En tu mirada |~{amores Verdaderos #2}

Capítulo 17


 


Parpadeó un par de veces y tras frotar sus ojos, pudo ver con claridad.

¿Dónde estaba?

Con pesar obligó a sus piernas a andar, sus pasos eran temblorosos, y el suelo inusualmente blando no ayudaba, avanzaba y parecía hundirse cada vez más.

Extrañada y confundida se encogió temerosa. Observó a su alrededor; árboles de grandes cortezas grisáceas y raíces secas, enormes telarañas cubrían sus ramas y una densa niebla lo envolvía todo. Levantó su rostro hacia el cielo, el firmamento se hallaba colmado de nubes grises y tan sombrío como el mismo bosque en el que ahora, se encontraba perdida.

De pronto una súplica desgarradora irrumpió en el tenebroso silencio.

—Elise, ayúdame.

Un escalofrío recorrió su espalda al reconocer la voz de su amado.

—¡Andrés!—gritó desesperada—. ¿Dónde estás?.

—Ayu....ayúdame por favor.

—¡¿Dónde estás?! —tomó el dobladillo de su vestido entre sus dedos, lo alzó y echó a correr con todas sus fuerzas.

—¡Hablame Andrés!.

—Por....por aquí —su voz era cada vez más apagada.

—¡No dejes de hablarme Andrés!, te lo ruego, no dejes de hablarme por favor.

—Aquí...

—¡Espera, me falta poco!—gritó

La joven corría desesperada siguiendo la voz, sin rumbo fijo, sólo dejándose llevar por su instinto y por la necesidad de rescatarlo. De un segundo a otro sintió como sus pies se hundían en el fango, como si de arena movediza se tratase, intentó —en vano—escapar, pero se hundía aún más rápido.

—¡NOOO! —con sus ojos buscó algún objeto al cual sostenerse e impulsarse para salir, sin embargo se encontraba rodeada de lodo.

—Andrés, ¿Dónde estás? —las lágrimas comenzaron a agolparse en sus ojos —. ¡Dios!, respóndeme Andrés —gritó tan fuerte, que sintió como su garganta se desgarraba.

—Adiós amor mío.

—¡Nooooo... no, no, no!, no me dejes, por favor no me dejes tu también 
—un silencio lúgubre se extendió por todo el bosque, y en ese preciso momento lo supo, lo había perdido, su primer y único amor se había marchado. Cerró los ojos dejando caer las lágrimas contenidas, dejo de respirar por unos segundos, el frío que la atravesaba hasta los huesos no era nada comparado al dolor y la agonía de haber perdido a Andrés.

Dejo de moverse, todo su cuerpo se aquieto, mientras se hundía más y más, hasta que la oscuridad la envolvió.

Abrió los ojos de golpe y tomó una bocanada de aire. Barrió su alrededor con su mirada; la cama, el velador, la ventana, su cuerpo cubierto con un edredón. De inmediato un suspiró salió de sus labios. Tocó su rostro humedecido, lágrimas cubrían sus mejillas. Llevo el puño de su mano a su pecho, ¡Santo cielo!, se había sentido tan real, tan palpable...el dolor, el miedo, la agonía, se sintió tan auténtico. ¡No!, algo así no podía ser una simple pesadilla, imposible. El malestar y la inquietud seguía aún dentro de ella. Eso solo significaba una cosa, una temible cosa.

Algo le pasó a Andrés, algo le sucedió, me necesita, ¡Oh Dios mío, me necesita!, se dijo a sí misma. Con aquel pensamiento se levantó rápidamente de su cama, se abrigó con una bata y cruzó el pasillo para llegar al pequeño comedor. Con sus piernas temblorosas caminó de un lado a otro, llegó hasta la puerta, tomó la manija entre sus dedos, dispuesta a salir a su encuentro, pero tal como en el sueño, no tenía ni la mínima idea de dónde estaba él, no sabía dónde vivía, además era de madrugada, no había forma de que pudiera salir sin correr un gran riesgo.

—Hija, ¿Estás bien?.

Elise se sobresaltó al escuchar la voz de Clarise.

—Madre—dijo llevándose una mano al pecho—. Me asustó.

—Disculpa cariño, escuché unos ruidos y me levanté. No creí que fueras tú —caminó hasta ella —. ¿Te sucede algo?.

—Tuve una pesadilla, una horrible pesadilla.

Clarise la tomó de los hombros y la llevó al sillón —Siéntate, y si crees que debes contarme, hazlo, yo te escucharé.

Elise sonrió con pesar —. Para eso, debería confesar otras cosas madre, y lo que diga no le gustará —evadió su mirada y clavó sus ojos al suelo.

Clarise tomó el mentón de su hija con delicadeza —. Hija mía, jamás podría juzgarte o pensar mal de ti. Eres una hija maravillosa, y no has traído más que felicidad a mi vida —con su mano acarició su larga cabellera pelirroja —. Confía en mí cariño, y si puedo, déjame ayudarte.

El toque de su madre fué como una caricia del sol, de esas que brindan calidez a tu alma, era el momento ideal. Por lo que la muchacha apoyó su cabeza en el hombro de ella, y comenzó a contarle todo. Quién era Andrés, y como lo había conocido. Lo bien que se portaba con ella, y lo amada que la hacía sentir. El brillo de sus ojos al hablar con tanto amor de aquel joven era la confirmación; su hija se había enamorado.

—Cariño, ¿Enserio creíste que yo no aprobaría tu relación?.

Elise sintió como la vergüenza la embargaba y asintió con su cabeza.

—Oh hija, cómo podría rechazar el amor, que sin duda ha nacido en tu corazón. Yo, que sé lo que es amar, jamás, jamás, podría criticarte. El amor es lo más bello del mundo, es algo que no se puede ver ni tocar, se debe sentir con el corazón, sólo a él —indicó con su dedo en su pecho —. Debes escuchar. Y pues, si tú corazoncito te dice que ese muchacho, Andrés, es el amor de tu vida. Nada que hacer hija mía.

La pelirroja se abalanzó sobre Clarise para abrazarla con fuerza —Gracias gracias madre.

—Ahora, ¿me puedes decir que pesadilla tuviste?.

—Si _con un nudo en el estómago le contó el sueño, más bien, aquella pesadilla. Lágrimas nuevamente se agolparon en sus ojos al revivir la sensación de haber pedido a Andrés, de no haber alcanzado a llegar a su lado. Un sollozo escapó de sus labios, y su madre, la acurrucó en su pecho mientras acariciaba su espalda y le susurraba que todo estaba bien, que sólo había sido un sueño, un mal sueño.

—No, siento que está en peligro, que no fue sólo una pesadilla... estoy segura. Debo ir a verlo. Debo estar a su lado.




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