En sus ojos, mi secreto

48. Bajo la superficie

Durante los siguientes días, las interacciones con Paula giraron en torno al proyecto de Narrativa. Nos reuníamos en la biblioteca o en alguna cafetería de la universidad, abriendo carpetas y documentos que casi siempre quedaban relegados a un segundo plano. Entre apuntes y referencias, terminábamos hablando de cualquier cosa: de series que habíamos visto, de lo caótico que era el transporte en horas pico, o de alguna anécdota graciosa. Había una ligereza en esas conversaciones que me hacía sentir cómodo, como si el tiempo pasara sin demasiado peso.

Una de esas tardes en la biblioteca, mientras fingíamos avanzar con el esquema, Paula me miró de reojo y sonrió con malicia.

—Se nota que eres de primer semestre —soltó—. Esa emoción por todo… típico de los recién llegados.

—¿Y tú qué? —dije, alzando una ceja—. ¿Porque vas en tercer semestre ya te crees toda una experta?

—Obvio —contestó con aire triunfal—. Con tres semestres en Administración de Empresas ya soy casi toda una ejecutiva.

—Claro, la CEO del grupo de Narrativa —dije, y ella me dio un golpecito en el brazo fingiendo enojo.

—No te burles. Al menos sé que no me quedaré programando algoritmos como los ingenieros —respondió, divertida.

—Mínimo esos algoritmos salvan al mundo —dije, medio en serio, medio en broma—. En cambio tú… ¿qué harás? ¿Gestionar el Excel?

—Pues alguien tiene que hacerlo —replicó con una carcajada—. Pero es que me dan mucha ternura los primíparos que cuentan todo como si fuera lo más emocionante del mundo.

—Ajá, entonces supongo que también eres mayor que yo, ¿no?

—A ver, ¿cuántos años tienes? —preguntó ella con un gesto despreocupado.

—17. Cumplí en noviembre.

—Bueno… te llevo como un año y medio. Cumplí 19 la semana pasada.

—Con razón tanto descaro. Ya entendí: la veterana que se burla del novato.

—Veterana no, pero sí un poco menos ingenua —remató con una sonrisa.

Me limité a sonreír con ella. La charla no pasaba de ese intercambio ligero, casi como un juego. Y quizás eso era lo que la volvía tan sencilla: quedaba en la superficie, sin adentrarse en nada demasiado personal.

Poco a poco, Paula y yo fuimos encontrando un ritmo curioso en nuestra forma de trabajar juntos. No éramos precisamente inseparables, pero cada vez que coincidíamos se daba esa chispa ligera de comentarios sarcásticos y pequeñas bromas que aliviaban la presión del semestre. Lo más sorprendente era que, a pesar de su aire relajado, nunca dejaba de cumplir con lo que prometía. Llegaba con sus apuntes organizados, ideas frescas y, sobre todo, con esa seguridad que me empujaba a no quedarme atrás.

Yo, por mi parte, aportaba lo mío desde el enfoque técnico: estructurar el proyecto, darle un orden lógico, plantear esquemas que Paula terminaba llenando de vida con su estilo más espontáneo. Entre ambos, el trabajo empezó a tomar forma más rápido de lo que esperábamos. Quizá por eso, más allá de las horas de escritura, siempre había un espacio para comentarios ligeros sobre cualquier tema.

Hubo momentos en los que casi olvidaba que todo giraba en torno a una asignatura. Las sesiones de trabajo se sentían más como una rutina cómoda, un intercambio donde el proyecto era la excusa para conversar. Paula tenía esa facilidad de convertir lo académico en algo menos tedioso, y yo, sin darme cuenta, me iba acostumbrando a esa compañía.

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El miércoles, Paula me esperaba en la cafetería de Ciencias Económicas, como habíamos quedado. Me saludó agitando la mano, con esa sonrisa que parecía encenderle el rostro, y me acerqué.

—¿Lista para hacer la fila? —pregunté.

—Como siempre —respondió con una mueca divertida—. Ojalá hoy el arroz no parezca engrudo.

Avanzamos lentamente entre las bandejas metálicas y los murmullos, escogiendo lo que había del día. Ella pidió pollo a la plancha y lentejas; yo, lo mismo, más por inercia que por gusto. Nos dirigimos con nuestros almuerzos hacia una mesa libre y me senté junto a ella.

—¿Cómo va tu semana? —pregunté, intentando sonar natural.

—Agotadora, como siempre —dijo, revolviendo el jugo despreocupadamente—. El profesor de Finanzas dejó un trabajo imposible. ¿No te pasa que los profes creen que solo vivimos para su clase?

—Un poco, sí —respondí.

Mientras comíamos, terminamos de ultimar los detalles del segundo borrador del proyecto. Luego la conversación fue derivando hacia temas más ligeros, como casi siempre.




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