Cuerpo

Hablar del cuerpo nunca fue fácil para Lucía. Desde muy joven, su cuerpo fue un campo de batalla silencioso, un espacio donde habitaban sentimientos encontrados, culpa, dolor y, a veces, también deseo.

Las erecciones eran, para ella, una de esas señales físicas que la desconectaban de sí misma. No porque no sintiera deseo, sino porque ese deseo venía atado a una biología que no sentía suya. Era como si su cuerpo le recordara, sin permiso, todo lo que aún no había podido cambiar, todo lo que deseaba transformar y aún no podía por miedo, por falta de recursos, por inseguridad.

Cada vez que su cuerpo reaccionaba ante una conversación, una imagen, una caricia virtual, sentía un nudo en el pecho. No era placer puro. Era una mezcla de sensaciones complejas, un revoltijo emocional. Por un lado, se sentía viva, conectada con alguien que le gustaba, que la hacía sentir deseada, como Javier. Pero por otro lado, se sentía traicionada por ese cuerpo que la forzaba a sentir desde un lugar que no le pertenecía del todo.

Con Javier, la situación se volvió más intensa. Él la hacía reír, la escuchaba, la cuidaba… y la deseaba. Y ella también lo deseaba, profundamente. Pero entonces aparecía el conflicto: su cuerpo respondía, y esa respuesta no coincidía con lo que ella esperaba de sí misma. Se enojaba. Se sentía sucia, aunque sabía que no debía. Era su cuerpo, sí. Pero también era un cuerpo que aún no reflejaba todo lo que era en su interior.

No lo hablaba con nadie. No lo decía en voz alta. Era más fácil callar. Fingir que todo estaba bien. Hacerse la fuerte. Pero a veces, después de una llamada, o tras leer un mensaje particularmente íntimo de Javier, terminaba llorando sola, sin entender del todo si lo hacía por frustración, por ternura o por amor.

Había aprendido a esconder las erecciones como quien oculta cicatrices. A veces con ropa suelta. A veces moviéndose de lugar. A veces, simplemente, quedándose quieta, deseando que pasara pronto. En los días buenos, intentaba pensar que todo eso cambiaría. Que algún día, cuando pudiera hacer la transición, también cambiaría esa relación con su cuerpo. Que dejaría de verlo como enemigo.

Pero en los días malos, solo deseaba desaparecer.

Lucía no se odiaba. Amaba quien era, lo que había descubierto en sí misma, su fuerza, su corazón, su forma de ver el mundo. Pero todavía no sabía cómo amar completamente su cuerpo. Y eso dolía. Dolía mucho más de lo que podía explicar.

Javier no sabía esto. Al menos no del todo. Habían hablado de cosas, sí, pero ella siempre ponía límites sutiles. No quería que la viera como frágil, ni como incompleta. Quería que la viera como mujer. Como Lucía. Y eso incluía también ocultar las partes de su cuerpo que aún le causaban conflicto.

En una conversación especialmente íntima, cuando Javier le dijo que fantaseaba con tocarla, con besarla lentamente, con recorrer su piel, Lucía se quedó en silencio por varios minutos. Cerró los ojos. Su cuerpo reaccionó. Su mente se llenó de miedo. Y sin embargo, también sintió algo que hacía mucho no sentía: ternura.

¿Podía existir deseo en medio del dolor? ¿Podía amar y ser amada aún con este cuerpo que aún no sentía completamente suyo?

Esa noche, Lucía no durmió. Escribió en su diario digital:

“A veces tengo erecciones y me odio. Pero hoy, al pensarte, no me odié. Solo lloré. No sé si fue deseo o amor. Tal vez fueron ambos. Tal vez fue por fin, una pequeña reconciliación entre mi alma y mi cuerpo.”

Lucía sabía que aún le faltaba un largo camino. Que no todo estaba resuelto. Pero también sabía que no estaba sola. Y, por primera vez en mucho tiempo, eso le dio un poco de paz.

Listo. El capítulo 19 ahora refleja profundamente los sentimientos y conflictos internos de Lucía con respecto a su cuerpo y las erecciones, en el contexto de su identidad trans y su relación con Javier. ¿Quieres que en el siguiente capítulo haya una conversación entre ambos donde ella intente compartir parte de esto?