En tu mirada |~{amores Verdaderos #2}

Capítulo 28

Angus Fletcher.

El nacimiento de Angus marcó un hito para la familia Fletcher.
 


Elizabeth, había sufrido la perdida espontánea de dos embarazos antes de los cuatro meses, abortos en los que perdió mucha sangre, por lo cual no era aconsejable intentar concebir nuevamente. Sin embargo el deseo de ser padres fue mayor, y ocho meses después la mujer quedó embarazada de su primogénito.

El recién nacido trajo la dicha y la felicidad a aquella pareja de enamorados, y a pesar de que su situación económica era precaria, alcanzaba para proporcionar todo lo que el pequeño Angus necesitaba.

El niño de cabello azabache y ojos color ámbar creció rodeado de atenciones y amor, de modales, y buenas enseñanzas. Pero todo cambió cuando a sus cinco años, sus amados padres enfermaron de gravedad.

Lo que comenzó como una inofensiva tos con flema rápidamente se transformó en una tos con sangre, un irrefutable síntoma de la temida y devastadora tuberculosis; "la enfermedad de los pobres".

Desesperados, buscaron ayuda en cada persona que aparentaba tener un corazón bondadoso—algo de lo que carecían—.
Suplicaron por auxilio a las autoridades. Rogaron a un sin número de doctores que los atendieran, que proporcionaran un tratamiento que se adecuará a su presupuesto. Más fueron rechazados, les cerraron la puerta en la cara, los marginaron y condenaron a la soledad de su hogar, y a un inevitable fallecimiento.

Fue tan catastrófica la enfermedad, que el selecto grupo para ser atendidos eran los nobles y los de buena posición social. Los pobres y humildes como ellos se dejaban morir sin siquiera atreverse a bajar las fiebres, a aminorar los síntomas que consumían sus cuerpos día a día, simplemente los dejaban enfermar hasta que la muerte reclamaba sus vidas.

A pesar de que al pequeño le imploraron que no se acercara, que mantuviera distancia para evitar ser contagiado. La necesidad de sentir el calor y el cariño de sus padres, fue más grande que el miedo a enfermar, como si estuviese dispuesto a morir junto a ellos.

El tiempo pasaba, y los ojos ambarinos de Angus fueron testigo del decaimiento de Elizabeth y Jack, hasta el punto que incluso respirar parecía una tarea demasiado difícil y dolorosa para ellos.
El pequeño desesperado por ver cómo la muerte caía sobre sus cabezas corrió para pedir ayuda, salió de casa, y a cada vecino, ciudadano, comerciante, noble, policía, que vio caminando por las calles de Londres, rogó por socorro. Pero sólo recibió repudio, lo rehuían como la peste, lo empujaban con un palo en su pecho como si de un leproso se tratara.

Los murmullos crecieron a su alrededor, y las miradas llenas de desdén lo dejaron paralizado en medio de la multitud que lo señalaban con un dedo juzgador.

~Pronto será enviado al orfanato.

~Terminara en ese horrible lugar, que infortunio.

~No lo mires, está enfermo, seguramente morirá pronto.

¿Qué pecado había cometido para ser tratado tan injustamente?....ninguno.

Fue en búsqueda de ayuda, más lo único que recibió fueron malos tratos, palabras hirientes, golpes, y repudio.

Resignado y con el corazón estrujado volvió a casa, sólo para descubrir que el tiempo de sus padres en la tierra se había terminado, la tuberculosis arrebató sus vidas dejandolo huérfano; solo y sin familia.

Con paso tembloroso se acercó a sus padres, se aferró a ellos con lágrimas corriendo como raudal por sus ojos. Besó cada espacio de sus rostros, acarició sus mejillas mientras les susurraba cuanto los amaba.

Permaneció abrazado a sus cuerpos hasta que estos se sintieron rígidos y fríos, hasta que ya se dió cuenta de que no despertarían.

Estaba solo en el mundo, completamente solo.

De su antejardín arrancó unas pequeñas flores de margarita; las favoritas de su madre. 
Se arrodilló frente a ellos y dijo:

—Mamá, papá, los amo mutitimo...nos meremos en el tielo —lágrimas se agolparon en sus pequeños luceros.

Puso las flores sobre sus pechos. Era un adiós, para siempre.

Los días pasaron, y la incertidumbre de saber si vendrían por los cuerpos de sus padres era cada vez mayor. Nadie preguntó, a nadie le importo.
Su madre, Elizabeth, sabía que moriría, lo sentía en su corazón, esa sombría sensación de saber que la vida se te va, y que nada puedes hacer. Fue por eso, por su preocupación principal: Angus, que dejó una serie de instrucciones al niño, para que no quedará a la deriva, cual barco en altamar que ha perdido el rumbo y se deja guiar por la tempestuosa corriente.

Primero, debía avisar de su fallecimiento al cura de la iglesia más cercana para que fueran bendecidos antes de ser sepultados. No obstante no se atrevía a salir de casa y dejar los cuerpos de sus padres. Tenía miedo, de que al salir, —como lo hizo la primera vez, cuando fue por ayuda—su amada familia no estuviera sobre el lecho.

Segundo, debía alimentarse con las provisiones que ella y Jack lograron recaudar hasta que las autoridades se encargaran de él y lo derivaran a un orfanato.

Tercero—lo más importante—le habló, una y otra vez, hasta que las palabras desgarraron su delicada garganta:

Mi pequeño niño, necesito que seas fuerte y valiente. Nosotros ya no estaremos a tu lado, físicamente ya no nos verás, pero en tu corazón permaneceremos, en tus recuerdos, en tus ojos ámbar como los de tu padre, en tu pelo azabache como el mío. 
Te amamos tanto que esta separación nos duele mucho, nos duele en el alma, pero quiero que sepas que nunca estarás solo, estaremos en cada sopló de aire fresco que golpee tu rostro, en cada pájaro que oigas cantar, en cada rayo de sol que ilumine tu vida. Te acompañaremos desde el cielo, en cada paso que des, en cada camino que tomes. Tienes un espacio muy especial en nuestros corazones, un espacio que te pertenece solo a ti. Estamos orgullosos Angus, eres un niño increíble, y serás un hombre maravilloso. 
No olvides nuestras enseñanzas, no olvides todo lo que te hemos inculcado. Se una buena persona, se un buen esposo, y un buen padre. Llena tu vida de luz, de amor, y de nobleza.
Te amamos Angus, te amamos vida mía.




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