En Tu Mirada

CAPÍTULO 18

 

 

Durante los últimos meses, mi vida ha sido maravillosa. Tan maravillosa, que esta felicidad me generaba cierta ansiedad.

Cuando me di cuenta de que estaba perdidamente enamorado de mi mejor amiga, decidí guardar silencio. Si ella no se enteraba, no habría rechazo y, por ende, no tendría que lidiar con las conciencias del rechazo. Sin embargo, eso resultaba bastante tonto, ya que de todas formas me dolía verla con alguien más.

Lo bueno fue que en mi tiempo en silencio pude descubrir un sinfín de detalles en ella que me recordaban por qué la quería tanto, por qué la amaba tanto.

Había decidido amarla y adorarla en silencio y en su momento aquello me había hecho feliz, pero nada podía compararse con lo que estaba sintiendo en ese momento. Verla y amarla era genial, pero amarla y al mismo tiempo sostenerla en mis brazos no tenía comparación.

A veces me asustaba estar equivocado y pensar que solo mi amor por ella me hacía creer que tenía su atención e incluso una parte de su corazón. Pero cada vez que ella respondía a mis besos, algo en mi interior, tal vez mi parte tonta, me susurraba que ella sentía algo más por mí, algo más que una simple amistad.

Necesitaba que fuera de esa manera, ya que, de no ser así, no tendría idea de qué sería de mí.

—¿Qué tal el comic?

—Interesante…

—¿Estás seguro? Desde que llegamos no has leído ni una sola palabra y solo te has dedicado a mirarme.

Aclaré mi garganta, evitando sentirme el más estúpido por haber sido descubierto de una forma tan ridícula.

Aquella tarde la acompañé a la librería en busca de algún libro nuevo para leer y, para no quedarme atrás, también había tomado algo para leer. Por otra parte, no me esperaba que fuera tan complicado concentrarme en algo cuando la tenía tan cerca.

La forma en que movía sus dedos para pasar las páginas, cómo sus ojos se abrían un poquito más de lo normal al leer algo interesante, o simplemente cómo fruncía los labios cuando encontraba algo curioso en el libro.

¡Me estaba volviendo loco!

Busqué desesperadamente algo en mi habitación que pudiera distraerme, pero fue en vano. Al final, me rendí y la miré como un completo idiota.

Mientras pudiera verla, no me importaba ser un idiota.

Ambos nos levantamos de la cama cuando su teléfono sonó, lo que hizo que ella me mirara con cierto pesar.

—Tengo que irme —mi labio inferior tembló—. No me mires de esa manera. Yo tampoco quisiera irme.

Mi puchero infantil desapareció para ser reemplazado por una sonrisa.

—¿De verdad? —Ella asintió—. ¿Por qué?

—La tranquilidad que tengo aquí al leer no la tengo en mi casa.

Le empujé un tanto fuerte al no ser esa la respuesta que esperaba.

—Lárgate ya, mujer.

Me crucé de brazos y me recosté en la cabecera de la cama, pero me sorprendió cuando de repente ella saltó a mi regazo y sujetó mi rostro.

Sus ojos azules me veían feroces.

—No quisiera irme porque también me gusta estar contigo.

Una gran sonrisa se había formado en mi cara antes de besarme cortamente.

¿Cómo podía evitar ilusionarme si ella hacía cosas como estas?

En automático, tras ella hacer aquello, mis brazos se envolvieron alrededor de su cintura, apretándola fuertemente y sin ninguna intención de dejarla ir.

—Me tengo que ir —susurró.

—Lo sé, solo quiero disfrutar de este momento un rato más, para llenarme de ti mientras estemos separados.

—Hablas como si no fuéramos a volvernos a encontrar.

—Es que las horas sin ti se hacen interminables.

—¡Dios mío! —exclamó, riendo, la dejé alejarse un poco—. ¿Cómo puedes decir eso tan fácilmente?

—Con la misma facilidad con la que te sentaste en mi regazo y casi me violaste.

Comenzó a reír de una manera que cualquiera pensaría que estaba a punto de tener un ataque y también, haciéndome creer que era la risa más horrible del mundo, pero que de todas formas me hacía sentir más enamorado de ella cada día.

—¿Quieres acompañarme al super? Mi mamá me ha pedido que compre algunas cosas que necesitamos para la cena.

No hacía falta ni preguntar, la respuesta siempre sería sí, aunque la propuesta fuera ir al mismísimo infierno.

En cuanto llegamos al supermercado, comenzamos a discutir.

—Bájate de una vez, siempre nos regañan por tu culpa.

—Tú solo empuja el carrito, mujer.

Siempre solía subirme al carrito de compras mientras ella iba empujándome y eligiendo lo que necesitaba. Claro está, también era común que alguien del personal nos reprendiera, pero la verdad es que a mí no me importaba mucho.

Al primer producto que dejó sobre mis piernas no le permití irse.




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