—Buenos días, Sr. Kim —dijo Hyejin en voz baja, sin su entusiasmo habitual.
Namjoon se detuvo cuando pasaba por el escritorio y se dirigió a su oficina.
—¿Qué haces aquí tan temprano? —Eran como las seis y media, su hora habitual de llegada, y la mayoría de las mañanas estaba solo. Usaba esa primera hora para ponerse al día con su correo electrónico y sus mensajes, así como para planear su día.
—Moonbyul renunció anoche —explicó Hyejin, la exasperación tiñendo su voz—. Es el tercer asistente en cuatro meses. Estos chicos no tienen lo que se necesita para aguantar por nada. —Se detuvo en su escritura—. Pensé en venir temprano para asegurarme que todo estaba al día antes de volver a Recursos Humanos.
La silla crujió mientras Hyejin se inclinaba hacia atrás. Namjoon conocía ese chillido; lo escuchaba cada vez que su asistente se movía en esa silla. Se quejaban de ello, pero ese sonido era una de las constantes de su vida, una pista audible que le decía algo sobre el mundo, en su mayoría ensombrecido, que le rodeaba.
—¿Puedes encontrarme otro ayudante? —preguntó, suprimiendo un suspiro—. Tal vez una que no se pase el día tarareando una melodía ridícula o tocando un maldito bolígrafo cada vez que se pone nerviosa, lo que parecía ser todo el tiempo. —Apretó la mano sin sostener su maletín.
La silla volvió a chillar, y volvió la cabeza hacia el sonido. Sus manos golpearon el escritorio, y Namjoon resistió la tentación de inclinarse más cerca para tratar de verla mejor. Ya sabía que no servía de nada. Para él, ella era poco más que un contorno contra la luz de las ventanas y la lámpara de su escritorio, un espectro en movimiento de una de las viejas películas en blanco y negro que solía ver cuando era niño.
—¿Puedo ser franca, Namjoon?
—Puedes ser quien quieras ser —bromeó en su mejor imitación de Groucho Marx. Consiguió un frío silencio durante unos pocos latidos.
—Namjoon, honestamente no sé si puedo encontrar otro, pero lo intentaré. Toda la oficina ha oído lo difícil que es trabajar contigo. Podría duplicar el salario del puesto y nadie aplicaría, y lo sabes.
—¿Tanto me odian? —preguntó Namjoon, su ira aumentando.
Ella suspiró muy fuerte, claramente queriendo que él lo escuchara.
—No, no lo hacen. Esta es una buena compañía. La gente que trabaja aquí te respeta. Han visto lo que has construido. Has creado un ambiente increíblemente abierto y acogedor para todos. Las opiniones son respetadas y escuchadas, valoras y recompensas la diligencia, y tenemos horarios flexibles tanto como sea posible. Y nuestra rotación es increíblemente baja, excepto por una posición en particular: la de quien se sienta en este escritorio.
Namjoon se encorvó, pasando por delante del escritorio para entrar en su oficina.
—Para —dijo Hyejin después de abrir la puerta—. Aún no he entrado ahí. —La silla graznó fuerte cuando ella se levantó, y su mano le dio una palmadita en el brazo mientras pasaba.
—¿Qué pasa? —preguntó Namjoon, como si no pudiera adivinar.
—Ella reorganizó tus cosas —dijo Hyejin—. Dame unos minutos.
Miró a través de la puerta abierta y suspiró hacia el contorno de los muebles contra la creciente luz que provenía de las ventanas. Había hecho su oficina en muebles oscuros con paredes claras y alfombra para permitirle ver el contenido un poco mejor. Namjoon gimió, buscando una de sus sillas con la mano. La encontró y se sumergió en ella.
Hyejin gruñó mientras movía las cosas a los lugares correctos.
—Creo que así está mucho mejor. Al menos no te vas a lastimar. — Sin embargo, ella tomó su brazo y lo guió suavemente hasta su escritorio, donde Namjoon sintió la parte superior y luego su silla antes de sentarse.
Al carajo con todo, odiaba sentirse como un extraño que anda a tientas en la oscuridad en su propio entorno.
—Sólo consígueme otro asistente, y esta vez asegúrate que puedan seguir las instrucciones —dijo Namjoon—. Es todo lo que pido. Alguien que no decida que su escritorio estaría mejor más cerca de la ventana y lo mueva antes que yo entre, así que casi me tropiezo con esa maldita cosa. Tal vez alguien que pueda darse cuenta que mover todos mis archivos a los cajones superiores del armario para que no tengan que agacharse no es una buena idea. Necesito que las cosas estén donde espero que estén, no reorganizadas para su propia conveniencia. —Cerró el puño y golpeó el escritorio—. Alguien que se dé cuenta que les estoy pagando para que me ayuden, en lugar de pintarse las uñas, pensando que porque no puedo ver significa que no puedo oler. Y además, tengo una maldita reacción alérgica. —Se puso en pie de un salto y de alguna manera se las arregló para no golpear sus rodillas contra el escritorio—. ¿Crees que puedes hacer eso?
—Lo intentaré —dijo Hyejin en su habitual tono imperturbable.
—No estoy enojado contigo —dijo Namjoon mientras su frustración se disipaba.
—Lo sé, Namjoon, y haré todo lo posible para encontrar a alguien. Voy a intentar una ruta diferente esta vez, y sin duda va a costar más cubrir el puesto. —Sintió en vez de escuchar pasos en retirada moviéndose hacia su puerta, sus reverberaciones se volvieron más suaves bajo sus pies.
—No me importa. Encuentra a alguien que actúe como mi asistente. —Se sentó de nuevo—. Realmente necesito ayuda, Hyejin. Este acuerdo de Jeon Global nos va a hacer una fuerza a tener en cuenta, pero me está costando más y más tiempo. —Estaba tan estirado como podía, y sin un ayudante, se iba a quedar cada vez más atrás.
—Entiendo. Enviaré a Wheein por unas horas esta mañana para que te ayude. Sé bueno con ella. —Podía oír su sonrisa.
—Me gusta Wheein —dijo Namjoon.
—A mí también. Pero recuerda, ella es mi asistente, y hago todo lo que puedo para asegurarme de que sea feliz.
Hyejin y Wheein habían trabajado juntas desde que Namjoon comenzó Kim Consolidated Financial hace diez años. Formaban un equipo formidable, y más de una vez Namjoon había pensado en intentar llevarse a Wheein, pero se resistió. Sabía que cuando se formaba un equipo verdaderamente grande, había que nutrirlo. Además, no era tan egoísta.