—¡¿Qué significa esto?!—preguntó George al ver frente a él a una jovencita pelirroja sosteniendo la mano de su hijo, que ya se encontraba ¿Despierto?, ¡No puede ser!, ¿Había despertado?, ¿En qué momento?, ¿Por qué nadie le había avisado?, haciendo caso omiso a sus interrogantes, miró de pies a cabeza a la muchacha, y con el ceño fruncido interrogó —. ¿Quién es ella?, ¿Y que hace en mi casa?.
La chica abrió la boca para responder, pero Andrés dijo: —Se llama Elise, y es el amor de mi vida.
George levantó las cejas —. ¿Qué dices? —creyó haber oído mal, si, definitivamente oyó mal.
—Me escuchó padre…se llama Elise, y es el amor de mi vida —repitió Andrés con el rostro impertubable.
El hombre lanzó tal estrepitosa carcajada que los vellos de Elise se erizaron —.¿Acaso es una broma? —enfocó sus ojos en la joven —. Dime, ¿mi hijo te contrato para ser parte de esta farsa? — dirigió la mirada a Andrés y alzó la voz —. ¿Esto lo haces por qué no quieres cumplir con tu parte del trato?.
Andrés y Alisa se miraron alarmados, Elise aún no se podía enterar, no cuando él deseaba arreglar todo.
—Cariño, acompáñame —dijo su esposa.
—¡No!—respondió este —. ¡La quiero fuera de mi casa, AHORA!.
—George, acompáñame —Alisa lo tomó del antebrazo y lo arrastró a regañadientes fuera de la habitación.
—Andres, debo irme —Elise tenía la voz temblorosa y estaba al borde de las lágrimas.
—No, no, espérame, debo ir a hablar con él. No voy a permitir que te falte el respeto, no puedo permitir que te hable de esa manera —intentó acomodarse para levantarse pero una punzada de dolor lo hizo detenerse y gemir.
—No, por favor no te levantes. Yo me iré… perdóname, no debí haberte puesto en esta situación —susurró con su vista clavada en el suelo.
Andrés tomó el mentón de Elise y giró su rostro hacia él —. Jamás, jamás pidas perdón por algo en lo que tú no tienes culpa. Yo debería disculparme por la impertinencia de mi padre. Es un buen hombre, pero cuando se le mete una idea en la cabeza nadie se lo puede sacar, y ahora mismo, cree que yo seré parte de sus planes. Está rotundamente equivocado.
La muchacha no pareció comprender la totalidad de sus palabras, pero no importaba. Lo imperante era salir de la casa antes de que la situación pasará a mayores. No sería ella, motivo de discordia entre un padre y su hijo.
—No Andrés, no discutas ni lo enfrentes, él es tu padre, yo daría todo para que el mío aún estuviera a mi lado. Entiéndelo, ponte en sus zapatos…ver a una desconocida, cómo yo —dijo mirándose a sí misma—. Entiendo que crea que no es posible que alguien como yo, esté con alguien como tú. Sólo dale tiempo —decía a la vez que dejaba un suave beso en su mejilla.
La irá de Andrés pareció menguar, ella era su lugar seguro, su calma en medio del caos, su sol luego de la tormenta—. Prométeme, que no lo enfrentarás.
El joven hizo una mueca —. No lo sé, no quiero mentirte.
—Por favor, hazlo por mí. Solo démosle tiempo —de sus labios brotó una sonrisa encantadora, de esas capaz de alegrarle la vida y nublarle los sentidos.
Andrés sonrió a su vez —. Eres preciosa… no sólo por cómo te ves, sino por lo que eres, y por todo lo que tiene tu corazón —se acercó a ella al punto que la punta de sus narices chocaban —. Te quiero Elise. Cada día lo hago más y más. Nunca dudes de mi amor por ti, ni siquiera por lo que puedas oír de mi padre. Nunca dudes de que mi corazón te pertenece.
La pelirroja suspiró con sus ojos brillando de emoción —. Yo también te quiero. Mucho —besó sus labios suavemente y se levantó de la cama —. Por favor recupérate, no hagas nada que arriesgue tu salud. Yo esperaré por ti. Te enviaré cartas con Boris —él asintió sonriendo —. Prometo cuidarme sólo para volver a tu lado.
Elise camino a la puerta, tomó la manija entre sus dedos, y antes de abrir se giró y le lanzó un beso al aire. Andrés levantó su mano, simuló agarrar el beso, y lo llevó a su pecho, a su corazón. Con lágrimas agolpadas en sus ojos salió a paso rápido, camino por el pasillo hasta llegar a la escalera, la bajó y se dirigió a la puerta principal.
Boris la estaba esperando, por su rostro adivinó que las cosas no habían salido muy bien, por lo que decidido a no importunar la siguió en silencio hasta el carruaje, dónde le abrió la puerta para que entrara.
Al llegar a su hogar, Clarise, su madre, aguardaba por ella en la puerta. Se adentraron a la casa y Elise se dejó envolver por sus brazos, sin poder aguantar un segundo más, lloró en su pecho, cual pequeña.
—Cariño mío, deja salir todo pesar, aquí estaré yo, a tu lado —susurró con ternura.
Por largos minutos la pelirroja sollozó bajo el cobijo de su madre, aquel dolor que llevaba en su pecho había aminorado. Sophie, su hermana pequeña, había sido testigo de todo, preocupada por su hermana, tomó su pañuelo favorito, y se lo entregó.
—Gracias nana—dijo con los ojos enrojecidos.
—Ya no llores hermana —la niña se abalanzó sobre ella y besó su mejilla —. Eres muy bonita para llorar así, te saldrán arrugas, o eso es lo que dice la vecina, esa que siempre anda medio desnuda en la calle.
—¡Sophieee!—exclamaron al unísono Elise y Clarise.
La niña rió a carcajadas —. ¿Qué?, me han dicho que no mienta —se encogió de hombros.
—Hija, ve a tu habitación por un momento. Necesito hablar con tu hermana.
La niña asintió y se fué. Pero antes pasó a la cocina, llenó un vaso con leche, y se marchó a jugar con sus muñecas de tela.
Clarise suspiró y preguntó: — Hija, ¿Está todo bien?.
—Sí y no —respondió ella —. Gracias a Dios Andrés está bien. Pero mamá —la miró fijamente —. Debo decirle algo, muy importante. Es algo que me ha pasado hace poco más de un año, antes tenía miedo, pero ya no, gracias a Andrés.