Si los momentos incómodos serían la característica principal de nuestros momentos juntos, sin duda mi plan para enamorarla se iría a la mismísima mierda.
En nuestro transcurso hacia su casa, ninguno de los dos había dicho ni una sola palabra. En el taxi reinaba un silencio absoluto entre nosotros, a excepción de la música que escuchaba el taxista, que por el ritmo alegre era fácil saber que era de algún caluroso país de Latinoamérica.
Miré de soslayo a Dani, pero en cuanto nuestros ojos se encontraron, desvié la mirada hacia la ventana.
—¿Qué demonios me ves? —no discutiría con ella con ese tono que demostraba que aún seguía molesta—. Si no pensabas decir nada, ¿qué haces aquí?
—¿Tendría algo que decir? —Se supone que Kelly le había explicado—. Y respondiendo a tu pregunta, estoy aquí para asegurarme que llegues bien a casa.
—Pues puedo cuidarme sola, así que no necesito de tus patéticos servicios de guardaespaldas.
—Tu agradecimiento me emociona tanto que mis ojos se llenan de lágrimas —Comenté, goteando sarcasmo en cada palabra.
—¡¿Entonces qué haces aquí?!
—La pregunta correcta es qué haces tú aquí.
—¡Me voy a casa!
—¡Y yo te acompaño! —Gruñí, me acomodé en mi asiento—. Desagradecida de mierda.
—¡Y tú eres un mentiroso de mierda!
La miré asombrado, sin poder creer que estuviera diciendo aquello.
A estas alturas de nuestra animada conversación, los dos estábamos cara a cara soltándonos cualquier cosa. Incluso cosas que hicimos hace tiempo y que no tuvimos oportunidad de expresar lo mucho que nos había molestado. Esto simplemente mostraba lo mucho que deseábamos tener una discusión, especialmente ella, que aún estaba enfadada por haber ido a ver a Kelly sin ella.
—¡¿Quieren callarse?!
El taxi frenó de golpe y nuestros cuerpos saltaron en los asientos acolchados. El grito nos dejó en shock total, me asusté tanto que se me olvidó por completo cualquier tontería que tenía planeado decirle al pequeño demonio que estaba sentado a mi lado.
—¡No me dejan conducir tranquilo con sus gritos! —Dani trató de tomar mi mano, pero la aparté—. Les aseguro que, si siguen discutiendo, los echaré a patadas fuera de mi taxi.
Murmurando entre dientes, Dani se apoyó en la puerta dándome la espalda y como ambos al parecer compartíamos la misma estúpida neurona, yo hice lo mismo.
Llegamos sanos y salvos a la puerta de la casa de los Kellman, lo cual fue muy conveniente para nosotros y para aquel hombre también.
—Pagas tú —fue lo que me dijo Dani antes de bajar del auto.
Claro, no me quería aquí, pero aun así me tocaba pagar el taxi.
Pase el dinero al señor lo más rápido posible y le deje el cambio, porque luego de nuestro escándalo era lo que menos se merecía y en cuento a Dani, la alcancé antes de que pudiera llegar a la puerta.
—¿Podemos hablar?
—¿Ahora si quieres hablar?
Uno de los dos tenía que ceder porque mi idea era que se enamorara de mí, no que me odiara a muerte. Además, estábamos peleando y fastidiándonos por algo que podíamos solucionar sin tanto alboroto.
—Estoy bajando la guardia, tratando de hablar contigo para solucionar este problema que se ha formado por una estupidez.
—¿Estupidez? —al ver unas venas marcadas en su frente pensé que no había hecho una correcta selección de palabras—. ¿Qué tan estúpidos te parecen estos?
Sus delgadas manos se elevaron a la altura de mi cara y no dudó en enseñarme sus dedos medios.
Antes de poder ahorcarla y besarla, la puerta se abrió de repente.
La señora Eliette nos miraba sonriente.
Parece que hubiese sabido que evitó que le diera alguna lección a su hija por ser tan infantil.
—Roger, cariño, ¿te quedas a cenar?
—Él ya cenó —intervino Dani antes de que yo pudiera decir algo.
La empujé con algo de fuerza intencional para entrar junto a mi querida suegrita.
—Suegrita, usted sabe que nunca rechazaría una comida que venga hecha de sus manos.
Era la verdad.
Me encantaba la comida de la señora Eliette, así que sería matar dos pájaros de un solo tiro. Disfrutaría de una cena deliciosa y podría hacer algo para desaparecer el enojo estúpido de Dani. Sin embargo, toda mi felicidad se desvaneció cuando llegué al comedor y me encontré con mi primo y su prometida.
La sensual figura de Paris se irguió al verme.
Esa mujer me detestaba y no había forma de negarlo, pero me acostumbré a sus insultos hacia mí hasta el punto de encontrarlos adorables.
Era como haber alcanzado un nivel de masoquismo completamente nuevo.
—Suegrito… —escuché al padre de Dani reírse—. Cuñadito… —Cam chocó mi puño, por último, miré a Paris—. Cuñadita.
Neil fue lo bastante rápido para agarrar a su prometida por la cintura antes de que pudiera saltar sobre mí. Ninguno de ellos sabía sobre el cambio en mi relación con Dani, pero se había vuelto una costumbre llamarlos con esas palabras. Además, me encantaba ver la cara molesta de Paris cuando me escuchaba llamarla «Cuñadita».