Lucía se recostó en su cama, con la pantalla de su teléfono brillando en la oscuridad. Sus dedos temblaban ligeramente mientras deslizaba las fotos de Javier una tras otra. No era la primera vez que las miraba, pero aquella noche se sentía diferente. Había una tensión en su pecho, una mezcla de nerviosismo y deseo que la hacía contener la respiración.
Desde que conoció a Javier, había sentido curiosidad por él, por su voz, por la forma en que le hablaba. Pero ahora, esa curiosidad se transformaba en algo más profundo, más físico. Se descubrió a sí misma observando cada detalle de él de una manera nueva: la línea de su mandíbula, la forma en que la luz jugaba con su piel, la manera en que sus labios parecían susurrar palabras que ella deseaba escuchar.
Lucía nunca se había permitido sentir algo así antes. Durante mucho tiempo, había luchado con su identidad, con su cuerpo, con el miedo a no ser suficiente para alguien. Pero con Javier, todo era distinto. Con él, se sentía vista, deseada, aunque él no lo supiera. Y esa sensación la consumía poco a poco.
Cerró los ojos e inspiró profundamente. Sus pensamientos se llenaron de él, de su voz grave en las noches, de sus mensajes que parecían inofensivos pero que la hacían sentir tantas cosas. Se preguntó si él alguna vez la había visto de la misma manera, si también había sentido su piel erizarse al pensar en ella.
Mientras sus dedos se deslizaban suavemente sobre la pantalla, se dio cuenta de que estaba explorando no solo su deseo por Javier, sino también su relación consigo misma. Por primera vez, permitió que su cuerpo y su mente estuvieran en sintonía, sin culpa, sin miedo.
Se atrevía a imaginarlo cerca, a pensar en cómo sería sentir su piel contra la suya, escuchar su respiración entrecortada. Su corazón latía con fuerza, como si todo su ser estuviera despertando a algo desconocido y prohibido. Quererlo era inevitable, desearlo era un peligro. Pero esa noche, por primera vez, dejó que su deseo la envolviera por completo.
La realidad y la fantasía se mezclaban en su mente. ¿Cómo sería si Javier la tocara como ella quería ser tocada?
Sus pensamientos la llevaban a un lugar del que no quería regresar. A un Javier que la deseaba de la misma manera en que ella lo deseaba a él. A un Javier que la llamaba por su nombre con una voz cargada de deseo, que la miraba con intensidad, que dejaba de verla como su amiga y la veía como algo más.
Pero al mismo tiempo, un pensamiento la golpeó como un balde de agua fría: ¿Y si él nunca la viera de la misma manera? ¿Y si para Javier ella solo fuera una amiga?
Ese miedo la paralizó por un instante. Se abrazó a sí misma, sintiendo el contraste entre el fuego en su piel y el frío en su corazón. Sabía que, tarde o temprano, tendría que enfrentarse a sus sentimientos, pero por ahora, solo podía permitirse sentir. Sentir sin restricciones, sin juicios, sin arrepentimientos.
Encendiendo nuevamente la pantalla de su teléfono, sus ojos recorrieron la imagen de Javier una vez más. Su corazón se apretó en su pecho. No era solo deseo, era amor.
Apagó la pantalla de su teléfono y se quedó en la oscuridad, con el eco de su propio deseo resonando en su interior. Sabía que esta noche cambiaría algo dentro de ella para siempre.