— Hija —llamó Elvira —. Debemos irnos.
— Oh está bien...fue un gusto conocerte.
—Igualmente Anastasia.
La pequeña se levantó de la vereda, camino a Elvira y susurró en su oído, al momento la mujer asintió con la cabeza, y le entregó un saco que llevaba en sus manos.
—Elise, toma.
—¿Qué es esto? —preguntó la pelirroja, tomó el saco en sus manos y lo abrió.
— ¡No puede ser!, Yo…yo — tartamudeo, nerviosa —. No puedo recibirlo.
— Claro que puedes, es un obsequio, no puedes rechazarlo, ¿Verdad Elvira? — miró a la mujer con un brillo travieso en sus ojos.
— Así es —respondió esta.
— ¿Ves?, ahora es tuyo, mañana volveré a la misma hora, Elvira nos llevará a pasear, ¿Quieres?, di que sí, di que sí —suplicaba dando pequeños saltitos.
— ¡Siiiiii!, Me encantaría — Elise se levantó y abrazó a Anastasia con todas sus fuerzas —. Muchas gracias, me iré a casa, pero mañana volveré y estaré aquí, en este mismo lugar, te esperaré.
— Volveremos, lo prometo—Anastasia besó su mejilla, y con una sonrisa se fue de la mano de Elvira devuelta al mercado.
Elise se marchó a casa con el corazón lleno de alegría, su plegaria fue contestada, a pesar de haber sido rechazada, al final recibió ayuda de quién menos lo esperaba, después de la tormenta siempre sale el sol, y en sus manos llevaba un saco rebosante de frutas y verduras, estaba muy segura de que aquello los ayudaría a alimentarse por un buen tiempo.
Al día siguiente volvió al mercado, se sentó en el mismo lugar y espero pacientemente la llegada de Anastasia. Estaba muy feliz, ya que Ada le permitió volver, la anciana confirmó su sentir, algo bueno sucedería, por lo que la dejo marchar con la promesa de que volveria temprano. Al cabo de una hora, diviso a la niña junto a Elvira, esta las llevo a un parque cercano, durante toda la tarde jugaron y conversaron acompañadas de un picnic; tartaletas, budín de nata, uvas frescas, rodajas de pan, entre otros manjares, que a los ojos de la niña eran una delicia.
— ¿Te puedo hacer una pregunta?.
— Si — respondió Elise.
— ¿Por qué estabas pidiendo limosna? — preguntó Anastasia con una mirada curiosa.
— Hija, esas cosas no se preguntan — intervino Elvira.
— No, no, está bien — declaró Elise con una sonrisa —. Mi padre murió de tuberculosis hace muy poco, mi madre está embarazada, y tengo dos hermanos pequeños, de seis y cuatro años —su voz salía entrecortada, su mirada reflejaba pena y dolor —. Clarise, mi madre, se esforzó por encontrar un trabajo, ya que nos quedaba poco alimento, pero nadie la quiso ayudar, estuvo días buscando un trabajo. Solo una vez, un señor mayor, por lo que ella me contó, la ayudo con dinero, así logramos alimentarnos un por un tiempo, pero un día mi madre llegó a casa asustada, una contracción la dejo en el suelo debido al dolor, es muy pronto para que nazca mi hermanito. Por lo que mi vecina, Ada, nos está cuidando, ella es una anciana muy cariñosa, y preocupada… sé que no podrá ayudarnos siempre, y yo…no quiero que mi madre vuelva a salir, no quiero que le suceda algo a ella, o al bebe, es por eso que salí a buscar trabajo, sin embargo nadie me quiso ayudar, ni siquiera para acarrear bolsas. Decidí pedir limosna, tenía mucha hambre, más nadie me ayudó, todo lo contrario, me miraron con reproche, hasta que llegaron ustedes, tú Anastasia, has sido como un ángel, gracias a ti, mi familia podrá alimentarse por un tiempo más, hasta que pueda encontrar una solución.
Elvira había quedado perpleja, jamás imaginó la desgracia que había detrás de Elise, se compadeció en gran manera por la pequeña, se colocó junto a ella y la abrazó en un intento de reconfortarla, Anastasia también se había sumado a esa muestra de afecto, a pesar de haberse conocido recientemente, le simpatizaba, era la única niña con la que había compartido. Tenía una hermana; Julieta, quien esta era muy cruel con ella, aunque ya no importaba, en Elise encontraría una amiga, y una hermana, algo que siempre había deseado.
La tarde fue sumamente dichosa, las niñas corrieron, jugaron y disfrutaron de sus conversaciones, Elvira solo las observaba, estaba sumamente orgullosa del noble y buen corazón que poseía Anastasia, sonrió complacida, sin lugar a dudas buscaría la manera de que aquella amistad que estaba comenzando, se mantuviera en el futuro.
Al despedirse, y llegar a casa, Anastasia sentía una extraña opresión en su pecho, al pensar en Elise, sus ojos se cristalizaban, su corazón dolía, y le costaba respirar, asustada corrió a Elvira, esta al escuchar los síntomas de la niña, entendió a qué se debía.
— Hija, lo que tu sientes, es tristeza y dolor por ella.
— Yo quiero ayudarla, es mi amiga.
— Lo sé, debemos ayudarla.
La niña asintió con su cabeza, ya había empezado a pensar en una manera de ayudarla. Durante días imaginó cientos de escenarios en lo que su amiga ya no tuviera que pedir limosna, hasta que una mañana, sentada en el marco de su ventana, observaba el precioso cielo azúl, al bajar su mirada, apreció las hermosas rosas que decoraban su jardín, y de pronto, en ese momento, recordó a su tío, dueño de una Florería al otro lado del país, había escuchado por boca de su padre que era muy próspero, no obstante no tenían relación con el, ya que el Conde era un hombre envidioso y malicioso, las pocas veces que visitaban a su familia, este siempre se quejaba y maldecía.
La única opción fue escribir una carta con ayuda de Elvira, mensaje que fue enviado por medio de un sirviente, en aquellas líneas se expuso con detalles la historia de Elise, y la petición de Anastasia.
Una semana se demoró en llegar la respuesta por parte de su tío; Charles.
— Elvira, ¡Que emoción! — Anastasia saltaba de la emoción.
— !Ohh si!, Gracias a Dios.
— Vamos, debemos ver a Elise, y contarle que mi tio vendrá la próxima semana con 50 rosas para que ella pueda vender.
— Está bien, pero no debemos tardar, no sabemos si su madre y hermanos llegarán hoy.