El tiempo pasaba, y la tensión aumentaba con cada hora que el mafioso no se hacía presente.
Cerca de las tres de la tarde, se vislumbro la figura imponente de aquel hombre, alertando a todos y a cada uno de los que lo esperaban.
Henry Helding enderezó su espalda, y cruzó sus brazos sobre su pecho tanteando por encima de su ropa, su revólver.
Charles y sus hombres se observaron en silencio, comunicándose entre miradas, y en un rápido movimiento desenfundaron sus armas.
Ya no había vuelta atrás.
Elise atendía a un cliente cuando observó por encima del hombro del jóven a Angus. Por poco voltea su rostro en busca de la policía, pero se contuvo y despidió al joven con una radiante sonrisa fingida. Fingida porque los nervios se estaban adueñando de su cuerpo.
~{Tu puedes, tú puedes. Ya no le temes}~ pensó para sí misma.
—Buenas tardes Elise —dijo Angus fijando su oscura mirada en ella.
La muchacha apretó los puños enterrando las uñas en las palmas de sus manos. Que ganas tenía de abofetearlo, y aquella imágen mental la hizo sonreír.
—¿Contenta de verme?—preguntó con una sonrisa socarrona.
Elise se aclaró la garganta y se enderezó aún más —. Buenas tardes, ¿Desea una rosa?.
Angus enarco una ceja —. Si me lo preguntas con tal amabilidad, claro. Dame una rosa.
Manténlo en el puesto lo más que puedas ~resonó en su mente.
Se mostró interesada, y haciendo acopio de una voluntad sobrenatural le regaló una sonrisa en la que mostraba sus dientes perlados y brillantes.
—¿De qué tono?, ¿Rojas, blancas o azules?.
El hombre sonrió de oreja a oreja —. Cuando sonríes te ves bellísima, ¿Lo sabías?. Azul, dame esa azul —indico con su dedo índice —. Tiene el mismo tono de tus ojos, simplemente magnífico —a cualquier mujer, aquel cumplido habría puesto sus piernas como gelatina, pero a Elise no le provocó más que repulsión y desagrado.
—Una azul será —tomó la rosa y se la extendió.
El mafioso estiró su manó, y antes de tomar la flor rozó los dedos de ella con anhelo. La joven apartó su manó como si el contacto de su mano le quemara.
—Elise, dime, ¿Crees que soy un tonto?.
Los ojos de ella se abrieron de par en par, y el miedo cruzó por su rostro, tragó saliva con dificultad, y antes de que algún sonido pudiera brotar de su garganta Angus habló:
—¿Realmente creíste que te desharías de mí tan fácilmente?
—Yo...yo—tartamudeó—. No...no sé de qué estás hablando —¿acaso sabía del plan de la policía?, ¿Se enteró de que Andrés estaba con vida?, en ese mismo instante las palabras de su madre hicieron eco en su mente, y las ganas de correr se hicieron presente. Sus ojos se movieron a su alrededor, ¿Dónde estaba el oficial y sus hombres?, ¿Charles estaba cerca?.
—No los busques, no te ayudarán.
Y con esas palabras Elise supo que estaba perdida.
Angus rodeó la mesa y se acercó a ella. Debía arrancar, debía moverse pero su cuerpo estaba rígido, encogida, y atemorizada. De pronto sintió un dolor punzante a la altura de su costado, miró hacia abajo, y lo vió. Una navaja estaba clavándose en su vestido, era tan filosa que podía asegurar que había traspasado la fina tela para incrustarse en su lechosa piel.
¡Iba a morir, eso era seguro!. El sudor comenzó a correr por su frente y espalda. Quería gritar, quería pedir ayuda. Quería maldecir a los policías por no estar ahí.
—Quedate callada, un solo grito y morirás. Ahora camina.
—¿Qué?.
—Ya me oíste, camina.
NO, prefería morir que caminar con él, entregarse a la muerte era mil veces mejor que cumplir el capricho de un hombre enfermo. Tragó el nudo de su garganta, y lo enfrentó —. ¿Qué pretendes?, no seas imbécil, no saldrás vivo de aquí si me haces daño.
—Lo que menos quiero es hacerte daño Elise, ¿Cómo es que aún no lo entiendes?.
—Entiéndelo tú, no te quiero. Podrías tener a la mujer que quisieras, a mi déjame en paz.
—Jamás, jamás te dejaré en paz. Si no eres mía, no serás de nadie. ¡Camina!, hazlo si no quieres ver a tu madre y a tu dulce hermanita muertas. Sé que están con Celia. Sé cuántos y en dónde están los oficiales —se acercó a su oído y susurró con voz rasposa y profunda—. Lo sé todo.
—¿Quién?, ¿Quién fué?.
Angus rió con altanería. Para él la información era poder, y el poder lo era todo —. Todo el mundo se vende por dinero, deberías saberlo.
Frente a ellos Henry Helding se había incorporado de un brinco, sus dientes rechinaban con tanta fuerza, que casi los podía escuchar. Atrás quedó el vagabundo perezoso, para dar paso a un fiero oficial, que blasfemaba contra todo lo existente por haber confiado en sus hombres. Claramente lo habían traicionado, lo sabía por la forma en que Angus sostenía a Elise junto a él, lo supo por el miedo que veía en el rostro de la pelirroja.
Sus ojos barrieron el lugar donde estaban sus compañeros. Él único que no estaba en su lugar era el hombre que estaba vendiendo implementos de cocina en la esquina. ¡Maldito desgraciado traicionero!. Si se libraba de esta, juró que lo haría pagar por haberse vendido a un sucio mafioso. Sus hombres lo observaban, por sus miradas comprendió que estaban listos para saltar y detener a Angus. Sin embargo la situación había cambiado, Elise estaba en riesgo, y cualquier paso en falso, significaba un peligro para ella. ¿Qué debía hacer?.
—Déjame por favor. No quieres una mujer como yo a tu lado —dijo Elise mientras ponía resistencia negándose a caminar.
El hombre la empujó con su hombro obligándola a avanzar —. Claro que te quiero a mi lado, ven conmigo. Si lo haces, juro que un día te enamorarás de mí.
Elise se estremeció de espanto, ¿Enamorarse de él?, jamás, su corazón tenía dueño, era único y exclusivamente de Andrés —. Entiéndelo por favor. Yo sé que tú eres un buen hombre, sé que en el fondo no quieres obligarme a estar contigo, por favor déjame.