Había momentos en los que Lucía simplemente no podía permitirse ponerse mal por Javier. No porque no lo sintiera, no porque no le doliera, sino porque ya llevaba demasiado peso sobre sus hombros. Su historia estaba tejida de cicatrices, de días grises donde apenas podía levantarse, de luchas internas que nadie más veía.
A veces, cuando la ansiedad la invadía por un simple mensaje visto y no respondido, cuando sentía que Javier estaba distante o cuando imaginaba escenarios que no existían más que en su cabeza, tenía que hacer un esfuerzo casi sobrehumano para no hundirse. Porque lo que más temía no era que él la dejara, sino que eso la rompiera más de lo que ya estaba.
Lucía no quería ser esa persona. La que dependía emocionalmente, la que sufría en silencio cada vez que no se sentía prioridad. Pero lo era. Lo sabía. Había puesto parte de su mundo en manos de Javier, y cuando él fallaba, aunque fuera sin intención, todo su interior tambaleaba.
—No puedes seguir haciéndote esto, —se decía frente al espejo con los ojos hinchados.
Y aún así, seguía.
Porque cuando Javier era atento, cuando reía con ella, cuando le decía que la admiraba, que la escuchaba, que le gustaba su forma de ser, Lucía sentía que todo valía la pena. Que el dolor, las dudas y las inseguridades podían ser pequeñas si a cambio tenía esos instantes de verdad y conexión.
Pero no era justo. No podía perderse en alguien más, no cuando apenas se estaba encontrando a sí misma. Había días en los que debía recordarse que su valor no dependía de si Javier la escribía primero o si la llamaba por su apodo tierno. Que su historia no podía definirse por lo que alguien más sintiera o no sintiera por ella.
Así que, a veces, aunque quisiera llorar, simplemente no lo hacía. Se maquillaba el dolor, se ponía su playlist favorita, respiraba hondo y seguía. Porque sabía que si se permitía caer, no sería fácil volver a levantarse.
Había momentos donde no podía permitirse estar mal por Javier. No porque no doliera, sino porque tenía que seguir sanando. Por ella. Por la Lucía que había aprendido a sobrevivir antes de que él llegara.