El desayuno transcurrió mejor de lo que Clarise habría pensado, los nervios que sentía al estar sentada al lado de Charles, se fueron disipando a medida que cada uno de sus hijos charlaba alegremente. El ambiente era mágico y agradable. Cómo si él siempre hubiese sido parte de la familia, aquel era su lugar, y ahora, ella lo veía más claro que nunca. A pesar de que en un principio no lo percibía así, y es que, ¿Quién, en su lugar no dudaría de la bondad de un hombre, el cuál ayuda sin pedir nada a cambio?. Por mucho tiempo dudo de sus buenas acciones —la culpa recaía en sus experiencias, en los momentos que suplicó por ayuda, más fue ignorada, salvó por su difunta vecina —hasta que un día entendió, que las buenas personas si existían, las que extendían su mano sin condiciones, sin exigir nada a cambio. Y él, era uno de esos ángeles terrenales.
Luego de comer, Jacob y Oliver fueron al colegio, acompañados por Charles, este les comentó lo que se debía aprender antes de cabalgar; los consejos, y trucos. Los muchachitos escucharon atentos, memorizando cada enseñanza.
Al regresar a casa, Sophie lo llevó a su habitación y le mostró su nueva muñeca. El hombre, llenó de alegría, jugó con ella como lo haría un padre con su hija. La niña le pidió que le leyera su cuento favorito, a pesar de que él, le había comprado un sin número de libros ilustrados, la niña tenía su favorito; "Lila, la pequeña mariposa". Cuando Charles leyó la última línea volteó el rostro y vio como Sophie dormía serena y tranquila a su lado. Se levantó con sigilo, y la cubrió con un colorido edredón, dejó un suave beso en su frente y sonrió mientras la observaba. Su corazón estaba extasiado de alegría, se sentía feliz, se sentía completo. Sentía que de cierta manera tenía la familia que siempre había deseado, aún que no compartieran lazos sanguíneos, eran su familia.
Se marchó de la habitación en silencio, y caminó hasta la sala donde estaban Clarise y Elise. Había un asunto urgente que querían hablar con él, y la hora había llegado.
Una hora después.
—Charles, por favor… cálmate —Clarise y Elise observaban al hombre dando vueltas en la habitación como un león enjaulado.
—No puedo…¡No quiero calmarme!—exclamó enfurecido. Apretó ambos puños a los lados de su cuerpo, con cada paso que daba el suelo temblaba bajo sus pies y segundo tras segundo farfullaba palabrotas que evidenciaban lo encolerizado que se sentía.
—Angus, ¿Angus Fletcher, verdad?, ¿ese maldito mafioso?—preguntó.
Elise asintió.
—He oído hablar de él, es un malnacido que se cree dueño de Londres. Mafioso, mujeriego, y asesino. Pero no me conoce, esto lo resolveré ya mismo —declaró agarrando su abrigo —. Iré a denunciarlo a las autoridades, y de no haber solución —hizo una pausa—. Lo mataré, lo mataré con mis propias manos, lo juro. Se arrepentirá del día en que fijó sus malditos ojos en ti —dijo mirando a la pelirroja.
Ambas mujeres jadearon conmocionadas, jamás nunca habían visto a Charles alterado, era un hombre compasivo y calmado. Pero lo que ninguna sabía, es que él daría su vida por ellas, haría todo lo que estuviera en sus manos para ayudarlas y cuidarlas. Para un hombre protector como Charles, que un degenerado pervertido estuviera al acecho de la joven que él consideraba su hija, era imperdonable. Angus Fletcher había firmado su sentencia de muerte.
—Me voy —zanjó —. Quédense tranquilas, y no salgan de aquí por favor. No puedo permitir que corran riesgo alguno. Mandaré hombres a qué resguarden la casa, y también enviaré a un par de ellos para que retiren a los chicos del colegio. Desde hoy no saldrán solos, no dejaré que ese mafioso les ponga una mano encima, a ninguno, ustedes son mi familia, y los cuidare con mi vida. Lo prometo.
Elise se levantó rápidamente del sillón —. Tío, por favor, no haga nada contra Angus, dejemos que la justicia se encargue de él, si algo le pasará a usted, no me lo perdonaría.
Charles tomó su mano y acarició su mejilla —. No puedo prometerte eso, pero si me aseguraré de encontrar a un policía que esté dispuesto a detenerlo.
La jóven sonrió, aquellas palabras no tranquilizaban por completo su turbado corazón, pero al menos, le daba una pequeña esperanza.
Clarise se aproximó hasta ellos y susurró fijando sus ojos en ella —. Hija, debes contarle.
El terror cruzó por los ojos de Charles, el miedo se asentó en su estómago, y múltiples pensamientos inundaron su mente —¡NO!, ¡no me digas que abusó de ti!—exclamó.
—Nooo —se apresuró a contestar—. No se ha atrevido a tocarme.
El hombre soltó un suspiro y relajó su cuerpo, enfocó sus ojos en Clarise, y al igual que él, ella respiró aliviada.
—¿Qué pasa entonces?...confía en mí, cuéntame. Sea lo que sea, estaré aquí, para ti, para apoyarte.
Elise esbozó una pequeña sonrisa, ese era el hombre que ella admiraba y quería. Aquel que se ganó su lugar en el corazón de ella y de su familia.
—Yo… estoy enamorada.
—¿Enserio?— Charles abrió su boca —. ¿Quién es?, ¿Qué hace?, ¿Es un buen joven?, dame su nombre, lo investigaré de inmediato.
Elise y Clarise se miraron y soltaron una pequeña carcajada —. Es un buen joven tio, lo que sucede es que Angus intentó asesinarlo.
—No me lo puedo creer Elise, esto es más peligroso de lo que pensé —con la yema de sus dedos masajeo el puente de su nariz —. Clarise por favor, no salgan, esperen a que yo vuelva con noticias.
La mujer asintió.
—Elise dime el nombre del jóven.
—Andrés, Andrés Chesterfield.
Los ojos de Charles se abrieron debido a la sorpresa —. ¿El nuevo vizconde?.
—Si, él —afirmó con nerviosismo.
Aunque en su mente surgieron un sin número de interrogantes, no era hora de satisfacer su curiosidad, luego hablaría con ella.
—¿Hace cuánto fue eso?
—Un par de días —contestó Elise.
Charles lo meditó por unos segundos, al parecer la situación no sería tan difícil como él pensaba. Andrés no era un ciudadano común, era un noble, perteneciente a una de las estirpes más importantes de todo el país. Estaba seguro que la policía no se quedaría de brazos cruzados. Podía apostar que ahora mismo estarían buscando al culpable, y sería él, quien les daría el nombre del maldito miserable.