—Madre —dijo Andrés ingresando al salón ante la atónita mirada de sus padres —. Se ve maravillosa…preciosa y elegante.
—Hijo, que eres adulador —Alisa se aproximó a él, lo besó en la mejilla, y susurró en su oído —. Y un lame botas.
Este contuvo la risa que amenazaban con salir de sus labios y observó a George —. Padre, ciertamente su edad no le hace juicio, se ve estupendamente bien.
Una sonrisa por poco se le escapa, y en su lugar levantó una ceja —. ¿Y este milagro? —preguntó observando su reloj —. Aún faltan cinco minutos para partir al baile y ¿tú ya estás listo?, ¿te golpeaste en la cabeza o algo?.
—¡Padre, qué cosas dice! —exclamó—. Por supuesto que no. Es hora de hacer las cosas bien, ¿No cree? —dicho eso, se acomodó el cuello de su camisa y caminó hacia la entrada de la mansión.
Alisa tuvo que poner una mano debajo del mentón de su esposo para cerrarle la boca.
—¿Es enserio o estoy soñando? —farfulló.
—Es enserio cariño, creo que nuestro hijo al fin maduro.
—¿Y como sé yo que es verdad, y no un juego?
Alisa entrecerró los ojos y luego suspiró —. Es tu hijo, dale una oportunidad.
—Está bien —cruzó su brazo al de su esposa y caminaron hacía Andrés.
George parpadeó un par de veces para confirmar que la presencia de su primogénito no era una ilusión, y es que había soñado con que su hijo fuera un noble responsable más veces de las que pudiera recordar.
El jóven acostumbraba a llegar a todo evento y ocasión tarde, demasiado tarde —excepto a los cumpleaños de su madre—Hacía acto de presencia cuando se le daba la gana, y su vestimenta siempre dejaba mucho que desear, y para sumarle aún más disgusto, al primer lugar donde se dirigían sus pasos era a las bandejas de licores que ofrecían los sirvientes y a las mesas de juegos de los señores.
Toda alma allí presente sabía que al finalizar las veladas Andrés Chesterfield terminaba embriagado y tropezando con sus propios pies.
Y ahora que él muchacho lo pensaba con la cabeza fría, entendió la vergüenza que le causó a sus padres, algo que le significó múltiples discusiones y amenazas.
Pero ahora todo cambiaría, todo sería diferente, ya que se prometió ser un mejor hombre, y lo demostraría aquella misma noche.
Sus pensamientos fueron interrumpidos por la voz de su padre.
—¿Estás listo? —preguntó este.
Andrés asintió con su cabeza.
—¿Y Boris? —preguntó George mirando a su alrededor.
—Le pedí que hiciera unos encargos, en su lugar está Gordon, vamos con él.
Su padre frunció el ceño, pero al instante se encogió de hombros, y avanzó junto a su esposa. Aún no se acostumbraba al hecho de que su hijo tomara decisiones por sí sólo, sin embargo darle una oportunidad, consistía en dejar que tomara las riendas sin cuestionarlo.
Quince minutos, fue el tiempo que el carruaje se demoró en llegar a la residencia de los Condes.
Para la fortuna de Andrés, no eran los primeros nobles en llegar, de hecho gran parte de los invitados ya se encontraban en el salón, y los demás se encontraban en el antejardín.
Con el mentón en alto, caminó acompañando a su padres, todo, ante la mirada inquisitiva y el jadeo colectivo de las señoras y señores.
¿Acaso el nuevo vizconde Chesterfield ha decidido enderezar sus caminos y brindar honor y respetabilidad a su título?
Alisa sonreía orgullosa, mientras ignoraba los murmullos y el cotilleo que ya comenzaba a andar de boca en boca. La presencia de Andrés sería el centro de las conversaciones de la velada durante toda la noche.
Cientos de ojos seguirían cada paso del jóven, lo sabía muy bien. Esperarían pacientemente hasta que este cometiera un error, hasta que corriera por una copa de licor, o que al finalizar la noche no pudiera reconocer ni su nombre.
Sin embargo, ella confiaba plenamente en su hijo, confiaba que su cambio era verdadero, y que taparían miles de bocas chismosas.
Al ingresar al salón el cuchicheo fue aún mayor, las jovencitas casaderas suspiraban de la emoción, una que otra más atrevidas escondían sus sonrisas ladinas detrás de sus abanicos, y es que ¿Cómo no hacerlo?, cuando su aspecto era muy diferente al que presentaba en veces anteriores, ya no presentaba aquella barba y cabello desordenado, al contrario, se había afeitado dejando a la luz su mandíbula cuadrada y labios carnosos y rosados. Sus facciones perfectas y varoniles.
Su cabello perfectamente peinado hacia atrás, y por si fuera poco, su porte le otorgaba un aire de seducción y elegancia.
¡Dios!, ¿Dónde había estado oculto aquel hombre tan atrayente?
—Hijo, creo que serás el centro de atención. —susurró Alisa.
—Créame que me tiene sin cuidado.
—Lo sé cariño, ahora demuéstrales que has cambiado.
Andrés sonrió y levantó su rostro, barriendo el lugar con su mirada, hasta que encontró a su querido amigo Gregory.
—Padre, madre, con su permiso.
—Adelante —dijo la mujer adelantándose a George.
—Hijo —masculló este, pero no pudo terminar de decirle nada pues su primogénito ya se había marchado —. Compórtate por favor —susurró para sí mismo.
—Tranquilo cielo, todo saldrá bien.
A la distancia Andrés y Gregory se saludaban y platicaban animosamente.
La prueba de fuego venía a continuación, cuando un sirviente se aproximó hasta ellos con una bandeja de copas.
Gregory tomó una copa entre sus dedos y lo miró de reojo.
El castaño sonrió con suficiencia, podía sentir las miradas clavadas en él —algunas deseosas de que extendiera su mano y echara por la borda aquel mediocre esfuerzo por verse mejor, y otras anhelaban confirmar con su propios ojos la redención del nuevo vizconde.
—No, muchas gracias —inclinó su cabeza.
La conmoción y los susurros no se hicieron esperar.
—Estás causando el efecto que esperábamos—siseó Gregory bebiendo de su copa.