En Ti

Dudas

Lucía se quedó mirando la pantalla por minutos. El cursor parpadeando en el cuadro de texto como si tuviera más prisa que ella. Podía escribirle a Javier. Podía decirle cualquier cosa: un chiste, un “buenos días”, o simplemente un emoji. Pero no lo hizo. No porque no quisiera. Sino porque no sabía cómo quería hacerlo.

¿Y si está hablando con alguien más?

¿Y si soy solo una más?

¿Y si me quiere menos de lo que yo lo quiero a él?

Eran pensamientos que se colaban entre los huecos de su día como agua por las grietas de un muro. A veces pequeños, otras, torrenciales.

No era celos. Era miedo.

Lucía se acostó boca arriba, el celular entre sus manos, la vista fija en el techo.

—¿Y si solo me ilusioné? —murmuró.

Recordó las veces en las que Javier le hablaba con cariño, las palabras dulces, los audios que ella atesoraba, las promesas pequeñas que la hacían sonreír. Pero también recordó los momentos donde se quedaba esperando, los mensajes sin responder, los “ahorita no puedo” y los “luego hablamos” que se sentían como portazos suaves.

Empezó a dudar de todo.

De si estaba exagerando.

De si Javier sentía lo mismo.

De si valía la pena abrir tanto el corazón.

Se sentó en la cama y abrió su diario. El de tapas moradas con un girasol seco pegado en la esquina. Y escribió:

"No sé si me quiere. No sé si yo le importo como él me importa a mí. A veces me siento una carga, como si quisiera más de lo que debo. Como si desear afecto fuera sinónimo de ser intensa. Pero es que... cuando lo quiero, lo quiero completo. Y me da miedo que él solo me quiera a ratos."

Lucía se mordió el labio.

No era fácil amar desde la herida. Era como abrazar con los brazos vendados: con ganas, pero con temor al dolor.

Y lo peor es que no quería decirle nada a Javier. No quería sonar dramática, ni insegura. No quería que él pensara que era una más con “problemas”, cuando en realidad, ella solo quería sentirse suficiente.

¿Y si soy demasiado?

¿Y si soy muy poco?

No lo sabía. Y eso era la duda. La duda era un eco constante. Un silencio incómodo. Un peso suave pero constante en el pecho.

Lucía apagó el celular.

No quería más respuestas por hoy.

Solo quería un abrazo. Uno que no pudiera dárselo el teléfono. Uno que calmara la voz dentro de ella que decía: “No eres suficiente”.

Pero como eso no llegó, se abrazó a sí misma. Cerró los ojos. Y dejó que la duda la arrullara en lugar de matarla.




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