En sus ojos, mi secreto

43. Golpe de suerte

La segunda semana fue distinta. Ya no me sentía como un turista con mapa en mano. Las caras que antes eran desconocidas empezaban a volverse familiares, y los espacios, menos intimidantes. Los profesores ya habían presentado un panorama claro de cada asignatura, y los primeros proyectos estaban en marcha.

En clase de Introducción a la Ingeniería, nos pidieron diseñar un diagrama que representara un proceso cotidiano y proponer una forma de optimizarlo. Yo elegí algo sencillo: preparar café en la mañana. No sabía si era lo más ingenioso, pero era lo que tenía más claro. Empecé a dibujar el flujo con trazos inseguros, hasta que de pronto todo empezó a ordenarse. Como si la lógica detrás de cada paso se fuera acomodando sola.

—¿Eso es… una cafetera con cuello de botella? —preguntó Mariana, asomándose por encima de mi hombro.

—Sí… bueno, intento mostrar que ahí se pierde tiempo. Un «cuello de botella» literal.

—Pues parece más chiste que diagrama —comentó, sonriendo—. Pero me gusta, tiene lógica.

—Gracias —respondí, algo cohibido. No estaba acostumbrado a que alguien elogiara mi trabajo.

—No te emociones tanto, que también vi tu primer intento de balance de líneas —bromeó Andrés, que estaba sentado al lado—. Esa línea de ensamblaje estaba más desbalanceada que mi horario de sueño.

—Eso fue a propósito —dije, sin mucha convicción—. Para que tuviera personalidad.

—Ajá, claro… «concepto», dicen los ingenieros cuando no les salen las cuentas.

Reímos. Nada profundo, solo la risa compartida que empieza a tejer complicidades.

En el almuerzo me senté con Mariana y Esteban, que tenía el raro don de hablar mucho sin aburrir.

—¿Se dieron cuenta de que el profesor de Sistemas Organizacionales parece un narrador de pódcast? —dijo él, con la bandeja en la mano—. Yo lo escucharía mientras lavo la loza.

—O mientras intento no dormirme —añadió Mariana, con media empanada en la mano.

—A mí me gusta cómo plantea los temas —intervine—. Se nota que no quiere que memoricemos nada, sino que pensemos.

—Y eso es lo más difícil —remató Esteban—. Pensar.

Ese tipo de charlas, triviales pero fluidas, me hacían sentir que estaba empezando a encontrar mi lugar. Aún no tenía un grupo como el del colegio, ni conversaciones que se sintieran profundas o necesarias. Pero había algo en marcha. Como si lentamente, sin darme cuenta, estuviera dibujando los primeros trazos de una nueva etapa.

Ya en casa, la misma sensación me seguía, discreta pero constante. No era euforia ni mucho menos, más bien una calma nueva, como cuando empiezas a reconocer un camino que antes te parecía ajeno. Me di cuenta de que, incluso en la soledad de mi cuarto, algo había cambiado en mí.

Después de cenar, me recosté un rato en la cama con el celular en la mano. Abrí Facebook por inercia, sin saber muy bien qué quería mirar. Solo deslicé el dedo por la pantalla, dejando que el algoritmo me llevara a donde quisiera.

Fue entonces cuando vi una publicación de Valeria. Había subido una foto sencilla, sin filtro, en la que aparecía sonriente, sentada en una banca del campus, con los audífonos puestos y el cabello recogido en una trenza. El pie de foto decía: «Sobreviviendo con café y buena música»

Me quedé mirándola más de lo que pensaba. No era solo su sonrisa —que tenía algo de travesura y algo de calma—, sino la sensación que me provocó. Una mezcla de ternura y paz, como si al verla me acordara de que hay cosas simples que siguen estando bien. Le di «me gusta» casi sin pensarlo, y después comenté:

«Jajajaja, eso suena muy a ti ☕🎶»

No habían pasado ni tres minutos cuando me respondió por el chat:

«¡Sebas! Te aseguro que si no fuera por el café ya estaría llorando en algún rincón de la biblioteca 😂»

«¿Tan grave está la cosa?»

«Grave no, pero surreal. Hoy llegué tarde a clase y al profe se le ocurrió preguntarme frente a todos si había tenido una revelación espiritual durante el camino 😑»

«Jajajajajajaja, ¿qué?»

«Sí. Le dije que no, que simplemente el bus se había demorado. Me puso cara de decepción existencial».

«Clásico. Profe frustrado por la falta de epifanías estudiantiles».

«Total 😂».

En un momento, sin pensarlo demasiado, le pregunté:

«¿Y qué tal vas conociendo gente por allá?»

«Pues bien, la verdad. Ya hay un grupito con el que almuerzo a veces».

«Me alegra escuchar eso».

«Hoy, por ejemplo, se me cayó la botella de agua en medio del pasillo y un chico súper amable me la recogió antes de que alguien la pisara. Me cayó bien, es muy atento».

Me quedé mirando esa última frase unos segundos más de lo necesario. «Muy atento». No era nada del otro mundo, pero sentí una especie de punzada pequeña. No era molestia, tampoco podía llamarlo incomodidad… era una sensación rara, de esas que aparecen sin previo aviso y que uno no sabe cómo nombrar.




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