En Tu Mirada

CAPÍTULO 12

 

 

Cuando algo de verdad me interesaba, ponía todo de mí para hacer las cosas funcionar. Sabía que ganarme el amor de Dani no sería fácil y no tenía la intención de rendirme tan fácilmente, pero ella no estaba haciendo las cosas sencillas para mí. Cosa que no era su obligación, porque sabía que estaba cerrada a estar enamorada de otro y ella me lo advirtió; sin embargo, al menos debería permitirme acercarme lo suficiente porque no era el jodido Romeo que la enamoraría con palabras hermosas desde su ventana.

Parecía que no podía comprender nuestra situación, a pesar de que habían pasado más de dos semanas. A tal punto que no podía ni siquiera mantener la mirada en mí. Solo con acercarme o tocarla, se asustaba y se alejaba de mí como si fuera un secuestrador, ¿cómo demonios me ganaba el corazón de esta mujer? Asumí que tendría que trabajar para encontrar la respuesta a esa pregunta porque no permitiría que el pesimismo me gane.

Antes de nuestro drama, podíamos pasar horas viendo alguna serie en la televisión sin aburrirnos, y eran momentos maravillosos que disfrutaba con ella. Sin embargo, ahora ya no tenía caso seguir aparentando ver televisión cuando ella estaba alerta por cualquier movimiento que yo hiciera.

Apagué la televisión de mi casa.

No valía la pena seguir haciendo esto.

—¿Por qué lo has apagado? ¡Estaba en la mejor parte!

—¿En serio? ¿De qué trataba la película?

Suspiré al observar lo avergonzada que estaba por no tener ni puta idea de qué trataba la película.

—¿Estoy haciendo algo mal? —pregunté exhausto, por no encontrar la forma de hacerla sentir a gusto a mi alrededor—. No quiero hacer esto si tú no quieres.

Pareció aguantar la respiración y luego soltó una gran bocanada de aire.

—Esto no es fácil para mí, ¿puedes entender eso? Eres mi mejor amigo intentando lanzarte sobre mí.

Realmente me sentí ofendido.

—¡Solo intentaba darte un jodido abrazo! —Exclamé levantándome del sofá—. ¡¿Es la primera vez abrazándote?! ¡Son incontables las veces que te he abrazado! —pasé mis dedos entre mi cabello y traté de pensar en algo que me ayudara a drenar mi molestia—. Saltaste lejos de mí como si en cualquier momento fuera a violarte, jodida loca.

Ahora era ella quien se atrevía a lucir ofendida cuando no tenía ningún derecho a estarlo.

—¿Así es como tratas a la chica que te gusta?

Llevé la mano a mi pecho bastante sorprendido de cómo ella podía usar las cosas a su conveniencia.

—Qué casualidad que ahora te acuerdes de que eres la persona que me gusta cuando la mayoría del tiempo me ignoras.

—¡No te he ignorado! —gritó, poniéndose de pie frente a mí—. Eres un desconsiderado de mierda, Roger Crossley.

—¿De qué mierda hablas? ¿Por qué soy yo el desconsiderado cuando eres tú la que se aleja de mí como si tuviera una enfermedad contagiosa?

—¡No es fácil para mí!

—¡Para mí tampoco!

El pecho de ambos subía y bajaba con fuerza, ambos presos de la frustración y la ira. Tomé asiento de nuevo en el sofá, intentando poder relajarme y no terminar diciendo alguna estupidez.

La situación ya había empeorado lo suficiente como para empeorarlo aún más y los dos molestos no solucionaríamos nada.

Pensé que lo peor que podía ocurrir entre nosotros era el disgusto, pero me equivoqué completamente porque ahora nos estábamos sentados uno al lado del otro en silencio, esperando que alguno olvidara el desastre de hace un momento y se atreviera a disculparse.

Tomé una larga respiración mentalizándome de que tendría que ser yo el que diera su brazo a torcer, ya que si esperaba por Dani, lo más seguro es que nos pasaríamos el resto del día de la misma forma.

—Está bien, perdón por gritarte. —me atreví a hablar.

—No suenas sincero.

Froté mi cara con fuerza en busca de evitar que la frustración me llevara a hacer alguna locura, porque amaba a Dani; no obstante, a veces sus actitudes me provocaban llevar mis manos a su cuello y no para fines eróticos.

—Estoy poniendo de mi parte, así que tú también deberías hacer lo mismo.

Me miró de reojo, luciendo tierna y haciendo que todo mi enfado desapareciera.

—Perdón por actuar como una loca… —sus susurros solo me alimentaban las ganas de pellizcar sus mejillas—, pero me gustaría que entendieras que esto es tan repentino y nuevo para mí, que es confuso y no sé cómo actuar o qué decir.

En las tardes libres que se volvían solitarias, ambos terminábamos acurrucados en el sofá de mi sala viendo alguna película que quizás no nos gustaba, pero que disfrutábamos viéndola juntos. Era divertido buscarle defectos a las películas o hacer notar cuando algún actor era bastante pésimo haciendo su trabajo.

Aquellos momentos se sentían bastante lejos y difíciles de alcanzar. Sin embargo, era una consecuencia que tenía que asumir luego de aceptar que estaba completamente enamorado de ella.




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