En Ti

Querer o Amar

Lucía caminaba sola por el parque, el aire fresco de la tarde acariciando su rostro, pero su mente estaba lejos de la tranquilidad que el entorno ofrecía. Cada paso que daba resonaba con las preguntas que había estado evitando todo el día. “¿Qué estoy sintiendo por Javier?” se repetía una y otra vez, como un mantra que no encontraba respuesta. “¿Es solo cariño? ¿Es amor? ¿O simplemente no sé diferenciarlo?”

Sentía que el peso de la duda caía sobre sus hombros, una carga difícil de soportar. Había algo en ella que no podía dejar de cuestionar, algo que no lograba entender con claridad: la línea entre querer a alguien y amar a alguien parecía más borrosa de lo que había imaginado. Había querido a muchas personas a lo largo de su vida, pero amar… ¿Qué significaba realmente amar? ¿Era solo un sentimiento, una emoción fugaz, o había algo más profundo, algo que te transformaba?

Mientras caminaba, sus pensamientos volvían una y otra vez a Javier. “Me gusta estar con él. Me siento bien cuando hablamos. Me hace reír, me entiende de una manera que nadie más lo hace.” Pero, por otro lado, la sensación de confusión seguía ahí, como una niebla densa que no se disipaba. ¿Era eso amor? ¿O solo un enamoramiento pasajero? ¿Cómo podía saber si lo que sentía por él era lo suficientemente fuerte como para ser considerado algo profundo y duradero?

El miedo a cometer un error se apoderaba de ella. Había vivido tanto tiempo en la sombra, luchando por encontrar su lugar en un mundo que no siempre la había aceptado. Había temido muchas cosas, pero ahora, estaba temiendo algo diferente: ¿Y si confundía los sentimientos?.

Lucía se detuvo en el borde del lago. El agua reflejaba el cielo gris, con las primeras estrellas apareciendo en el horizonte. En ese momento, se sintió como una de esas estrellas, pequeña e incierta, perdida entre las sombras, buscando su camino hacia la luz. “¿Amar a alguien es tan sencillo como decirlo?” pensaba. “O es algo que crece, que se construye con el tiempo, con los momentos compartidos, con el dolor y la felicidad entrelazados?”

Había muchas veces en las que, al hablar con Javier, sentía una conexión tan profunda que le costaba creer que solo había sido cuestión de tiempo para llegar a ese punto. Sus conversaciones fluían con facilidad, sus risas se entrelazaban en la distancia, y a veces, cuando él decía algo tan dulce, Lucía sentía un tirón en el corazón. “Pero… ¿es amor?”.

Por un lado, había algo reconfortante en lo que sentía por él. Era un sentimiento que la hacía sonreír, que la hacía sentir aceptada, entendida, como si finalmente pudiera ser ella misma sin miedo. “Quiero estar cerca de él. Quiero compartir mis días con él, contarle lo que siento, mis miedos, mis sueños…” Pero, por otro lado, había algo que la detenía, algo dentro de ella que no le permitía dar el paso final, el paso hacia el “te amo”. “¿Qué pasa si lo digo y no lo siento de verdad? ¿Qué pasa si él no lo siente por mí?”

Lucía se sentó junto al lago, abrazándose las piernas, mientras sus pensamientos seguían invadiéndola. En sus momentos más solitarios, se preguntaba si alguna vez sabría la diferencia entre querer y amar, entre el afecto profundo y el amor romántico. Para ella, la respuesta parecía esquiva, como si el amor fuera una idea abstracta que nunca podría entender completamente.

Recordó todas las veces en las que había amado a alguien en el pasado, pero de alguna manera, el amor siempre había sido algo que se desvanecía con el tiempo, algo que no era suficiente para resistir las pruebas de la vida. “¿Qué pasa si esto también se va? ¿Y si todo lo que siento por Javier es solo una ilusión?” El miedo a que lo que estaba construyendo fuera efímero la atormentaba.

Se preguntó si ese miedo era lo que le impedía ver con claridad, si estaba tan aterrada de perder a Javier que prefería no arriesgarse a profundizar más en lo que sentía. “¿Es eso lo que hace que no pueda amar?”. Quería encontrar una respuesta, pero las emociones seguían siendo tan confusas que no podía decifrar lo que realmente quería.

Lucía levantó la vista y observó las estrellas que comenzaban a brillar más intensamente. En ese instante, un pensamiento atravesó su mente con una claridad que la sorprendió. “Tal vez no se trata de saber si es amor o solo cariño. Tal vez se trata de vivir lo que tengo aquí y ahora. Tal vez el amor no es algo que se puede definir en un solo momento, sino algo que se descubre, que se construye, algo que crece con el tiempo, sin presiones.”

Lucía se dio cuenta de que, tal vez, no necesitaba tener todas las respuestas. Tal vez lo que necesitaba era aceptar lo que sentía, sin miedo a la confusión, sin miedo a perder lo que ya había comenzado a crear con Javier. “Quererlo no es menos valioso que amarlo. Tal vez amar es simplemente un paso más, algo que llegará cuando sea el momento adecuado.”

Esa noche, mientras regresaba a su casa, Lucía se sintió más ligera, como si, por fin, hubiera dejado ir un poco del miedo que la había estado consumiendo. Sabía que los sentimientos seguirían siendo complejos, pero al menos había llegado a una conclusión importante: no tenía que saber todo de inmediato. Podía ser vulnerable, podía ser incierta, y aún así, ser suficiente.

Lo importante era que, en ese momento, en ese preciso instante, sentía algo por Javier que la hacía feliz. Y quizás, al final, eso era todo lo que necesitaba saber.




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