Lucía nunca había entendido del todo cómo era eso de desear a alguien. Lo confundía con cariño, con atención, con ternura. Pero esa noche, todo fue distinto.
Eran las 2:18 a.m. El silencio de su cuarto solo era interrumpido por el zumbido sutil del ventilador y los latidos de su corazón, que parecían demasiado fuertes para estar solo dentro de su pecho. Tenía el celular entre las manos, la pantalla tenue, y el chat con Javier abierto. No estaban hablando en ese momento. Solo lo observaba, leía los mensajes anteriores, y bajaba hasta las imágenes que él le había mandado.
Selfies. Algunas sin camiseta. Una en el espejo con cara de sueño. Otras sonriendo apenas, con esa expresión suya entre tímido y provocador que la hacía sentir cosas nuevas.
Y entonces sucedió.
Una punzada en el pecho. Luego, más abajo. En la boca del estómago. Y finalmente, entre las piernas.
Lucía tragó saliva.
No era algo que ella buscara. Solo ocurrió. Su cuerpo reaccionó antes que su mente. No era solo atracción física. Era ese brillo en sus ojos, la forma en la que él se mostraba sin filtros, la confianza con la que le compartía su imagen. Y eso... eso la hacía sentir especial. Deseada. Elegida.
Se sonrojó. Su respiración se volvió más corta. Se dio cuenta de que tenía la piel erizada.
—Javier... —susurró para sí, apenas audiblemente.
Pasó el pulgar por una de las fotos. Era una donde él tenía la camisa abierta, con la luz del atardecer cayéndole de lado. Su cuello, sus clavículas marcadas, la pequeña sonrisa torcida. Lucía se mordió el labio inferior. Cerró los ojos un instante, pero la imagen seguía ahí, más viva incluso.
Le daba calor.
Pero también miedo.
¿Está bien sentir esto? ¿Estoy mal por desearlo? ¿Estoy lista para sentir algo así?
En ese momento, no pensó en respuestas. Pensó en sensaciones. En sus dedos temblorosos, en su pecho agitado. En su ropa apretada. En la humedad tibia de su entrepierna. Era la primera vez que sentía tanto, tan intensamente, por alguien.
Se tocó apenas, sobre la ropa. Un roce leve. Un gemido contenido. No se trataba solo de placer, sino de sentir que su cuerpo también podía responder al amor, al deseo, a la vida.
Lucía no sabía si era correcto. Solo sabía que era real.
Que era ella.
Que por fin, aunque fuera un instante, su cuerpo no le dolía. No se odiaba. No sentía vergüenza. Sentía deseo, sí, pero también ternura. Excitación, sí, pero también miedo. Era la mezcla de querer, de ser querible, y de imaginar que él… que Javier también la deseaba.
Terminó llorando en silencio. No por tristeza. Ni siquiera por culpa. Sino porque, por primera vez, había sentido que podía ser una mujer deseante, amada, viva… y eso era algo que pensaba que nunca tendría.
Guardó el celular contra su pecho, respiró hondo, y se permitió dormir, con la imagen de Javier quemándole dulce el corazón.
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