de graduación que tendría lugar en unos días. Yo también me despedí de varios: Alejandro me abrazó amistosamente, Carlos me golpeó el hombro con cariño, Sofía me miró con los ojos húmedos pero sonriendo.

Luego, llegó el momento de despedirme de Valeria. Me acerqué a ella, con una sensación rara en el pecho. Habíamos compartido tantas cosas… y, sin embargo, tantas otras quedaron en el silencio. A veces, cuando pensaba en todo lo que ocurrió el año pasado —su lesión, la amistad que floreció entre nosotros, mi alejamiento de ella cuando se recuperó—, me invadía una punzada de remordimiento.

Pero también me reconfortaba saber que este año, aunque de forma más discreta, habíamos recuperado algo. No volvimos a ser tan cercanos como cuando tenía el pie enyesado y compartíamos más palabras que silencios, pero al menos me permití estar un poco más presente, aunque no me sintiera digno de su amistad. Y ella, de algún modo, me lo permitió también.

—Vale —le dije, con una sonrisa tenue—, gracias por este año… por todo.

Ella me abrazó sin decir nada al principio. Sentí el temblor de sus hombros contra mi pecho y, por un instante, me sentí en el pasado. Cuando se separó de mí, sus ojos estaban brillantes, con lágrimas que no se atrevían a caer.

—Gracias a ti —susurró, con la voz un poco rota—. Gracias por estar ahí cuando te necesitaba. No te imaginas cuánto significó.

En ese momento sentí que podía —y debía— decir algo más. Que podía pedirle perdón sin usar esa palabra.

—A veces pienso que me alejé justo cuando empezabas a estar bien… y no sé si eso fue justo contigo.

Ella parpadeó, sorprendida, y una lágrima se deslizó por su mejilla. Negó con la cabeza y tomó mi mano con suavidad.

—No fue injusto —dijo al fin, en voz baja—. A veces las cosas simplemente cambian. Pero... me alegra que este año nos hayamos vuelto a encontrar, aunque fuera de otra forma. Me alegra haberte conocido, Sebas, y te agradezco por haberme acompañado en mi momento más difícil.

Las palabras de Valeria se sintieron como un bálsamo silencioso pero real. Me di cuenta de que ella nunca guardó rencor. Simplemente me había entendido, como siempre lo había hecho. Y me sentí inmensamente afortunado de haber compartido esta etapa con una persona tan noble y honesta como ella.

—Gracias, Vale —le respondí, con un nudo en la garganta—. No sabes cuánto me alegra escuchar eso. Yo también me siento muy feliz de haberte conocido.

La volví a abrazar con fuerza, un abrazo que no solo era de despedida, sino también de gratitud y afecto. Ella me correspondió, y por unos segundos, el mundo a nuestro alrededor desapareció. Solo éramos nosotros, cerrando un capítulo, y abriendo la puerta a un futuro lleno de recuerdos compartidos.

Terminé de despedirme del resto de mis compañeros y amigos, pero aún tenía algo pendiente: tenía que encontrar a Adriana.

Crucé el patio sin rumbo fijo al principio, buscando con la mirada. El bullicio hacía que todo se sintiera irreal, como una escena en cámara lenta. Me detuve cuando vi una silueta conocida cerca de los árboles: la profesora Elizabeth, con su blusa elegante y su carpeta bajo el brazo. Me acerqué.

—¡Sebastián! —exclamó al verme, con una sonrisa genuina—. No podía irme sin despedirme de ti.

—Yo tampoco, profe —nos abrazamos brevemente, y sentí una calidez honesta en ese gesto—. Gracias por todo. Por las clases, por escuchar, por... ser como eres.

Elizabeth me sostuvo la mirada con afecto.

—Gracias a ti. Fuiste un estudiante admirable, y más allá de lo académico, sé que creciste mucho este año. Y no me refiero solo a estatura —bromeó, haciendo que ambos sonriéramos—. Me alegra haberte acompañado en este tramo de tu camino. Sigue adelante con lo que sea que elijas, pero no te pierdas a ti mismo en el intento. ¿De acuerdo?

Asentí, conteniendo una emoción que no supe nombrar.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.