En sus ojos, mi secreto

44. Puerta entreabierta

Caminaba a paso apurado rumbo al edificio de Ciencias Sociales para la clase de Narrativa, y entré al aula justo cuando el profesor terminaba de escribir el tema del día en el tablero. Me detuve un segundo en la puerta, no por indecisión, sino por costumbre. Todavía no me sentía del todo parte de este nuevo mundo universitario, como si estuviera flotando entre la nostalgia del colegio y la incertidumbre de lo que venía.

Vi a Paula ubicada cerca de la ventana. Llevaba un buzo colorido y el cabello recogido con una pinza que dejaba escapar algunos mechones sobre su cuello. Tenía el cuaderno ya abierto y un bolígrafo entre los dedos. Su postura era tranquila, casi distante, como si todo a su alrededor le resultara ajeno o simplemente innecesario.

Dudé. Un instante, nada más. Pero esta vez no permití que el silencio me venciera.

—Hola, Paula —la saludé con voz firme, aunque apenas por encima del murmullo general.

Ella giró levemente la cabeza hacia mí. Sus ojos, grandes y oscuros, me observaron por un instante. No eran fríos, ni amables: solo serenos. Como si me viera sin apuro, sin juicio, sin entusiasmo, pero sin rechazo.

—Hola —respondió.

Una sola palabra. Breve, pero no evasiva. Había en su tono una calma distinta. Como si aquel breve encuentro en la biblioteca hubiera dado luz verde para empezar a tejer un lazo entre ambos.

El profesor anunció que para la clase debíamos hacer un análisis en parejas sobre uno de los cuentos cortos que nos había compartido en la carpeta del curso. Apenas terminó de hablar, el salón se llenó de murmullos y movimientos. Algunos se giraron en sus puestos, otros cruzaron miradas cómplices con sus amigos. Yo me quedé quieto, con esa inquietud familiar que siempre me atacaba cuando había que hacer grupos. Nunca supe muy bien a quién acercarme, como si siempre llegara un segundo tarde a los pactos implícitos entre los demás.

Miré a mi alrededor, sin disimulo. Paula hojeaba su cuaderno con el mismo aire calmo de antes. No miraba a nadie. No buscaba a nadie.

Respiré hondo y caminé hacia ella.

—Oye… ¿Quieres hacerlo conmigo?

Alzó la vista, un poco sorprendida. Vi el leve arqueo de sus cejas, el titubeo casi imperceptible en su boca, pero no tardó en asentir.

—Sí, dale.

Me senté a su lado, o lo más cerca que permitía el espacio. Elegimos trabajar con La casa de Asterión, de Borges. Fue idea de ella. Yo había pensado en otro cuento, más sencillo, pero el que ella propuso me pareció más desafiante, y por ende más interesante.

Durante los minutos que trabajamos juntos, me di cuenta de que era reservada, sí, pero no inaccesible. Escuchaba con atención, asentía sin exagerar, anotaba lo necesario sin detenerse en detalles superfluos. Me gustó eso. Su forma de estar ahí sin imponer presencia. Sin intentar agradar ni evitar molestar.

No era una muralla, pensé. Era una puerta entreabierta. Y por alguna razón, quería ver qué había al otro lado.

Cuando terminó la clase, nos despedimos con un gesto casi tímido. Caminé hacia la salida sintiendo algo que no lograba nombrar del todo. No era solo entusiasmo ni mera curiosidad. Era esa vieja punzada que conocía bien, esa mezcla de admiración, deseo y algo parecido a vértigo. Algo que ya me había pasado antes, aunque ahora lo vivía de un modo distinto.

Porque sí, no voy a mentirme: me seguía afectando verla en esa silla. Me seguía atrayendo ese modo suyo de habitar el mundo desde otra perspectiva. Lo sentía, a veces incluso antes de ser consciente de sus palabras o de su mirada. Gracias a Pablo, entendí que esta atracción no es lo único que debería definir mi interés por conocerla, pero tampoco podía negarlo: es una parte de mí, algo que me atraviesa.

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Esa noche, mientras revisaba unas referencias para el primer proyecto de Innovación y Diseño de Producto, recibí un mensaje de Adriana. No era raro que me escribiera de vez en cuando, pero cada vez que su nombre aparecía en la pantalla, algo en mi pecho se activaba.

«Hola, Sebastián 😊 ¿Cómo vas en tu tercera semana universitaria? ¿Ya sobrevives sin uniforme?».

Sonreí al leerla. Solo ella podía preguntar eso con tanta ternura y humor al mismo tiempo.

«Más o menos —le escribí—. Todavía me despierto pensando que voy tarde al colegio. Pero bien… ya nos dejaron algunos proyectos y estoy entusiasmado».

La respuesta no tardó en llegar.

«¡Me encanta leer eso! Estoy segura de que lo harás muy bien 💪»




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