Los días siguientes pasaron con una lentitud insoportable. Lucía comenzó a notar cosas que antes había ignorado, pequeñas ausencias, silencios que dolían más que cualquier palabra. Javier estaba ahí, sí, pero ya no de la misma forma. Sus respuestas eran más cortas, más distantes, como si algo invisible se interpusiera entre ambos.
Lucía intentaba no decir nada, fingir que no pasaba nada. Se reía con él en los momentos buenos, pero por dentro se estaba desmoronando. La ilusión que había construido —ladrillo por ladrillo, mensaje tras mensaje— comenzaba a desmoronarse, lenta y cruelmente.
Una tarde, mientras tomaba un café sola en su habitación, volvió a repasar las conversaciones. Vio cómo los mensajes de Javier habían cambiado, cómo las palabras se habían vuelto menos frecuentes. Recordó cuando él solía decirle "mi niña hermosa", cuando le mandaba canciones, cuando la hacía sentir vista.
Ahora... ahora parecía solo estar ahí por costumbre.
Lucía quería creer que no era así. Que tal vez era solo una mala racha. Pero algo dentro de ella le gritaba que no se trataba de eso. Y esa voz no paraba de hacerse más fuerte.
Le escribió un mensaje:
—¿A veces sientes que esto se está apagando o soy solo yo?
Esperó más de una hora por una respuesta. Cuando finalmente llegó, Javier dijo:
—No sé, Lucía. Últimamente he estado muy cargado, no es contigo, es todo.
Lucía sintió como si ese mensaje la empujara al vacío. No sabía si eso era una excusa, una verdad a medias o el principio del fin. Lo que sí sabía, era que el brillo que él encendió en ella comenzaba a apagarse.
Esa noche, mientras el mundo dormía, Lucía lloró. No con gritos. No con rabia. Lloró en silencio, con esa tristeza silenciosa que te roba el aliento y te quiebra despacito.
Pensó en todas las cosas que nunca le dijo. En las veces que se contuvo. En cómo se había entregado, aun con miedo, aun con sus inseguridades, esperando que él la cuidara como ella lo había cuidado a él.
“Las desilusiones no llegan de golpe,” escribió en su diario. “Llegan en susurros, en detalles pequeños que dejamos pasar. Hasta que un día te das cuenta de que ya no estás donde solías estar.”
Y aunque todavía lo quería, aunque todavía lo pensaba al cerrar los ojos, empezó a entender que querer no siempre basta. Que a veces, las personas que más idealizamos son las mismas que nos enseñan que el amor no siempre se da en la misma medida.
Lucía no sabía qué iba a pasar. Pero sabía que algo dentro de ella había cambiado para siempre.