En Tu Mirada

CAPÍTULO 13

 

 

Después de mi patética cita con Dani, mis días consistieron en trabajo, trabajo y más trabajo. Ni siquiera fue la universidad la que mantuvo mi mente al margen con respecto a Dani, porque no me tomé la molestia de asistir.

A mis padres no les caería bien aquella noticia, pero había tomado la decisión desde hace tiempo. Tenía que hablar con ellos y hacerles entender que los estudios no eran para mí y no lo serían a pesar de mis esfuerzos.

—Has recibido buenas propinas.

Damián estaba sentado en la barra de seguro buscando a Nora para saber qué locura estaba haciendo para salir al rescate tal como un príncipe azul, porque si de algo estaba seguro, es que lo que menos le interesaba a Damián eran mis propinas, aunque intentara mostrar interés.

—Nora está en la bodega buscando licor para sus amigos.

—No estaba buscándola —respondió rápido, viendo el camino que llevaba a la bodega—. Por cierto, ¿qué clase de amigos?

—Supongo que de la clase de los que primero se emborrachan y luego follan.

¡Él ni siquiera se enojó!

Cuando lo vi agachar la cabeza, me sentí un idiota porque sabía mejor que nadie, cómo se sentía que la mujer que amaba te tratara solo como a un amigo.

No podía pagar mis frustraciones con él.

—Está bien, quita esa cara, que no se ha muerto tu mascota —palmeé su hombro—. Quizás sean de esos amigos que beben y luego todos se van a dormir en cuartos diferentes.

—No la quieras arreglar ahora, Roger —dijo empujando el vaso vacío a mi dirección—. Sé la clase de amigos que tiene Nora últimamente.

—¿Entonces a qué viene esa expresión? Es como si yo empezara a llorar porque Dani me sigue viendo como el jodido mejor amigo.

—Que sepa la realidad no significa que deje de doler —No me atreví a llevarle la contraria—. Otra cosa, ¿en serio están funcionando las cosas entre tu mejor amiga y tú?

Apoyé el codo sobre la madera de la barra sin estar muy animado en querer empezar una conversación acerca de Dani.

—Por esa expresión las cosas no deben ir muy bien.

—Van de la mierda. —Estaba a punto de gruñir con solo recordar lo que sucedió hace días—. De verdad no entiendo por qué las mujeres no buscan al chico bueno y se la pasan llorando por el malo.

—¿Me lo dices a mí? —Miró en dirección a Nora, quien tenía los brazos alrededor del cuello de un amigo—. Los buenos únicamente tenemos el papel del mejor amigo.

—Al menos te follaste a Nora.

—¿Te conformarías solamente con follarte Dani? —Negué de inmediato—. Exacto.

—De igual manera tienes ventaja sobre mí ¡Al menos fue tu novia!

—¿Y de qué valió eso si no le costó dejarme? Te juro que hubiera preferido nunca haber estado juntos.

Un sabor amargo se instaló en mi boca después de escucharlo y con un largo trago de su bebida lo ignoré, porque no permitiría que palabras como esas me hicieran flaquear.

—Tú estás trabajando —le recordé, cuando me reclamó por haber bebido su trago—. En tal caso, eres tú el que no debería estar bebiendo, pero mírate aquí llorando por el culo flaco de Nora.

—Su culo no es tan flaco ―Volteé los ojos―. Y tú también estás trabajando.

—Tú y Nora son los jefes —miré en dirección a Nora que estaba bailando—. Deberían ser el ejemplo.

Se levantó de su asiento enojado y se dirigió hacia Nora con la intención de armarle una escena de celos en la que ambos terminarían follando en la oficina de Damián.

Qué asco, cada vez que recuerdo cuando los encontré infraganti en plena follada me dan náuseas.

La noche transcurrió sin ningún contratiempo y sin ningún otro trauma producido por mi jefa y su ex. Al terminar de limpiar y guardar mi dinero, Gina estaba esperándome a la salida del club con las llaves de su auto en mano para llevarme a casa.

—Estoy listo, querido conductor.

—Conductor, y sin recibir un solo dólar.

—No todo en esta vida es dinero.

—Lo dice quién duró una hora apreciando su propina.

La discusión llegó a su fin cuando el sonido de un trueno nos hizo sobresaltarnos. Corrimos hacia el auto porque en cualquier momento llovería y no me equivoqué porque a mitad de camino el agua golpeaba con fuerza sobre los vidrios del pequeño auto.

—¿Puedes manejar bien con esta lluvia? Puedo manejar por ti, ¿sabes?

—Por supuesto que puedo. Por algo yo tengo licencia de conducir y tú no.

Hice una mueca cruzándome de brazos.

—¡¿Acaso eres un niño?!

No era gracioso que todos se burlaran de mí por haber fallado dos veces en el examen de conducir.

—¿Hay alguien frente a tu casa?

—¿De qué hablas, Gina? —entrecerré mis ojos tratando de tener mejor vista—. ¿Quién demonios estaría esperando frente a mi casa con esta lluvia?




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