En Ti

Atrapada en la oscuridad

Lucía se despertó en la madrugada, como tantas otras veces, con el corazón desbocado, el alma vacía. El dolor la ahogaba, y por más que intentaba levantarse, siempre se sentía arrastrada hacia la oscuridad. Los días se mezclaban entre sí, y no importaba cuántas veces intentara encontrar consuelo en las pequeñas cosas, todo le parecía gris, vacío, como si el mundo estuviera lejísimos de ella, inalcanzable.

Las noches eran las peores. Cuando la luz se apagaba, los pensamientos oscuros la invadían con una fuerza arrolladora. El temor constante de no ser suficiente, de que su identidad fuera un impedimento más que una liberación, la consumía. En su mente se repetían las mismas preguntas: “¿Por qué no puedo ser feliz? ¿Por qué siento que nunca seré aceptada, no por los demás, sino por mí misma?”.

La sensación de ser una extraña en su propio cuerpo nunca la abandonaba. Había llegado tan lejos en su proceso de transición, había trabajado tanto para acercarse a la persona que sentía que era, pero nada de eso parecía importar. No podía dejar de sentir que su reflejo en el espejo no era ella. “¿Cómo puede alguien amarme si yo misma no me reconozco?” se preguntaba mientras se miraba detenidamente.

Había días en que sentía que estaba caminando por una cuerda floja, sin red. El miedo a ser rechazada, el miedo a mostrar su verdadera esencia y aún ser vista como un error, la había sumido en una depresión tan profunda que cada respiración era un esfuerzo. Intentó hablar con Javier, quiso compartirle todo lo que sentía, pero siempre se detenía. No quería ser una carga para él, no quería que él la viera débil, pero sobre todo, temía que él la abandonara. Temía que, al mostrarle su vulnerabilidad, él la rechazara. “¿Y si no me quiere por lo que soy?”.

Había sentido este peso antes, pero nunca de una manera tan insoportable. El desgaste emocional de esconderse detrás de una máscara todo el tiempo le estaba pasando factura. No podía soportarlo más. “¿Por qué estoy aquí? ¿Qué sentido tiene seguir luchando si nunca voy a ser suficiente?”. Las preguntas fueron acompañadas de un vacío tan profundo que Lucía ya no encontraba consuelo en las personas que la amaban ni en las cosas que antes la hacían feliz. Ya no podía hacer frente a la tormenta interna que la atormentaba.

Una tarde, después de un mensaje breve pero frío de Javier, Lucía no pudo más. Sintió como si la última chispa de esperanza se apagara. Ese pequeño destello que aún la mantenía atada a la vida, esa esperanza de que las cosas cambiarían, desapareció. Se sentó en el borde de su cama, mirando las sombras alargadas en las paredes, y las lágrimas comenzaron a caer sin control. Cada una de ellas parecía llevarse un pedazo de su alma. “Ya no quiero seguir… ya no puedo más,” murmuró entre sollozos.

Esa tarde, Lucía intentó hacer algo que jamás imaginó. La idea había estado rondando su mente durante semanas, pero ahora parecía la única salida. Se sintió como si estuviera atrapada en una caja sin forma de escapar. El temor de ser incompleta, de no ser aceptada, la había destruido por dentro. Ya no quería seguir luchando contra su propia existencia.

Pero antes de tomar una decisión irreversible, algo en su interior la detuvo. Quizás era la voz de la razón, o tal vez el tenue recuerdo de sus sueños, de los momentos felices, de las veces que, por fin, había sentido que podía ser ella misma. “No puedo hacerle esto a las personas que me quieren. No puedo dejar que la oscuridad me gane,” pensó, aunque cada palabra le costaba.

En ese momento, el teléfono vibró. Era un mensaje de Javier. “Lucía, ¿estás bien? Te he notado distante… quiero hablar, estoy aquí para ti.” No podía creerlo. Era tan simple, tan directo, pero esas palabras fueron lo que necesitaba en ese preciso momento. Le dieron una razón para seguir, una pequeña luz en medio de la oscuridad.

Lucía tomó el teléfono entre sus manos temblorosas, sintiendo cómo las lágrimas caían de nuevo, pero esta vez de alivio, no de desesperación. “Tal vez no todo está perdido,” pensó. Contestó con rapidez, con el corazón en la garganta: “Estoy bien, gracias… realmente, gracias por preguntar.”

Lo que no le dijo a Javier, lo que no pudo expresar en palabras, era que su dolor aún seguía ahí, tan presente como siempre, pero algo había cambiado. Quizás no todo estaba bien, pero al menos esa chispa de conexión con alguien que realmente se preocupaba por ella le daba un propósito. Lucía sabía que su camino no sería fácil, que la lucha interna continuaría, pero por primera vez en mucho tiempo, decidió seguir adelante. No solo por los demás, sino por ella misma.

El dolor de la depresión no desapareció de inmediato, y las dudas siguieron acechándola, pero al menos ahora tenía algo por lo que vivir: la esperanza de que, quizás, un día podría aceptar su propia historia, sin miedo, sin vergüenza.




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