En tu mirada |~{amores Verdaderos #2}

Capítulo 3

Durante una semana Clarise buscó incansablemente un trabajo, más nadie la tomaba en cuenta, a excepción de un anciano bien vestido. Se notaba a distancia su excelente posición social, aquel hombre le dió una buena cantidad de dinero que alcanzó para leche, barras de pan y verduras, se alimentaron durante un par de días en el que la mujer pudo descansar sus doloridos pies, no obstante, sabía muy bien que la comida se acabaría y debería continuar con la búsqueda de un sustento.

— Madre, ¿seguirás buscando trabajo? —preguntó Elise al ver que se preparaba para salir.

—Si cariño, debo hacerlo, prometo volver pronto —besó su mejilla —. Cuida de tus hermanos —miró a Oliver y Jacob —. Pórtense bien —sonrió con melancolía —. Los amo, a todos ustedes.

Sólo quedaban unos cuantos almacenes en los que no había solicitado empleo, tenía un extraño presentimiento en su corazón, no podía descifrar con certeza, si era algo bueno o malo, sin duda lo descubriría en el camino.

Con ese sentimiento en su pecho inició su camino al centro de la ciudad.
Una vez más se enfrentaba al rechazo y, desafortunadamente cuando arribo la tarde, ya solo quedaban dos almacenes, dos últimas oportunidades.
Ingresó mostrando su mejor sonrisa, una que le costaba en el alma, pues a esa altura solo deseaba llorar amargamente. En respuesta, de parte del locatario obtuvo la misma expresión de siempre; rechazo y desden.

Se marchó rumbo a la casa, se mordió el labio inferior tratando de contener las lágrimas que amenazaban con salir de sus ojos.

{ Sé fuerte... por tus hijos } —pensaba una y otra vez.

Clarise ya se había preparado para la hinchazón de sus pies, llevaba consigo aceite de lavanda, un antiinflamatorio por excelencia, sin embargo nada la prepararía para lo que experimentaría a continuación; un intenso dolor en la parte baja del abdomen la hizo detener su caminata. Una contracción, demasiado dolorosa para sus treinta semanas de embarazo, instintivamente tomó su barriga, y cerró fuertemente sus ojos, inhaló y exhaló con dificultad rogando a Dios que su parto no se adelantara. Al cabo de unos minutos el dolor menguó por lo que apresuró su marcha.
Al llegar a la casa, una nueva contracción se hizo presente, el miedo se apoderó de ella, aún no era momento de dar a luz.

—Madre, ¿estás bien? —Elise corrió a su lado con evidente preocupación.

—Hija, llama a la vecina, por favor.... corre.

—Niños, no se preocupen, es solo un pequeño dolor - sonrió a Oliver y Jacob.

A los minutos la niña volvió con una anciana de cabello blanco, y ojos tan negros como la noche.

—¡Oh Dios, Clarisse, ¿Qué sucede?!—preguntó al verla acostada en el suelo con expresión de dolor, y los puños apretados.

—Una contracción...¡muy fuerte!.

—¡No puede ser!, es muy pronto aún, ven - indicó rápidamente a Elise —. Tú de un lado, yo del otro, levantemos a tu madre, llevemosla a la cama.

Así lo hicieron, con algo de difícultad, pero lo lograron. 
Luego de acostar a Clarisse, la anciana procedió a revisarla exhaustivamente, cogió agua tibia, lavó sus manos, y tanteó su cuello uterino.

—Aún no estás dilatando, gracias al Altísimo, pero si sigues saliendo todos los días, y todo el día... apresuraras el parto.

—Lo sé, es solo ... —se quedó en silencio al ver que Elise estaba sentada a los pies de la cama —. Hija, por favor, dejanos un momento a solas.

—Está bien madre, iré a jugar con Oliver y Jacob.

Clarisse se quedó en silencio hasta que vio a la pequeña salir de la habitación, sin embargo ninguna de las dos mujeres se percató que Elise permaneció escondida detrás de la pared, al lado del umbral de la puerta, escuchando atentamente la conversación.

—Entiendeme, si no encuentro un trabajo, mis hijos se morirán de hambre, y eso no lo puedo permitir.

La anciana tomó su mano y la apretó en señal de apoyo —. Te entiendo, yo también pase por eso, pero si sigues haciendo esto, está en riesgo también tu vida.

—Lo sé —musitó con la voz temblorosa, de solo imaginarlo todo su ser se estremeció.

—Te vendré a ver todos los días, te cuidare hasta asegurarme que no tengas riesgo de parto prematuro.

—¡No!, es decir... agradezco infinitamente tu ayuda, sin embargo has hecho demasiado por mi, que vengas a verme todos los días, solo hará que me sienta egoísta, yo debería velar por ti.

—Tonterías —cuestionó—. Eres como una hija para mí, jamás te dejaría sola, eres solo una jovencita, además prometí a Darwin que siempre estaría a tu lado, bueno, lo que me quedé de vida -un brillo iluminó los ojos de Clarise.

—Eres una bendición mi querida Ada.

—Descuida, no me halagues tanto, es mi deber, tú cuidaste de mi el año pasado, sin ti, mi enfermedad hubiera empeorado, ahora por el alimento no te preocupes, he logrado vender unas de mis gallinas, así que tengo un poco de dinero para alimentarnos.

—Te prometo que apenas pueda levantarme, buscaré un trabajo y pagaré mi deuda contigo.

La anciana frunció el ceño —. Muchachita porfiada, entiende, no puedes salir en tu estado, cuidar de tu embarazo es lo más importante, ya veras que todo se solucionará, lo presiento, no me preguntes cómo ni cuándo, solo sé que se solucionará, mi tercer ojo no falla.

—Gracias Ada, muchas gracias —sonrió con ternura. Cerró sus ojos y durmió.

Al escuchar la conversación la pequeña sintió que debía ayudar a su madre, se lo había prometido a ella misma y al bebe que aún no nacía.

Dos días pasaron, Ada cuido de ella, y de sus hermanos, su madre había podido descansar ya que las contracciones se detuvieron, y sus pies estaban deshinchados. 
Si bien en esos momentos todo parecía estar en calma, en la mente de Elise se desarrollaba un gran plan para sacar a su familia del apuro económico en el que se encontraban.

Cierto día, la niña se atavió con su mejor prenda, un precioso vestido turquesa con cintas y encajes, se lavó su rostro y pidió a Ada que la peinara con una linda trenza.




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